En el principio el verbo, la palabra. La voz antigua está en las cosas que nombramos, se quedó como todas las piedras, pegada al camino; la palabra con la que nombraban al mundo está en la memoria del paisaje, en el desierto y en las costumbres, y todavía calcina.
Cuando la palabra sabia nos toca, es como un carbón ardiente que sella el corazón, lo marca y nos hace sentir que pertenecemos a esta tierra. Algo profundo, no sabría decir de dónde o de qué parte del cuerpo, surge un calor, un ardor que punza, hiere y al mismo tiempo sana. Se posesiona del cuerpo y la memoria florece... flores invisibles, flores fantásticas, flores memoriosas.
Cuida tus palabras y procura que éstas sean floridas, palabras de vida que enciendan el fuego de la consciencia e iluminen al hombre y lo reconforten con su calor pues la palabra, como el cuchillo de pedernal, de doble filo es. Usa pues tal poder de la palabra con sabiduría y corazón.
QUE TU PALABRA SEA CANTO FLORIDO Y ANTORCHA PARA EL MUNDO, Y NO MOTIVO DE ESPINA Y DOLOR.
Compartido por Lulú Padilla
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