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Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.

domingo, 2 de marzo de 2025

La Naturaleza y la Cosmovisión Indígena



«La naturaleza siempre tuvo derechos» o el reto de entender la cosmovisión indígena desde la cultura occidental

La relación entre la naturaleza, sus derechos y las cosmovisiones indígenas desde las perspectivas de mujeres indígenas lideresas. Este ha sido el eje vertebral de la segunda mesa de los diálogos organizados por el Instituto de Derechos Humanos de Catalunya (IDHC) y el Observatori DESCA.

“Papá decía una cosa cuando más temerosos e inseguros estábamos: ‘conéctate con tus pies al suelo, a la tierra; y con tu cabeza, conéctate al cielo. Y siente a la naturaleza’. Lo puedes hacer en cualquier sitio, en un jardín, se puede empezar mínimamente por ahí, por sentir esa energía. Venga, es muy fácil”, dice Patricia con ánimo y, a la vez, una mezcla de sorna y años de incomprensión acumulados en sus espaldas. Su papá era Sabino, don Sabino Gualinga, el chamán al que ningún abogado, ningún juez se atrevió a contradecir, ni siquiera a hacerle preguntas, cuando explicó qué era Sarayaku, qué era la selva viviente que una empresa petrolera venía a destrozar.

Dijo esto: “Sarayaku es una tierra viva, es una selva viviente. Ahí existen árboles y plantas medicinales y todo tipo de seres (…) Estoy aquí para decirles lo que es… la desgracia no será sólo para mí, ni para mi familia. Irá de generación en generación”. La Corte Interamericana de Derechos Humanos condenó al Estado ecuatoriano por violar, entre otros, los derechos a la vida, a la integridad, a la propiedad y a las garantías judiciales al permitir que una compañía petrolera irrumpiera en este territorio del corazón de la Amazonia sin consulta ni consentimiento.

“Pienso que todos hemos sido hechos de naturaleza, todos somos naturaleza, nuestro aliento es naturaleza. Los pueblos indígenas lo sabemos; el único problema es que la otra parte, la occidental, ante una ilusión que es destructiva, se ha desconectado de ese sentimiento de ser naturaleza. ¿Qué podemos hacer en la gran ciudad? No somos ingenuos, no pretendemos que vivan como en Sarayaku, pero al menos que empiecen a tener conciencia de la importancia del ser conectado a la naturaleza. Hasta el ser más pequeño tiene la energía de la naturaleza, hasta el ser más grande, nosotros la tenemos y podemos volver a reconectarnos”. Inténtenlo pues: ‘conéctate con tus pies al suelo, a la tierra; y con tu cabeza, conéctate al cielo. Y siente a la naturaleza’.

Patricia Gualinga, defensora de los derechos de los pueblos nativos, de las mujeres y de la Madre Tierra, ha cerrado así su intervención en la segunda mesa de los diálogos organizados por el Instituto de Derechos Humanos de Catalunya (IDHC) y el Observatori DESCA. En esta ocasión, el eje vertebral ha sido la relación entre la naturaleza, sus derechos y las cosmovisiones indígenas desde las perspectivas de mujeres indígenas lideresas. Y la conclusión ha sido rotunda: la cosmovisión de los pueblos indígenas y los derechos de la naturaleza son la misma cosa.

“Desde niños nos han dicho cómo respetar la naturaleza y hemos aprendido desde nuestros hogares, desde nuestras casas, desde nuestros pueblos. Los derechos de la naturaleza se nutren de cómo ven los pueblos indigenas a la naturaleza. Y algunos juristas, abogados, que han entendido esa visión han querido plasmarla en el marco de los derechos”, explica Gualinga, que insiste en una idea clave para entender la relevancia de lo que está explicando: “La naturaleza siempre tuvo derechos, no hay separación entre los derechos de la naturaleza y los del ser humano. Todo es una sola cosa”.

Esa es una de las diferencias fundamentales entre la cosmovisión indígena y la visión en culturas occidentales, como analizaron los ponentes en la mesa anterior de este ciclo de diálogos. “El territorio siempre ha sido cuidado, protegido por los pueblos indígenas, la tierra es sagrada, pedimos permiso para la siembra, para la milpa, para ocupar el agua. Quienes hemos cuidado y protegido esos derechos han sido los pueblos indígenas. Siempre ha existido esa relación”, confirma la ponente Sara López, activista y defensora de los derechos humanos de las poblaciones originarias de México. Ella nos habla desde la península de Yucatán –a la que Trump, de momento, no ha cambiado el nombre–. La mala conexión a Internet interrumpe a veces su discurso.

No obstante, y poniéndose en el lugar de quienes no entienden la cosmovisión indígena, ambas mujeres saludan y abrazan la necesidad de ese movimiento en defensa de los derechos de la naturaleza que va creciendo: primero, como explica Gualinga, para quienes efectivamente ni entienden a la naturaleza ni han entendido que tiene derechos, es decir, quienes –como especifica la moderadora de la mesa, la directora de La Marea y editora de Climática, Magda Bandera–, no entendemos esa relación como algo natural.

