En un mismo terreno, bajo el mismo sol y la misma lluvia, cayeron dos semillas.
La primera se abrió enseguida.
Quería crecer rápido, mostrarse, impresionar.
Salió con fuerza, pero sin raíces.
Y cuando llegó el primer viento fuerte, se la llevó…
No porque fuera débil, sino porque no estaba lista.
La segunda semilla hizo algo distinto.
Se quedó cerrada.
No por miedo, sino por sabiduría.
Mientras afuera no pasaba “nada”, por dentro estaba construyendo algo que nadie veía:
raíces…
fuerza…
estructura.
La primera buscaba resultados.
La segunda, fundamentos.
Con el tiempo, cuando finalmente decidió brotar, ya no había viento que pudiera moverla.
Su crecimiento fue más lento… sí.
Pero también más firme, más seguro y más verdadero.
Y esa es la vida.
A veces vemos a otros avanzar rápido y sentimos presión por abrirnos antes de tiempo.
Pero cada persona tiene su ritmo.
Lo que tarda en crecer… suele ser lo que más profundo e inquebrantable se vuelve.
No te apures.
No te compares.
No te desesperes.
Tu proceso también está trabajando, aunque no se vea.
Recordá: no todo lo que tarda fracasa.
A veces, lo que tarda… es lo que más fuerte llega.

No hay comentarios:
Publicar un comentario