Casimiro Beksta, redentor de narrativas y lenguas
indígenas, falleció en Manaos, el 21 de julio, a los 92 años.
- Padre Nuestro que estás en los cielos,
santificado sea Tu Nombre, venga a nosotros tu qué diablos es eso...
Era así que los indios Tukano de una comunidad del Rio Negro, en la Amazonía brasileña, rezaban en su lengua materna, cuando el padre
Casimiro Béksta llegó en la década de 50.
Intrigado, investigó y descubrió que la oración había sido traducida a inicios del
siglo XX por un misionero italiano que no hablaba tukano, ayudado por un indio
que no hablaba bien portugués. Con un proceso bastante simplista, el italiano
iba preguntando en portugués y anotando palabra por palabra en tukano:
- ¿Cómo se dice "padre",
"cielo", "nombre", "tierra", "día"?
Hasta que indagó:
Hasta que indagó:
- ¿Y "reino"?
Sin saber si "reino" se comía con pan, la
respuesta del informante tukano, que agradaría a Pierre Clastres, fue
equivalente a algo así como: ¿Qué diablos es eso?
El italiano no titubeó, incluyó esta locución en la
versión tukano del Padre Nuestro pensando que significaba "reino" y
regresó a Italia. Pero los indios, que quedaron décadas sin misionero, no
olvidaron aquella oración sin sentido hasta la llegada del padre Casimiro, que
identificó el equívoco cuando se tornó fluente en tukano.
Esas y otras historias deliciosas sobre diferencia
de lengua y cultura nunca más las contará Casimiro Beksta (1923-2015), que
falleció el 21 de julio en Manaos, a los 92 años. Sin embargo, algunas quedarán
registradas en artículos que discuten la historia de las lenguas indígenas y el
proceso de traducción, que no se limita al aspecto formal y sistémico de la
lengua, si no que abarca también otros elementos culturales.
Lengua sucia
Casimiro postula que al colectar las narrativas
míticas no se debe usar intérpretes y recomienda: "la condición
indispensable es que el investigador conozca la lengua". Él aprendió
Tukano con sus alumnos. No fue difícil entender a los indios, para quien como
él, tuviera una experiencia similar en su tierra natal. Nacido en Lituania,
Casimiro hablaba lietuvių kalba o lituano, una lengua báltica minoritaria en
contacto con otras de mayor prestigio como el polaco, el ruso y el ucraniano.
Sufrió mucho con la discriminación de su lengua materna considerada sucia,
moribunda, sin futuro, pobre y atrasada. El prejuicio se extendía a las
narrativas, canciones y cuentos populares de la mitología lituana que
circulaban en la tradición oral y que escuchaba encantado, en su infancia. En
este sentido, Casimiro Béksta era um indio del Mar Báltico.
Por eso, fue amor a primera vista cuando llegó al
Rio Negro, en 1951, enviado por la Congregación Salesiana. Su historia estaba
allí, en la identificación con los indios de la región que hablan 23 lenguas y
en ellas narran sus mitos. Mas la diversidad lingüística y cultural que lo
deslumbraba, incomodaba a su Congregación que creó internados, donde los niños
indígenas eran castigados y obligados a lavar la boca si hablasen la lengua
materna.
Este indio del mar Báltico que había sufrido en la
propia carne ese mismo tratamiento escolar, sufría más porque hacía parte de
una Congregación que imponía el portugués a sangre y fuego, reprimiendo los
idiomas maternos con el objetivo de borrarlos del mapa lingüístico. Tal vez por
eso buscó refugio en el Consejo Indigenista Misionero (CIMI), órgano de la
Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil (CNBB), que hacía críticas a la
prohibición de las lenguas en los internados. Fue allí que lo conocí, cuando
editábamos en Manaos, en 1978, el Porantim, "un periódico en defensa de la
causa indígena".
Casimiro me ayudó a escribir una materia sobre la
epidemia de suicidios entre los indios del Rio Negro, que tenían en común el
hecho de ser alumnos o ex-alumnos de los internados o de algunas de las 117
escuelas sustentadas por la Prelacía en área indígena. Eran más de 7.000 niños
y jóvenes enmudecidos en sus respectivas lenguas. Una de ellas, Ana dos Santos,
15 años, alumna de la 7ª serie de la escuela de Santa Isabel disparó un tiro de
escopeta en el vientre.
- El suicidio es práctica desconocida entre las
culturas del Rio Negro. Tanto es así que no existe traducción para la palabra
"suicidio" en las lenguas indígenas - nos informó Casimiro.
Relacioné esta información al artículo “Langage et
Pathologie Sociale” del antropólogo belga Marcel D´Ans, que acabara de leer, en
el que usa la categoría ‘souffrance’ para explicar que el desespero provocado
por las tensiones y conflictos lingüísticos creados, en este caso, por la
escuela “puede llegar, en los casos más graves, al suicidio”. Escribí entonces,
el artículo "Como matar indio con tiza y borrador", cuestionando el
internado salesiano.
Los mitos
Casimiro llamó la atención sobre la importancia de
los mitos indígenas. Contó que estaba presente cuando una serpiente venenosa
mordió a un niño en una comunidad indígena. Era necesario transportarla a un
hospital que quedaba a tres días por vía fluvial, cuyo recorrido tenía trechos
con cascadas de difícil navegabilidad, donde ocurrían siempre naufragios y
muertes. Un barco de pequeño porte estaba disponible, pero no había quien lo
pilotase, los indios especialistas no se encontraban.
- Yo llevo el barco - se ofreció un joven tukano.
- ¿Tú ya hiciste este viaje? - preguntó Casimiro.
- No, nunca, pero conozco el mito que narra el trayecto de la cobra-canoa y los lugares por donde pasó evitando las cascadas.
- ¿Tú ya hiciste este viaje? - preguntó Casimiro.
- No, nunca, pero conozco el mito que narra el trayecto de la cobra-canoa y los lugares por donde pasó evitando las cascadas.
La narrativa mítica registra, efectivamente, las
referencias geográficas, las marcas y las señales en las piedras, en las
playas, en las sierras, en las islas que acabó siendo usada por el joven como
un mapa de navegación. Orientado por el mito, el joven tukano pasó por todas
las cascadas y guió el barco con el niño enfermo hasta su destino.
Recientemente, un equipo cinematográfico recorrió esos lugares sagrados del
mapa para fortalecer los conocimientos tradicionales sobre el territorio y
ayudar a protegerlo con su manejo adecuado.
Casimiro nos dejó las narrativas que registró, las
lenguas que estudió, los documentos que produjo y una admiración incondicional
por los indios. Nuestro adiós saudoso al indio del mar Báltico, esperando que
la carta de navegación de la cobra-canoa le sea útil en este último viaje hasta
Heripõrã duhiriwii, "la casa donde reside corazón, alma".
Fuentes:
José R. Bessa Freire (www.taquiprati.com.br) - 2 de Agosto de 2.015.
El Orejiverde
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