lunes, 17 de junio de 2024

Morir de Amor / Martín Miguel de Güemes



A Martín Miguel de Güemes todos lo respetaban, hasta sus enemigos. Era además un soltero codiciado por las mujeres. De Carmen Puch, las crónicas de la época decían que poseía una belleza incalculable, al punto que algunos la consideraban la más hermosa de Salta. La escritora Juana Manuela Gorriti solía decir que “era una mujer maravillosa, con todas las seducciones que puede soñar la más ardiente imaginación”.

La muchacha había nacido en 1797 y era hija de un español de fortuna, que adhirió a la causa revolucionaria donando casi todos sus caballos a “Los Infernales”. Güemes era el comandante de ese ejército de héroes gauchos, y por eso es lógico que Carmencita lo admirara.

La que ofició de celestina y los presentó fue Macacha Güemes, apenas se enteró de que su hermano había roto su compromiso con su novia, Juana María Saravia. Eran épocas de guerra y el amor entre Carmen y Martín fue igual de intenso. Se casaron enseguida, en 1815, a dos meses de que Güemes fue nombrado gobernador.

Ella tenía 18 años y él pisaba los 30. La boda entre el hombre de coraje legendario, que acababa de ser ascendido a teniente coronel por el General San Martín, y la belleza de pelo rubio, se celebró en la catedral de Salta y se festejó en la ciudad y en la provincia entera durante varios días.

Dos años más tarde, comenzaron a nacer los hijos: Martín del Milagro, que luego fue gobernador de Salta; Luis e Ignacio, a quien Güemes nunca llegó a conocer. La vida en el norte del país era muy agitada y los enemigos del general gaucho muy poderosos.

Carmen tuvo que cambiar varias veces de residencia para proteger la seguridad de su familia y también acostumbrarse a ver partir a su hombre para librar tantas batallas.

En su desesperación por quebrar a Güemes, los realistas llegaron a planificar el secuestro de Carmen y sus hijos con el propósito de extorsionarlo. Embarazada de ocho meses, la mujer no dudó en cargar al pequeño Martín de tres años y a su bebé Luisito de un año, para hacer un peligrosísimo viaje a caballo hasta una estancia de su padre en Rosario de la Frontera.

Hasta allí le llegaban las cartas que Martín le escribía cada día y que le enviaba con un mensajero. En la última que pudo escribirle le decía: “Mi idolatrada Carmen: Es tanto lo que tengo que hacer que no puedo escribirte como quisiera, pero no tengas cuidado de nada, pronto concluiremos esto y te daré a ti y a mis hijitos mil besos, tu invariable Martín”.

También Carmencita le escribió la única carta que se le conoce, en la que le dice: “Mi vida, mi cielo, mi amor, por Dios cuídate mucho y no vas a estar descuidado (…) Mi amor, cuándo será el día que tenga el gusto de verte y estrecharte en mis brazos y darte un millón de besos''.

Los esposos nunca pudieron darse ni uno solo de todos esos besos escritos y prometidos, porque el 7 de junio de 1821 los realistas le tendieron una emboscada a Güemes y lo hirieron de muerte. En una agonía que duró diez días, dicen que pensando en su Carmencita llegó a decir: “Ella vendrá conmigo y morirá de mi muerte como ha vivido de mi vida”.

Lo de Güemes fue casi una premonición, porque al enterarse del asesinato de su marido, Carmencita entró en una depresión, que se transformó en terminal cuando también su tercer hijito Ignacio murió a los pocos días, antes de cumplir un año.

Los dichos populares cuentan que la muchacha de 25 años se encerró en una habitación en casa de los Puch, se cortó su cabellera, cubrió su cara con un velo negro y se instaló en el rincón más oscuro. Sin moverse, murió de pena diez meses después que su amado, el 3 de abril de 1822.
Y murió de amor así como él murió por amor a la patria. 

Por Mónica García
artículo publicado por Revista Ñ el 1/11/2019.


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