Desde mediados del siglo XVI, cuando un reloj -invento fundacional- comenzó a señalarles a una ciudad europea y a sus habitantes, desde lo alto del campanario de la iglesia de la plaza, el paso del tiempo, Occidente quedó preso para siempre de un tiempo regular, continuo, homogéneo y uniforme, creado por el mismo.
Desde ese entonces ya nada fue igual, y el tiempo dejó de regirse por los amaneceres o los crepúsculos; el implacable reloj se universalizó y a partir de entonces implantó una concepción regular y continua del tiempo, estableciéndose un modelo cronológico compartido, homogéneo y uniforme (Bohannan, 1967:328). El tiempo se mide desde ese día en forma cuantitativa, en unidades constituidas artificialmente, aceptadas consensualmente, validadas y legitimadas por la tradición cultural.
Frente a esta concepción que condicionó en los últimos ochocientos años toda la vida social, política, cultural y económica de Occidente, se contrapone una idea muy distinta del tiempo sostenida por las culturas tradicionales en general y las indígenas en particular.
Para los pueblos originarios, la idea del tiempo está fuertemente asociada al ritmo de las estaciones y a la noción de circularidad, uno de los elementos que integran el principio de totalidad en la cosmovisión. El tiempo es medido por lo general en los calendarios circulares que proponen una idea diferente a la que conocemos, fundamentalmente no lineal, no una sucesión progresiva de acontecimientos sino una constante renovación de ciclos a través de la observación de las ceremonias.
La idea del tiempo en los pueblos indígenas habla de una noción asociada no a lo utilitario o lo material sino a lo cualitativo y espiritual, profundamente vinculada a la naturaleza y consustanciada con todo el cosmos, donde el hombre debe reiterar una y otra vez su papel de “equilibrador”.
El hombre no tiene aquí una lucha contra el tiempo porque no está regido por esa presión artificial, inventada. Por el contrario, él acompaña el tiempo de la naturaleza, porque forma parte de ella. Los fenómenos naturales son sus puntos de referencia: el viento, las estrellas, los cambios.
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