viernes, 19 de julio de 2024

El Quetzal - Leyenda Maya


Cuenta la leyenda que Kuk, quien era hijo de los antiguos dioses mayas, se convirtió en una hermosa ave de colorido plumaje que habitó años más tarde en las selvas tropicales del sureste de México.Se dice que cuando reinaba el silencio y no existían los hijos de los habitantes en el mundo entero, los dioses y dioses se reunieron para crear el universo.
Discutieron acerca del nacimiento de la Tierra, las montañas, los ríos y los valles y su distribución en bosques, barrancos, maleza y hierbas. Tuvieron algunos días de acuerdo, para finalmente dar por terminada su perfecta Creación.
Sin embargo, Kuk el pequeño no se mostraba en acuerdo con lo hecho por los dioses; su rostro y cabellera negra sólo reflejaban su inconformidad y deseo de bajar para poder convivir con las criaturas de la entonces Tierra. De esta manera hizo sus súplicas a Cabagil (Corazón del Cielo):
—¿Por qué no he de poder bajar a la que llaman ahora Tierra?
El dios del cielo no comprendía lo que el joven quería decir.
—Quisiera poder jugar con los pájaros y bestias que ustedes mismos han creado —insistió el pequeño.
Cabagil, muy asombrado, de inmediato se dirigió al consejo principal de los dioses, integrado por Gukumatz (Poderoso del Cielo), Tzakol (Constructor), Bitol (F ormador), Tepeu (Dominador), Alom (Procreador) y Cajolom (Engendrador). Sin embargo, los dioses rechazaron de inmediato la súplica del pequeño Kuk.
Pero Ixpiyacoc e Ixcumané, abuelos de Chirakán (Sol) accedieron a los deseos del joven. Ya sin más qué decir, el resto de los dioses permitieron que Kuk emprendiera su viaje a la Tierra.
De esta manera Kuk, cubierto de piedras preciosas, bajó a la Tierra, carente de ropa y cualquier otra cosa con la que pudiera defenderse. Todas las criaturas que habitaban en aquel lugar eran demasiado bellas y el joven no quedó opacado por ello, ya que la suavidad de su piel contrastaba con el espesor de los matorrales.
Al verlo pasar las aves, las fieras y hasta los propios lagos, se quedaban asombrados de tan hermoso ser. Cuentan los historiadores mayas que por las noches el joven se bañaba entre las corrientes de aguas cristalinas. Para entonces, las fieras quedaron perdidamente enamoradas de él, llevándole piedras preciosas. El joven Kuk agradecía el detalle colocándolas en su piel.
El brillo de las esmeraldas, jades y chalchihuites, mezclado con el resplandor de las aguas en la piel de Kuk eran un espectáculo exquisito. Kuk se sentía feliz viviendo entre las aves, reptiles y fieras, quienes también lo admiraban y querían.
Con el paso del tiempo, la soberbia y el narcisismo comenzaron a apoderarse de Kuk, quien ya no pasaba horas jugando y conviviendo con los animales, sino observándose en las aguas de los arroyos y en cualquier superficie reflejante.
Ante esto, los dioses se reunieron alarmados. Tomaron la decisión de regresar a Kuk al manto verde o mansión del cielo, llamado Gug, y crear otros seres que poblaran la Tierra. Éstos serían creados por el dios que manejaba el maíz y la madera.
Kuk estaba realmente furioso, no quería que nadie más habitara la Tierra. Pensaba que estos seres infelices de madera no tendrían la suficiente inteligencia como para caer postrados ante su inigualable belleza. Así que el joven soberbio se reveló contra los dioses, a pesar de que éstos le habían advertido que Xecoteoguah le sacaría los ojos, Camalotz le cortaría la cabeza, Tucumbalam le trituraría los huesos y le rompería los nervios; y que, finalmente, Cotzbalam lo devoraría.
Mas Kuk, que no sentía miedo absoluto más que a perder su belleza, se amedrentaba contra la decisión para él ingenua de los dioses. Esto enfureció día a día a los pobladores del Gug, quienes finalmente decidieron que los abuelos bajaran a la Tierra como emisarios para tratar de convencer al joven. Una vez que los abuelos descendieron a la Tierra, el pequeño Kuk se ocultó entre la maleza, eligiendo como refugio perfecto las selvas.
Por fin Tucumbalam lo vio desde el cielo y lo llevó ante los abuelos. Las súplicas de Ixpiyacoc y las lágrimas de Ixcumané no surtieron efecto ante el engreído muchacho. Así que los dioses decidieron darle un castigo ejemplar.
Cuenta la leyenda que al día siguiente, los animales se reunieron, asombrados, para ver una nueva especie de pájaro, la cual era un ave hermosa con plumaje color gris, alas prolongadas, cola larga y la cabeza coronada por un resplandeciente penacho verde. Desde aquel momento el ave gallardamente permanecía entre las ramas de un árbol. Al ver los ojos expresivos del ave, las fieras y los animales supieron de quién se trataba: ¡Era Kuk, el hijo de los dioses!, que había sido transformado para embellecer los bosques de las montañas de México y Centroamérica.

Fuente: The History Composer

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