Encendí palo santo,
y elevé junto a él oraciones andinas.
Pidiendo bienestar y felicidad,
para ti y tu familia.
Danzamos alrededor del fuego.
Y nos miramos a los ojos con respeto.
De su pecho fluían azules bendiciones,
que iban hasta el cielo,
y descendía a tu pueblo.
Cuida la tierra, y cuídala a ella, me dijo.
A lo que respondí empañando mi palabra.
Y, sin más nada, desapareció
mientras sonaba un cascabel
y tú despertabas.
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