«Si todos los países aprobaran los derechos de la naturaleza, habríamos dado pasos muy importantes, porque habría elementos jurídicos para defender a los ecosistemas”, afirma Gualinga. Y, segundo, como expone Sara, ese movimiento es crucial para frenar a las empresas, que son las que están destruyendo el territorio. “A veces, aun estando escrito en la Constitución o en los convenios internacionales, ni siquiera se respeta, pero al menos ahí está. Muchos convenios nos han servido para decir que los han violado, y hemos ganado el amparo”, prosigue López.

Las empresas –y los propios gobiernos– son las principales amenazas, según explican. Pero ya no son solo las compañías extractivistas, fósiles, las que atentan contra sus territorios. Ahora, además, se enfrentan a las empresas que lideran la supuesta transición verde: paneles solares, fotovoltaicas… Una batalla que, con la “buena prensa” en contra, puede incluso ser más difícil, apunta Bandera.

A ello se suma el turismo o “la invasión del turismo”, como lo califica Sara López, que pone el ejemplo de Yucatán. “Hay toneladas de basura y se viene una tormenta, un terrible caos en la península con este mal llamado tren maya. No vamos a tener agua. Ya hay zonas donde no hay agua. Ahora viene la sequía y no tenemos agua”. López se refiere al megaproyecto gubernamental con participación privada que prevé 1.500 kilómetros de vías férreas tendidas a través de península de Yucatán y los dos Estados del istmo de Tehuantepec, en el sureste del país, y que busca reducir los tiempos y costes del transporte de mercancías y pasajeros para supuestamente impulsar el desarrollo y potenciar la industria turística.

Territorios sagrados libres de explotación
¿Cómo parar esto? ¿Cómo consiguió, por ejemplo, el pueblo kichwa de Sarayaku frenar a la empresa, al gobierno e incluso a la opinión pública? ¿Cómo lograron crear un mecanismo para el reconocimiento nacional e internacional de un sistema de protección propio, que declaró sus territorios sagrados como zonas libres de todo tipo de explotación?

Una respuesta importante a estas preguntas está en las mujeres. “Aunque muchas veces no se les ha dado visibilidad, las mujeres siempre han estado activas. En la Amazonia son las que cultivan la tierra, las que siembran, y tienen una sensibilidad muy desarrollada, lo que hace que tengan unas posiciones muy claras con respecto a la naturaleza. En Sarayaku, cuando muchos hombres estaban titubeando, decidieron las mujeres. Son las que dijeron: ‘no, aquí no va a haber espacio de negociación. Ni dinero para escuelas, ni para médicos. No. No. Porque hemos sido testigos de los impactos ambientales y sociales de estas actividades extractivas. Fueron ellas las que tomaron la decisión, que fue muy drástica: no habría explotación petrolera ni en el presente ni en el futuro de Sarayaku”. No cedieron. No podían ceder.

A esa lucha del propio pueblo, basada en la unidad y en esa negativa a negociar lo innegociable, se sumó la difusión, los nexos para hacer visible la lucha, sobre todo cuando se trata de un pueblo de 1.200 personas. Y, en tercer lugar, jugó también un papel importante la parte jurídica, el fallo a favor.

En general, analizan las ponentes, los pueblos indigenas de todo el mundo vienen sufriendo el mismo impacto, la misma ambición y la misma incomprensión de la gente externa que, como sostiene Gualinga, “intenta mantener un modelo económico que ya es obsoleto”, que justifica que “todo está basado en la extracción de recursos” y que dice que son ellos, los pueblos indígenas, los que están locos. Esto puede afectar incluso negativamente a sus propias comunidades. “A raíz de tanta lucha, algunos pueblos han perdido la sensibilidad, la conexión con la naturaleza porque se sienten acorralados y nos están haciendo creer que no tenemos razón, que estamos atrasados. Ahora la ciencia empieza a decir lo mismo y ni a ellos le hacen caso”, ejemplifica Gualinga.

Por eso el verbo “entender» o “hacerse entender” es uno de los más pronunciados durante las dos horas de diálogo. Y por eso surgen preguntas que, aun bien intencionadas, muestran que no es fácil integrar esta cosmovisión de la noche a la mañana. ¿Cómo puede hablar la selva viviente sin la mediación de las personas? Patricia Gualinga, que es muy directa, dice medio en serio, medio en broma: “Hay quienes piensan que pueden venir a entrevistar al bosque y no lo pueden hacer”. Por ello insiste en las alianzas, en caminar juntos, en investigar con la mentalidad abierta y hacer comprender un conocimiento que, en el caso de los pueblos indígenas, no viene de un día, ni de meses, ni de años, sino de toda una vida. Una tarea titánica en un mundo donde las conexiones tienen más que ver con lo artificial que con lo natural, con lo digital que con la tierra.

En la mesa también se pidieron recetas para actuar, para adaptarse o mitigar el cambio climático. Y el mismo término usado por Gualinga sirvió de nuevo para dibujar la distancia abismal entre su conexión con la naturaleza y la mirada occidental. “Desequilibrio ambiental”, lo llamó ella. Sara López lo expresó así: “La tierra gime de dolor”. Toca escuchar para poder entender.

Fuente
Climática - A fondo con la Biodiversidad

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