lunes, 3 de noviembre de 2025

LA LEYENDA DEL CEMPASÚCHIL, LA FLOR QUE UNE EL CIELO Y LA TIERRA




Cuentan los abuelos que, hace muchos siglos, vivieron dos jóvenes que se amaban con pureza infinita: Xóchitl y Huitzilin. Desde chicos juraron que su amor duraría para siempre, bajo la promesa del sol.
Cada día subían juntos a la montaña para ofrecer flores al dios Tonatiuh, pidiendo que su unión jamás se apagara, ni siquiera cuando el destino los separara.

Pero llegó la guerra, y Huitzilin fue llamado a defender su pueblo.
Pasaron los días, los soles y las lunas… hasta que la noticia más temida llegó:
el valiente Huitzilin había caído en batalla.

El corazón de Xóchitl se cubrió de nostalgia. Subió de nuevo a la montaña donde habían sellado su promesa, y con lágrimas en los ojos elevó su plegaria al dios Tonatiuh:
que le permitiera unirse a su amado, aunque fuera más allá de la vida.

El dios del Sol, conmovido por la pureza de su amor, transformó a la joven en una flor dorada, cálida como su luz, para que así su esencia viviera por siempre en la tierra.
Esa flor fue llamada Cempasúchil, la flor de veinte pétalos, símbolo del amor que vive más allá del tiempo.

Entonces un día, un colibrí voló hasta aquella flor.
Era el alma de Huitzilin, que había vuelto en forma de ave para buscarla.
Al tocar sus pétalos, la flor se abrió completamente, esparciendo su perfume por todo el valle.
Así, los dos enamorados se reencontraron, y desde ese día, cada otoño, el sol hace florecer los campos para recordar su amor eterno.
Y desde entonces, cada Día de Muertos, el alma de Xóchitl florece en miles de pétalos dorados que iluminan los caminos, guiando a los espíritus con su color y su aroma para que encuentren el regreso a casa.
Porque el amor verdadero, dicen que no desaparece, solo se transforma en luz… y cada pétalo es una promesa de reencuentro.

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