En 1613 tres tupi
fueron enterrados en París bajo tumbas sin nombre. Esta crónica recrea una
búsqueda por hallarlos en medio del barro y la nieve.
En una ladera
sinuosa del ala sur del Cementerio Père Lachaise, en Paris, están enterrados
muchos "indigentes", entre ellos, en la Cuadra 56, tres amazonenses,
"barones del caucho" empobrecidos, que murieron en la capital
francesa en la mayor indigencia, arruinados por la crisis de 1914. Sus nombres
no son ni siquiera legibles y solamente sabemos que las sepulturas pertenecen a
herederos de los dueños de campos de producción de caucho gracias a las
informaciones de la historiadora de la Universidad de Pará, Rosa Acevedo, con
quien visité las tumbas en el invierno de 1982.
La nieve cubría los
túmulos de conocidos representantes de las ciencias y de las artes, de Molière
a Edith Piaf, pasando por Víctor Hugo, Augusto Comte, Chopin, Sarah Bernhardt,
Isadora Duncan, Oscar Wilde, Allan Kardec y tantos otros, cuyos admiradores
periódicamente colocan flores y pagan la limpieza de las sepulturas. La
sepultura de los "barones del caucho”, en verano y cubierta de hierbas, en
aquel invierno estaba con barro y nieve.
¿Sentirían frío
aquellos huesos que se menearon un día por la Av. Eduardo Ribeiro en Manaos y
luego después por el Boulevard Saint-Michel, derrochando en poco tiempo la
fortuna acumulada, explotando la fuerza de trabajo de nordestinos, mestizos e
indios, así como con negocios oscuros regados con sobornos? A pesar de eso, en
un gesto de deshonesta y provinciana compasión, ¿sería yo capaz de transferir
camelias de un túmulo rico para adornar las sepulturas de los tres infelices,
que no tienen quien les prenda una vela?
En el cementerio
No. Lo que quería
era depositar la corona de flores en la tumba de otros tres coterráneos
amazónicos, que murieron en París un sábado primaveral, 4 de mayo de 1613,
después de un riguroso invierno, pero no fueron sepultados en el Père Lachaise.
Murieron de frío y de soledad en medio de espantosas alucinaciones y crisis de
identidad, después de ser bautizados con nombres cristianos: Manen: Anthoine,
Patuá: Jacques y Carypyra: François. Hacían parte de la comitiva de seis indios
que los franceses habían llevado de San Luis del Maranhão a Paris, tres de los
cuales sobrevivieron.
Claude D´Abbeville e
Yves D´Evreux, que vivieron en São Luís, presentaron en sus crónicas la
biografía y el perfil de cada uno retratado en dibujo con pluma fuente . Manen,
uno de ellos, nació un día cualquiera de 1593, en Renary, aldea del río Pará.
Nacionalidad: Tupí. Señas particulares: "cabellos largos y lacios, voz
dulce y suave, humor fácil, temperamento cordial, afable y juguetón".
Causa de la muerte: fiebre ardiente e inexplicable, con parálisis en las dos
manos.
Anthoine Manen fue
enterrado con el hábito de San Francisco en el propio convento de los
Capuchinos, en la calle Saint-Honoré, Paris, en un solemne funeral después de
intenso sufrimiento, como nos cuenta D´Abbeville. Ahora, yo solamente podría
llevarle flores si localizase ese tal convento. Le propuse entonces al
antropólogo Renato Athias, que trabajó en el Río Negro y cursaba su doctorado
en Francia, seguir el rastro en el área. Realizamos juntos una peregrinación
por la calle Saint-Honoré y por el Faubourg del mismo nombre. Recorrimos de un
extremo a otro, edificio por edificio. Pasamos por boutiques de renombre,
tiendas chic de perfumes y cosméticos, joyerías, galerías de arte,
restaurantes, salones de belleza, librerías, hasta llegar a la iglesia de San
Roque, sin ninguna señal del convento capuchino. No desistimos. Buscamos la
residencia de la congregación en otro barrio, en la calle Boissonade. Allí
nadie sabía nada, pero nos dieron el teléfono del historiador de la
Congregación en Marsella.
En las catacumbas
- Aló. Estoy
buscando un pariente mío enterrado en vuestro convento - le dije al padre Jean
Mauzaize, un viejito simpático cuyo nombre de congregación es Raoul de Sceaux,
autor de una historia de los frailes menores de la Provincia de Paris.
