El aula no es solo un salón con bancos, pizarrón y ventanas. Es el lugar donde pasan cosas que no figuran en el horario: alguien se anima a levantar la mano por primera vez, alguien se frustra y se queda callado, alguien llega con una mochila más pesada que la que lleva en la espalda.
El aula no es neutra: respira lo que se dice y lo que no. Lo que se permite y lo que se ignora. Tiene clima. Hay días que se siente liviana, con aire de juego, de confianza. Y hay días en que pesa. Pesa el miedo a equivocarse, el silencio tenso, la mirada que juzga.
Por eso no alcanza con tener todo en regla: la planificación, la asistencia, la disciplina. Si no hay un buen clima emocional, el aprendizaje se tensa, se vuelve frágil, se apaga. El cerebro no puede concentrarse, ni retener, ni arriesgar... si siente que está en peligro. Y a veces el peligro no es externo: es la sensación de no estar a la altura, de no ser suficiente, de que nadie nota si estás o no estás.
El aula también es ese lugar donde una sonrisa cambia un día. Donde una pregunta bien hecha puede abrir una puerta. Donde un “¿estás bien?” puede valer más que una nota. Y cuando eso pasa, cuando el espacio emocional se cuida, el aula deja de ser solo un lugar. Se vuelve un encuentro. Y ahí sí: el aprendizaje aparece.
Laura Lewin
No hay comentarios:
Publicar un comentario