Jarawara es el nombre
más común para designar a este pueblo, sin embargo también se utiliza Jarauara,
Yarawara o Jaruára. Al preguntarles sobre su auto-denominación, responden que
ellos mismos se nombran “e yokana”, cuyo significado literal es “personas de
verdad” (Vogel, 2006), pero lo traducen como “personal mismo”.
Los Jarawara formaban
en 2006 un pequeño grupo de aproximadamente 180 personas, que en 2010 llego a
218 personas. Todos viven en la Tierra Indígena Jarawara/Jamamadi/Kanamanti,
homologada en 1998 y ubicada en el medio río Purus, entre los municipios de Lábrea
y Tapauá, donde también habitan los Jamamadi/Kanamanti. Hace por lo menos
80 años que viven en su territorio tradicional, área que corresponde a cerca de
un tercio del total de la Tierra Indígena y abarca regiones de tierra firme y
de transición con la vega (Schröder 2002: 85).
El nombre de la etnia
Jarawara, al contrario de otros grupos indígenas de la región, no figura en
ningún documento histórico sobre el río Purus, por lo que no es posible saber
el origen de esta población por estas fuentes. Por otro lado, los propios
indios afirman ser originarios del “alto río Purus en el estado del Acre”, es
decir que probablemente bajaron por el río hasta llegar al sitio donde están
actualmente. Basándose en relatos biográficos, se puede suponer que han vivido en
el área (hoy homologada como Tierra Indígena) por lo menos 80 años. De todos
modos, es difícil determinar fechas exactas: la memoria histórica de los
Jarawara parece ir de la mano de la memoria genealógica que, como en el caso de
diversos pueblos indígenas, no excede dos generaciones desde la actual. Ellos
cuentan que “sus abuelos dijeron que los abuelos de ellos dijeron que” vinieron
del alto río Purus y se asentaron en la región.
Los Jarawara cuentan
que hace cerca de 60 años muchos de ellos se casaron con integrantes de “otro
pueblo” llamado Wayafi, que hablaba la misma lengua, compartía gran parte de la
mitología de los Jarawara y que llegaron a la región huyendo de los Apurinã.
Debido a esto, los Jarawara se declaran “mezcla de dos gentes, Jarawara y
Wayafi”. Los individuos que hoy tienen más o menos 50 años de edad saben
perfectamente quien desciende de quien, pues sus padres y madres eran Wayafi o
Jarawara que se casaron con Wayafi. Aunque los adultos marquen la diferencia
entre los dos grupos, el hecho parece no tener consecuencias sociológicas.
Creemos que los Wayafi y los Jarawara fueron antiguamente subgrupos de una
misma etnia; sin embargo, no hay como comprobar esta hipótesis.
Lengua
Los Jarawara hablan la
lengua homónima del nombre del pueblo, perteneciente a la familia lingüística
Arawá y bastante emparentada con las lenguas (también de familia Arawá) de los
Jamamadi y de los Banawa-yafi, con quienes se comunican muy fácilmente si es
necesario. Sin embargo, la tonada y la forma de hablar son muy diferentes: el
jarawara es más veloz y más nasal que las otras lenguas. Solo dos o tres
hombres hablan fluidamente el portugués.
La lengua jarawara fue
estudiada en profundidad por el lingüista misionero Alan Vogel y por Robert
Dixon, que publicaron diversos artículos, tesis y libros sobre el tema. La
ortografía jarawara consiste en once consonantes (b, t, k, f, s, h, m, n, r, w,
y) y cuatro vocales (a, e, i o) y fue elaborada en 1988 por integrantes de la
Sociedad Internacional de Lingüística (SIL), tomando en cuenta principalmente
la ortografía jamamadi, cuyo inventario de fonemas es muy parecido (Vogel 2006:
45).
Cosmología
El cosmos jarawara está
dividido en cuatro dimensiones: la tierra, el cielo, las aguas y abajo de la
tierra. El cielo y la tierra son muy parecidos y habitados por los mismos tipos
de seres: humanos, animales, plantas, espíritus de animales y plantas, y
monstruos. Sin embargo, el cielo parece ser una versión mejorada de la tierra.
Allá, el mundo es joven y bello, y los cazadores logran cargar un anta solos.
Además, existe un cielo arriba del otro cielo, donde vive Jesus, pero esta
figura los Jarawara no la conocen y no saben describirla, pues los xamãs
(líderes espirituales) nunca visitaron el cielo de más arriba. Por otro lado,
los xamãs van seguido al cielo de “más cerca”, por donde transitan siempre que
tienen ganas. Abajo de la tierra, viven los espíritus de algunas plantas, como
la mandioca, y también los “espíritus viejos” (inamati bote), que son caníbales
y suben constantemente a la tierra para buscar humanos para sus comidas. En las
aguas y en los ríos, viven los monstruos más peligrosos del cosmos: los maka
(“serpiente”, literalmente), cuya capacidad de transformación corporal les
permite ser vistos tanto en forma animal como en forma humana. Los Jarawara son
terrestres y están siempre alertas de que otros seres (terrestres o no)
capturen sus almas, sin embargo también poseen relaciones de parentesco muy
estrechas con los habitantes del cielo.
