lunes, 29 de enero de 2018

Los tesoros que esconden las ruinas jesuíticas



Escrito por Alfredo Poenitz 

Especial para El Territorio 

Muchos habitantes de este territorio que fue el centro durante un siglo y medio de la más importante experiencia de la Iglesia en Hispanoamérica, la de los Jesuitas con la población guaraní, sueñan con el “oro dejado por los Jesuitas” enterrado en estratégicos espacios cercanos a las ruinas de los otrora imponentes pueblos misionales. 

Y muchos de ellos dedican gran parte de su vida a esos menesteres. 

Sueñan con lingotes de oro, con misteriosos túneles ocultos que cruzan por debajo de ciudades, con espíritus tutelados que custodian secretos revelados a algunos elegidos. Y en ese universo fantástico, mágico, es posible hallar sonidos lejanos de invisibles campanas que repican en los montes, o gruesas cadenas sumergidas en lagunas “asombradas”, o blancos caballos luminosos que rodean los vestigios materiales que han quedado de aquella formidable experiencia religiosa.

El tema está siempre presente en el colectivo imaginario del hombre del Litoral, porque estos mitos trascienden el espacio geográfico de la Provincia Jesuítica del Paraguay (1609-1768). En la espontaneidad de las charlas, con habitantes de las ciudades o de los campos, indistintamente, surge con toda fuerza alguna cautivante historia de algún personaje, real, con nombre y apellido, a quien el destino le permitió gozar de una enorme fortuna gracias al hallazgo de un “tesoro jesuítico”.

Pero esta creencia no es nueva ni se limita a la población criolla o mestiza, más propensa, según la equívoca idea que circula en general entre los habitantes de esta región. Los venidos de la Europa Oriental a principios del siglo XX a poblar estas tierras traían en sus hábitos culturales muchas supersticiones que fueron alimentadas al mismo momento de pisar suelo misionero. 

Y entre los “buscadores de tesoros” no sólo hallaremos descendientes de la población criolla o mestiza de estos lares, sino también muchos hijos de ancestros europeos tan propensos a estas creencias como los propios hijos de estas tierras.

El propio gobernador de Misiones después de la expulsión de los Jesuitas en 1768, Bruno Mauricio de Zabala, quedó atrapado en la ambiciosa fantasía de los tesoros ocultos, lanzándose a una loca carrera de la búsqueda de las riquezas dejadas por los Jesuitas, dedicando gran parte de su administración a este objetivo. 

No existe un solo documento que indique el hallazgo de monedas de oro, ni lingotes ni nada que se le parezca. Pero de allí en más el sueño del hallazgo de los tesoros ocultos no decayó. No sólo ello, sino que, al ser nuestra provincia, como la de Corrientes, escenario importante de la Guerra de la Triple Alianza, aquel sueño se vio acentuado por los presuntos ocultamientos de cofres con joyas y tesoros de las familias ricas del Paraguay, dejadas a resguardo en estratégicos rincones donde aún permanecen y alimentan la codicia de los “buscadores de tesoros”.

Estos mitos de tesoros ocultos no son exclusivos de los habitantes de estas tierras que aún buscan explicaciones al esplendor de esta región durante los tiempos de los Jesuitas.

Estos mitos se extienden desde la cordillera de los Andes hasta el océano Atlántico. Es raro no escuchar en esta amplia geografía sobre algún cerro dorado o alguna cueva encantada que encierra riquezas de oro y plata en sus entrañas, que no estén custodiados por algunos negrillos que desaparecen a los ojos del curioso que se les acerca, espacios que emitan luces y resplandores acompañados a veces de bramidos estrepitosos. 

Estas aprensiones se remontan al mismo momento de la conquista española del territorio rioplatense. En la zona andina estos tesoros llevan el nombre de “huacas” o “guacas” que en el idioma quechua referencia algo sagrado e inaccesible. 

El propio Inca Garcilaso de la Vega los explica en sus “Comentarios Reales del Perú”. Esas “huacas” aún siguen siendo motivo de desvelos de los habitantes andinos. Y tienen su sustento en la tradición quechua de enterrar las autoridades indígenas con sus alhajas y piedras preciosas. El enterramiento se hacía en forma secreta y en lugares recónditos realizado por algún pariente muy cercano que llevaba ese secreto a su propia tumba. 

La anciana que sabía
Narra Daniel Granada en su clásico libro “Supersticiones en el Río de la Plata” que es común escuchar en el sur de Corrientes la historia de una anciana del pueblo de La Cruz, antigua misión jesuítica, que había ayudado a los jesuitas a enterrar sus tesoros con el juramento de no revelar jamás el lugar del ocultamiento. 

Pero su ancianidad y su debilidad física y mental la llevaron a condescender con algunos cercanos, aunque sus datos fueron falsos o distorsionados por su débil memoria, lo que derivó en búsquedas incesantes, como infructuosas en amplios espacios cercanos a las ruinas jesuíticas.

Hoy el encanto y la fascinación por hallar esos deseados tesoros no han decaído...
Siguen vivos en muchos habitantes de estas tierras. Y ese fascinante mito no discrimina nivel de educación, ni origen cultural. 

La fuerza del enriquecimiento a partir de estos hallazgos, abonada por historias que se consideran reales por el imaginario colectivo misionero de algunos afortunados por estos tesoros, hacen que esta creencia se mantenga viva e inextinguible en estos tiempos posmodernos.

Fuente
Diario El Territorio (Posadas) 28 de Enero de 2.018

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