El pozo y el desvío.
| La excavación de unos tres metros y en su fondo, otra que respondería a que
la “caja se corrió”. | Foto: Natalia Guerrero
Si el resplandor es
rojizo, se trata de oro. En cambio, si esa especie de luz o gas iluminado que
sólo se puede observar de noche es blanco, de seguro se trata de plata
enterrada en ese punto que, de todas formas, habrá que confirmar mediante
máquinas especiales o simplemente un péndulo colgado de uno de los dedos de los
buscadores de tesoros.
En San Ignacio, las excavaciones no dejan de sorprender inclusive a los que
viven desde hace décadas, los que desde entonces escucharon una y otra vez
sobre los tesoros escondidos por los jJesuitas, antes de su definitiva
expulsión de las tierras en donde ya habitaban los guaraníes.
En San Ignacio hay quienes aseguran que “acá, estamos parados sobre tesoros”,
como lo dice quizás el más conocido buscador de “entierros”, Mario Lezcano,
quien incluso se autoproclama como un gran conocedor de todos los caminos del
municipio y de dónde están todas las excavaciones con sus distintas historias.
Es decir, si se encontraron o no algunos de esos supuestos cofres llenos de
distintos elementos de plata y oro, escondidos por el temor de los adinerados
en ser víctimas de los robos en momento en que todos buscaban un lugar en el
mundo, aún con mucho por descubrir.
Sin dudas que el oro de los jesuitas, hasta las riquezas desparramadas por la
región tras el saqueo de Asunción en la Guerra de la Triple Alianza, siguen
siendo las bases de todas las historias de tesoros y fortunas enterradas en
gran parte de la región de los jesuitas.
Pero para el reconocido historiador brasileño Arnaldo Bruxer, es un “mito
imposible de extirpar”.
El autor, en su obra “Los treinta pueblos guaraníes” sostiene que los jesuitas
de las Misiones del Paraguay “no poseían ni tesoros ni riquezas fabulosas, ya
que lo que más valía en esa época “no era la materia prima, sino la mano de
obra”.
Para el investigador, “solamente individuos de una supina ignorancia pueden
creer en las fabulosas riquezas de las Misiones Jesuíticas”.
Dos años antes de esa afirmación que no detuvo ni mucho menos a los buscadores
de tesoros, un grupo de estudiantes de ciencias antropológicas de la
Universidad de Buenos Aires, llegaron a Misiones para tratar de revelar lo que
por ahora parece más una fiebre que una realidad palpable.
El resultado de los trabajos de campo, no se pudo saber si se concluyó o está
aún en elaboración.
Moneda y medallas, ¿rusas?
Mario Lezcano desafía al investigador. Vive en San Ignacio desde hace más de 40
años y asegura conocer los lugares de los entierros como nadie, al igual que
donde ya se hicieron las excavaciones, con distinta suerte según quiénes se animaron
a empuñar palas y picos para llegar al punto esperado, ese lugar donde se logra
“tocar algo”.
“Fue en la zona de María Antonia, a unos nueve metros… fue hace unos dos años
más o menos”, explicó Lezcano, respecto al hallazgo de una gran moneda con escritura
rusa y una medalla un poco más chica.
“Yo creo que tienen algo de oro, no en toda su talla, pero algo de plata
también debe tener”, dijo el buscador de tesoros.
La moneda tiene alrededor de mil años de existencia de acuerdo a las fechas
inscriptas en su cara y de acuerdo a lo se pudo establecer, rodeando unos
ángeles, en ruso están escritas frases relacionadas al Espíritu Santo y al
Padre Nuestro en su “seca”.
No mostró, en cambio, otros de sus tantos hallazgos. Dijo que no lo hará, que
se trata de un secreto absoluto y sólo mencionó algo sobre una “panera de plata
de unos 400 gramos de peso”.
Los entierros
Tras la llegada de los españoles al continente, empezó a hacerse costumbre el
enterrar bajo tierra las riquezas en joyas, oro y especies valiosas, por los
continuos asaltos que sufrían las grandes fincas por grupos o familias enteras
de bandoleros.
