La mayoría de la gente cree que el chamanismo es un viaje psicodélico de visiones y magia.
Luces, fractales, serpientes sagradas y jaguares interestelares.
Creen que el poder de las plantas está en lo que provocan: trance, meditación,
catarsis, vómitos, lágrimas, epifanías.
Y sí, todo eso sucede.
Pero esa idea tan extendida deja un punto ciego en la cultura.
Porque confunde el efecto con la sabiduría, la experiencia con la comprensión,
la sustancia con el camino.
La verdad es que el chamanismo no solo es tomar o servir plantas.
El chamanismo comienza con una mirada honesta hacia lo propio, no con la adopción de símbolos externos.
La raíz chamánica no se encuentra en tierras lejanas, sino en la historia personal de cada quien.
La mayoría de la gente cree que para conectar con lo ancestral hay que viajar al Amazonas,
tomar plantas maestras y memorizar cantos en lenguas que no entiende.
Y sí, ese viaje puede ser bello, pero también puede volverse una forma más de evasión.
Porque lo ancestral no es una estética. Es una relación. Una raíz. Una memoria.
Y esa raíz no está escondida en un rincón de la selva. Está en tu historia.
En la voz de tu abuela. En la forma en que tu madre pelaba las papas o tu padre caminaba en silencio. Está en las pérdidas, en los rituales y en los silencios que heredaste y aún no has nombrado.
Ancestral no quiere decir indígena. Quiere decir: los que vinieron antes de ti.
Pero como no lo vemos en vitrinas, en reel virales, como no tiene plumas ni cantos ayahuasqueros, y como los conocemos de toda la vida, parece poca cosa. Y entonces buscamos afuera lo que ya arde adentro.
Por ese desconocimiento muchos inician su camino chamánico desde árboles genealógicos ajenos. Adoptan linajes que no comprenden, copian palabras que no les pertenecen, repiten fórmulas sin haber pelado su propia historia.
Recuerda tu espíritu
Con Sabor a fuego
Taita Ale
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