Nos informó el local
exacto del convento próximo ubicado en la calle de Castiglione, pero confirmó
su demolición en 1804. Explicó que hasta el siglo XVII, cuando no había
cementerios públicos, cada convento tenía el suyo privado, dividido por
parroquias. Por medidas sanitarias, la Revolución Francesa acabó con todos y
transfirió los huesos, incluyendo los de los indios, para las Catacumbas de
Paris en Denfert Rochereau, que recibe visitas el tercer sábado de cada mes.
Un sábado, allá voy
yo con otra amazonense Marilza de Melo Foucher en busca de nuestros parientes.
Bajamos una enorme escalera, caminamos por un túnel largo, sombrío y húmedo con
avisos explicativos, atravesamos una puerta metálica del Osario Municipal,
pasamos por un portal con un aviso que recomienda al visitante que se detenga
porque "Aquí comienza el Imperio de la Muerte". No paramos. Más
adelante, una placa genérica informa que allí está la osamenta del convento de
los Capuchinos transferida el día 29 de marzo de 1804. – Los encontramos - conmemoré.
Sin embargo no era
posible comprobarlo. El aviso menciona los restos de Santo Ovidio y de otros
muertos ilustres, pero omite cualquier registro de Manen, Patuá y Carypyra que
allí están, como sabemos, cubiertos por el polvo, el olvido y el silencio. La
expresión "memoria subterránea" propuesta por Michael Pollak gana
otra dimensión allí debajo, en las Catacumbas de Paris, un monumento oficial
consagrado a la historia, un lugar de memoria que apagó el recuerdo de las
minorías excluidas y marginalizadas.
El triste destino de
morir como cristianos
¿Qué es lo que esos
indios fueron a hacer en Paris? D´Abbeville confiesa claramente que el objetivo
era consolidar la alianza de los franceses con los tupinambá del Maranhão, en
la lucha contra los portugueses por la ocupación del territorio. Por eso, los
seis indios fueron recibidos en "acogida triunfal y con salvas de cañón”,
en un espectáculo publicitario que pretendía reclutar nuevos colonos y obtener
una ayuda de 20 mil escudos de la reina María de Médicis para las misiones.
Los tres
sobrevivientes - Itapucu bautizado como Louis Marie, Uaruajó como Louis Henry y
Japuaí como Louis de Saint-Jean - el día de la ceremonia de bautismo desfilaron
por las calles de Paris, con gran pompa, al lado de María de Médicis y de Luis
XIII, adolescente, sus padrinos en el ritual celebrado por el propio arzobispo
de Paris. Todos ellos se llamaron Luis, como su padrino, a fin de "tornar
familiar el nombre del rey entre los indios de su tribu".
La ceremonia comenzó
a las 16 horas del día 24 de junio de 1613 con una enorme multitud concentrada
desde temprano. Centenas de soldados armados se movilizaron con urgencia para
proteger las puertas del convento e impedir que el público las derrumbasen para
ver el "espectáculo" festivo caracterizado por el lujo: tapetes de
seda decorados con oro, pila bautismal de plata y esmalte dorado, colchas de
tafetán e indios con vestidos de seda.
Los otros tres
indios que murieron, en su agonía, tuvieron alucinaciones. Uno de ellos, en el
lecho de muerte, vio una enorme cantidad de gallinas negras que picaban su
cuerpo como si fuera carroña putrefacta. El otro, escondido debajo de la
sábana, soñó con indios que amenazaban matarlo si aceptase el bautismo y
renegase de su cultura. Los capuchinos no entendieron nada. El fraile
D´Abbeville narra tales visiones que interpreta como tentaciones del demonio en
disputa por aquellas almas. Los frailes salpicaron agua bendita para rechazar a
Satanás. Los indios murieron –pero como cristianos - se vanagloria el padre.
La trayectoria de
los exportadores de caucho en Amazonas, así como la de los indios bautizados y
muertos en Francia constituyen hilos sueltos que nos llevan a reflexionar sobre
la necesidad de reelaborar la historia de Brasil que aún se enseña en las
escuelas.
Por José Ribamar Bessa
Freire
Fuente: http://www.taquiprati.com.br/cronica/1293-em-busca-dos-parentes-mortos-em-paris-version-en-espa
Fecha: 20 de Julio de 2.016
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