Se suele decir que el
equinoccio y el solsticio son oportunidades para observar tanto el medio en el
que nos encontramos como nuestra relación con la naturaleza.
A las 4h28 del 20 de marzo
–horario de la Ciudad de México–, el hemisferio norte comenzó a vivir el
equinoccio de primavera y el hemisferio sur, el equinoccio de otoño. Se trata
de un día en que la luz y la oscuridad se encuentran en perfecto equilibrio,
razón por la cual se le brinda ese nombre: “equinoccio” quiere decir
“noche igual”.
El equinoccio, para las
culturas y civilizaciones más cercanas a la naturaleza, resalta el ingreso del
Sol al signo de Aries, un signo de fuego asociado con la acción y el comienzo.
Por decirlo de alguna manera, es el momento de la siembra para la
agricultura, para el rocío del spiritus mundi –también llamado
“semen de la naturaleza” para vitalizar a la tierra y al ser humano.
De hecho, este fenómeno
tuvo una importancia significativa en numerosas culturas a lo largo de los
tiempos. Las civilizaciones más antiguas se encargaron de observar
detenidamente este tipo de eventos astronómicos, registrando puntualmente las
alineaciones de los astros –principalmente del Sol, la luna, Venus, entre
otras– y estableciendo calendarios de los acontecimientos considerados
importantes. Gracias a ello se edificaron construcciones como
observatorios astronómicos, alineados especialmente con los equinoccios; y un
par de ejemplos resultan el monumento en Stonehenge, Inglaterra, y la esfinge
en Gizeh, Egipto.
En México existen
numerosos centros astronómicos y ceremoniales para recibir al
equinoccio de primavera: Chichen-Itzá –Mérida–, Teotihuacán –Estado de México–,
Cuicuilco–Ciudad de México–, Tenango del Valle, Malinalco –Estado de México–,
Huitzingo –Higalgo–, Xochicalco, Tepanzolco y Tepoztlán –Morelos–, Monte Albán
–Oaxaca–, Alta Vista –Zacatecas–. En todos estos sitios se realizan festejos en
torno al equinoccio, en donde se practican danzas tradicionales, recargas de
energía –o “limpias”–, conciertos, entre otras actividades.
Se suele decir que el
equinoccio y el solsticio son oportunidades para observar tanto el medio en el
que nos encontramos como nuestra relación con la naturaleza. Esto con el fin de
encontrar el significado a través del espejo de la vida y el cosmos, pues se
creía que el mundo en el que se vive era un microcosmos del mundo superior en
la que el Sol se reflejaba como la vida del ser humano y la
naturaleza.
Fuente>Ecoosfera-20 de
Marzo de 2.017
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