Un día, Nguenechén, señor del Universo, ordenó que Antú (dios
del Sol) y Puyén (diosa de la luna) se conviertiesen en marido y mujer y
gobernaran la Tierra en su nombre.
A partir de ese momento, el Sol y la Luna
recorrieron el espacio juntos, derramando luz y dones sobre todos los hombres. Con
el paso del tiempo. Antú se volvió menos cariñoso y paciente. Puyén no tardó en
hacerle sentir su queja y él, por toda respuesta le dio una terrible bofetada.
Entonces
la luna lloró desconsoladamente, y tan ardientes fueron sus lágrimas que al
caer sobre la tierra, se convirtieron en las infinitas vetas de plata que el
pueblo mapuche no tardó en conservar transformadas en hermosas joyas consagradas
a la Madre Luna.
Desde
entonces, el matrimonio de dioses no volvió a compartir el cielo. Por eso Antú
alumbra la Tierra durante el día, en tanto que Puyén sólo se deja ver en la
noche, cuando su esposo descansa y ella puede pasearse a gusto iluminando ríos
y montañas.
Su
rostro muestra todavía las cicatrices de aquellos golpes y el copioso llanto de
aquél día, convertido en plata, es para los mapuches el símbolo femenino por
excelencia.
Fuente:
Sacerdotisa de Fuego.
Precioso
ResponderEliminarTa muy bueno 👍🙃
ResponderEliminarEsta bueno
ResponderEliminar