El Conejo de la Luna es una de las leyendas más antiguas y queridas de la mitología mexica, que explica cómo este humilde animal terminó inmortalizado en la superficie de la luna. Esta historia no solo es una reflexión sobre el sacrificio y la humildad, sino también un recordatorio de cómo la bondad es recompensada, aun en las circunstancias más inesperadas.
La leyenda cuenta que el dios Quetzalcóatl, en una de sus muchas formas, decidió emprender un largo viaje por el mundo terrenal. Tomando forma humana, caminó durante días bajo el sol ardiente y la fría luz de la luna, recorriendo tierras vastas sin descanso. Con el paso del tiempo, el cansancio y el hambre comenzaron a pesarle. Desgastado y hambriento, se detuvo al borde de un camino, sin fuerzas para continuar.
En ese momento, un pequeño conejo apareció cerca de él, mordisqueando tranquilamente algunos brotes. Al verlo tan abatido, el conejo, en su humildad, le ofreció la única cosa que tenía: "Come de lo que yo como", le dijo. Quetzalcóatl, agradecido pero consciente de que las plantas que el conejo comía no le proporcionarían sustento, admiró la generosidad del pequeño animal.
Conmovido por su bondad, Quetzalcóatl decidió honrar al conejo de una manera que sería recordada por siempre. Tomó al animal en sus brazos, lo elevó hacia el cielo y lo estampó contra la luna, de modo que su figura quedara marcada en su superficie. Así, le dijo: "Aunque seas pequeño y humilde, a partir de ahora, todos te recordarán. Allí estarás por siempre, en la cara de la luna, visible para todos."
Desde entonces, cuando se observa la luna llena, se puede distinguir la silueta del conejo en su superficie. En muchas culturas de Mesoamérica, esta leyenda ha sido transmitida a través de generaciones, simbolizando el valor de la humildad y la bondad.
Fuente
#Planeta Azul
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