El paso del tiempo muchos de los hacendados y terratenientes murieron dejando
supuestamente esos tesoros escondidos en las que fueron sus tierras y en el más
absoluto secreto.
Nadie, al menos, pudo o dijo encontrar esas riquezas.
Décadas después, a esos entierros les llegó la época de los buscadores.
De esas personas “elegidas” que dijeron ver en las noches oscuras una especie
de brasas ardientes, que de ser color rojizo se trataba de un entierro de oro y
si era de color blanco, el entierro era de plata.
En San Ignacio, el señor de los entierros, Lezcano, explicó cómo deben hacerse
los desentierros.
“El péndulo te lleva”, dijo y explicó que “a medida que uno se va
acercando al lugar exacto, el péndulo empezará a moverse con más fuerza hacia
uno y otro lado, por lo que allí donde se tiene que empezar a cavar.
Y la misión de cavar la cumplen tres personas. Dos a pico y pala y el restante
se encarga con otra pala de retirar la tierra a un costado, para liberar la
zona y permitir que el trabajo se realice lo más rápido posible.
Pero tanto el buscador de San Ignacio como otros que no quisieron dar su
nombre, coincidieron en que “si el tesoro allí escondido no es para vos, se
correrá, lo obtendrá para quien realmente lo merezca”.
Eso, según dijeron, responde a otro mito que parece más increíble aún. Según lo
relatado, el tesoro se moverá si él o los buscadores persiguen con
obsesión y codicia el objetivo que, para muchos, es un simple hobby,
entretenimiento.
En el pozo, un desvío
El buscador llevó a El Territorio a reconocer algunas de las excavaciones
realizadas hace semanas en San Ignacio. A un costado del camino que llega al
peñón del Teyú Cuaré y al Club del Río, se encuentra uno de ellos.
A pocos metros de la avenida terrada y ciertamente ocupada por varios intrusos
que se suman por épocas, efectivamente se encuentra una excavación de
unos tres metros de profundidad y bien prolija, con sus paredes bien demarcadas
por las paladas de los buscadores de tesoros.
Pero en el fondo de la excavación, se observa claramente un desvío o
segunda excavación pero hacia otra dirección.
“Eso es porque se corrió el tesoro, es lo que les digo, cuando no es para uno,
lo que hay enterrado se corre”, dijo Lezcano.
Pero no sólo con el péndulo se puede establecer el lugar exacto del entierro
hecho hace cientos de años, por lo que se cree en la historia jesuítica.
También están las máquinas que indican con un sonido la presencia de metales.
“Incluso con los metros casi exactos de profundidad”, se explicó.
En Cerro Corá, en la casa de un médico habría funcionado también con
certeza el péndulo, detectando la presencia de metales. Años atrás, una mujer
denunció que su abandonada estancia es víctima permanente de los excavadores.
En Candelaria, un hombre asegura que un barrio entero se construyó arriba de
terrenos en donde “todos saben que hay entierros, siempre se vieron destellos
dorados”. En San Ignacio, hasta de Oberá se llegan para buscar tesoros
enterrados.
De piedras y males históricos
José Luis Pozzobon, director del Programa Misiones Jesuíticas, reflexiona sobre
los supuestos tesoros, los entierros y la presencia de varios de los
buscadores. “Terminan destruyendo patrimonio de la humanidad, porque se llevan
piedras que no tienen valor nominal sino cultural”.
Para el funcionario, los buscadores de oro, “son uno de los tres males que
sufren las ruinas, los otros son el clima y el paso del tiempo”.
El historiador brasileño Arnaldo Bruxer, quien consagró su vida desde 1944 al
estudio de la historia misionera en el antiguo Paraguay, se pregunta en la obra
“Los Treinta Pueblos Guaraníes”, ¿Qué tesoros podrían tener?
Analiza el brasileño que los antecedentes de monedas desenterradas “tal vez
pudieron pertenecer a algún rico hacendado de tiempos posteriores, acaso
sorprendido por alguna revolución, no ciertamente a los misioneros de la
Compañía de Jesús”.
Fuente
Diario El Territorio
– 28 de Enero de 2.018