Para los Jarawara,
cuando los árboles y plantas cultivadas empiezan a crecer (pero todavía están
pequeños), sus espíritus salen de bajo de la tierra y comienzan a llorar. Los
espíritus que viven en el cielo escuchan el llanto, descienden para buscar a
los “chicos” y vuelven con ellos al cielo, donde son adoptados o van a vivir
con algún espíritu jarawara de la misma familia ya muerto. Este espíritu de
planta, que ahora vive en el cielo, es considerado tanto el “hijo” de la
persona que lo plantó, como de la planta de la cual salió. Un Jarawara dice,
por ejemplo, que determinado espíritu es “hijo del Okomobi” e “hijo de la
banana”, al mismo tiempo que también es hijo adoptivo de aquellos que lo
criaron en el cielo.
Cuando una persona
muere en la tierra, es enterrada al lado de los árboles que plantó. Luego de
algunos días, o durante la puesta del sol del mismo día del entierro, los
Jarawara afirman que diversos seres salen de la cueva, o mejor, salen del
cuerpo del muerto (más específicamente del vientre o del hígado). Estos seres
corresponden a por lo menos tres de los siguientes: un espíritu de onza
(Panthera onca), un espíritu (inamati), un monstruo (yama) y un animal – como
el mono, el gavilán o el anta. Cada uno tendrá su destino particular. El animal
recorrerá la tierra y correrá el riesgo de ser cazado por un Jarawara en
cualquier momento. El espíritu de la onza será llevado y domesticado por un
xamã del cielo. El monstruo podrá tener dos destinos: o bien será llevado por
un espíritu de planta bienhechor que lo aprisionará en un lugar desconocido, o
recorrerá la tierra suelto, molestando a todos pues será caníbal. Igual que el
monstruo, el espíritu que sale como espíritu mismo también tendrá dos destinos.
Es posible que en lugar de salir un solo espíritu del cuerpo del muerto, salgan
dos. En este caso, cada espíritu seguirá uno de los siguientes destinos:
En el primer caso, los
“hijos” y “nietos” del individuo muerto lo recogerán y lo llevarán al cielo.
Estos “hijos” y “nietos” son los espíritus que salieron de las plantas cultivadas
por el individuo a lo largo de su vida. Es decir, cuanto más árboles un
Jarawara haya plantado, más “hijos” tendrá en el cielo. Una vez en el cielo, el
espíritu del muerto se queda algunos días en la aldea de sus familiares,
descansando. Una vez finalizado este periodo, será llevado a otra aldea en el
cielo, donde pasará por el ritual de iniciación femenina, no importa si es
hombre o mujer. En este ritual, será azotado, de la misma manera que las chicas
lo son en la tierra. Luego de que las heridas cicatricen, el espíritu
podrá volver a la aldea de sus “hijos” y “nietos”, siempre en el cielo, donde
permanecerá junto a sus “parientes”.
El otro destino posible
del espíritu que sale de la persona muerta es llamar a sus “hijos” del cielo
(espíritus que salieron de las plantas cultivadas por ella durante su vida)
para que se vuelvan antas. Todos ellos bajan a la tierra, donde los “hijos” de
otras personas (espíritus de plantas cultivadas por personas de la tierra) los
golpean con un palo para que se transformen en pecaríes barbiblancos. El muerto
y sus “hijos” transformados en pecaríes barbiblancos pasan a vivir en la
tierra, también susceptibles de ser cazados o comidos por los Jarawara en
cualquier momento. El espíritu de la persona que murió y que llamó a sus
“hijos” para que se transformaran en pecaríes será el “dueño (hitiri) de los
pecaríes barbiblancos” de este bando. Este espíritu puede aparecer para los
xamãs jarawara sin avisar o sin ser llamados, e informar donde están los
pecaríes, lo que resultará en una caza exitosa si los hombres se dirigen al
lugar indicado. Al mismo tiempo, este espíritu “dueño de los pecaríes
barbiclancos” (que es una Jarawara fallecido) posee vínculos de parentesco con
los vivos, debido a que cuando aparece un grupo de pecaríes cerca de la aldea
de los vivos, los Jarawara dicen “el dueño, nuestro pariente, extrañaba los
suyos y vino a visitarlos, mostrando el camino y trayendo sus hijos pecaríes”
(que serán cazados y comidos por los Jarawara si logran agarrar sus escopetas a
tiempo).
Fuente: Povos Indígenas
do Brasil
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