domingo, 3 de marzo de 2019

El cóndor pasa, la boludez queda




Cuantiosa pero vulnerable, la comunidad de cóndores andinos ofrece un espectáculo flashero que se ve amenazado.



Mitos, avistajes y matanza de aves rapaces en Junín de los Andes (Argentina)

Mítico y de gran porte, el cóndor se volvió pop en los billetes de 50 pesos. Y presa en las selfies de los cazadores furtivos.

De todo su inmenso pavimentado de más de 5000 kilómetros entre La Quiaca y Cabo Vírgenes, la Ruta 40 guarda para un breve tramo cercano a Junín de los Andes un espectáculo flashero y exclusivo: la posibilidad de pasar en auto, a dedo, en bicicleta o caminando por la banquina debajo de bandadas de cóndores que sobrevuelan a poca distancia. Se asoman con el sol y recién al atardecer empiezan a esconderse tras las rocas de la alta montaña, donde hacen sus nidos entre cavernas de piedra y nieve. Y aparecen, básicamente, para buscar comida.

El cóndor llega a pesar 15 kilos y mide hasta tres metros entre alas. Su porte le impide estar mucho de pie, entonces se lanza a surfear corrientes cálidas o fuertes vientos con una habilidad que le permite elevarse hasta los 6000 metros y recorrer 300 kilómetros en un día. Y, a diferencia de otras aves rapaces, goza de una mala fama injusta: no se roba bebés de cunas ni alza vacas para estrellarlas contra el piso, sino que se alimenta de animales muertos, evitándole al humano las inconveniencias de estos cadáveres en descomposición.

La fascinación por ver de cerca al ave más grande del planeta viene de tiempos remotos que aún se recuerdan a través de mitos persistentes. El más remanido es aquel que cuenta que el cóndor, cuando ya se siente débil e inútil, vuela todo lo alto que puede para luego dejarse caer al vacío. Es la especie no humana más venerada de todos los países andinos, salvo Argentina, donde se impuso otro gigante: la ballena.

A pesar de esto, el ave (planeando pero sin planearlo) empezó a jugarle al cetáceo una pulseada en el terreno del berretín turístico del avistaje. Y lo consiguió imponiéndose como una variante más gasolera: si ver una ballena en Península Valdés implica pagar fortunas para embarcarse, al otro lado de la Patagonia, sobre la Cordillera, el cóndor se luce de manera libre y gratuita ante quienes sepan esperarlo con respeto y paciencia en ciertos points de los Andes argentinos. Sobre la Ruta 40, a la altura de Junín de los Andes, hay además un mirador; una especie de terraza de decks con cartelería, buen espacio y, sobre todo, prudente distancia de los cóndores.

Los maestros que dan clases en la escuela rural Aucapán Centro hacen a pie largos periplos montaña adentro acompañados por el vuelo de estas aves, que anidan en ese área porque alrededor de toda la zona entre Junín de los Andes y Aluminé (100 kilómetros al norte) muchas anidan y tantas otras son liberadas después de aparecer en algún campo cercano heridas o perdidas de su bandada. Esto quiere decir que, además de cantidad, la población de cóndores en esta zona ofrece vulnerabilidad. Y ambos resultan suficientes atractivos para una especie aún más rapaz: los cazadores furtivos que se entreveran en los claros de las laderas y disparan con munición pesada hasta dar en el blanco.

Pero parece ser que estos cazadores los rematan sin más propósito que jactarse de ello, ya que luego del tiro letal a lo sumo se sacan una selfie antes de dejar el cadáver abandonado. Como si el trofeo no fuera más que una foto o una imagen con el bicho derrotado. Aunque para eso, en tal caso, ya esté el extraño billete de 50 pesos: inaugurado hace menos de un año, muestra un cóndor cabeza abajo entre las montañas, como si hiciera honor a aquel mencionado mito andino y se arrojara al vacío sabiendo que ahora vale menos que cuando estaban San Martín, Sarmiento o el Gaucho Rivero.

Escrito por Juan Ignacio Provéndola
Fuente: Página 12 - 1ro de Marzo de 2.019


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