lunes, 4 de diciembre de 2017

El Estado Nacional y el saqueo del Patrimonio Guarani-Jesuitico de Misiones

El Portal de la Sacristía. Una obra de arte única tallada íntegramente en arenisca. A principios del siglo XX hubo un proyecto para "cortarla" en varias partes, con la finalidad de facilitar su traslado a Buenos Aires para ser exhibida en un espacio público. Afortunadamente el proyecto nunca se concretó.

Escrito por Esteban Snihur
Destruidos y arrasados los pueblos guaraní-misioneros por las guerras desatadas entre los emergentes estados nacionales en la primera mitad del siglo XIX, se generó un lento pero continuo proceso de mestizaje de la población remanente de las destruidas reducciones.
Los antiguos pueblos quedaron allí y junto a ellos una población que resguardó y preservó como objeto de veneración a la imaginería que persistía en los sitios. Entonces comenzó a surgir el fenómeno de la valoración de aquellos pueblos abandonados y de la experiencia que por más de un siglo se había desarrollado en ellos.
Durante el transcurso del tiempo se generaron diversas posturas de pensamiento, cambiantes según las épocas y corrientes políticas-ideológicas dominantes. Para los pobladores que habitaban la región de las misiones, las ruinas no eran tales, eran simplemente “pueblos viejos”, en donde aún se rezaba, se veneraban imágenes y se podía vivir. Para el Estado Nacional y su proyecto cultural, teñido del anticlericalismo decimonónico, aquellos pueblos abandonados y destruidos eran simplemente "ruinas", donde lo único rescatable eran los objetos de una posible valoración estética, como lo fue en el caso de la imaginería. Los primeros en emitir opinión y juicio sobre el tema fueron los exploradores que ingresaban al territorio misionero, enviados por el Gobierno Nacional. Muchos de ellos eran agrimensores, naturalistas o simplemente viajeros.
La creación del Territorio Nacional de Misiones en el año 1881 dio injerencia directa al Gobierno Nacional en materia de evaluación del patrimonio reduccional existente. La visión era siempre la misma, coincidente con el concepto sarmientino de "civilización y barbarie": un territorio salvaje y una población ignorante, de donde habían que rescatar obras de arte supuestamente abandonadas en la selva.
Lo cierto es que las estatuas, esculturas, tallas, etc., no estaban abandonadas; estaban resguardadas, preservadas y custodiadas en sus escenarios originales, por una población que las había convertido en objetos de veneración y rituales religiosos, plenamente consciente de su origen histórico.
Se generó de ese modo un discurso institucional respecto a los 11 conjuntos jesuítico-guaraní de Misiones. Un discurso gestado desde el Gobierno Nacional que se instituyó en oficial , desconociendo o no contemplando otros paradigmas, aquellos vigentes en la población misionera que convivía con los pueblos viejos, ahora catalogados como ruinas.
La clase dirigente e intelectual que diseñaba desde Buenos Aires al emergente Estado Nacional Argentino a finales del siglo XIX, caracterizada por un positivismo ideológico, no vio más que ruinas en aquel vasto territorio misionero que exhibía un escenario socio-cultural mucho más complejo y rico. No se percibió el fenómeno territorial y socio-cultural que evidenciaban los vestigios diseminados por doquier, ni el patrimonio intangible que subyacía. Se percibieron únicamente las ruinas de los pueblos, algunas de las cuales se consideró que merecían ser conservadas y otras no, porque simplemente ya no evidenciaban muros en elevación. En este marco de interpretación, las esculturas en piedra, las tallas en madera, las obras de arte en general, fueron considerados simplemente como objetos estéticos que había que rescatar de la barbarie de la selva para ser llevados y expuestos a la "civilización" en las grandes urbes del país. Esta concepción dio lugar a un sistematizado saqueo que vació al territorio misionero de su imaginería y demás piezas de valor artístico-cultural provenientes del período reduccional.
La expedición realizada por el naturalista Adolfo de Bourgoing, por encargo del Director del Museo de la Plata, Francisco P. Moreno, a mediados de 1887, fue emblemática en ese sentido: con una caravana de carretas y acompañado por una fuerza policial para imponerse a la población que se resistía a desprenderse de sus imágenes veneradas, Adolfo de Bourgoing recorrió todos los conjuntos jesuíticos del Territorio Nacional de Misiones, entre ellos San Ignacio Miní, cargando todo lo que lo que podía ser cargado y considerado como obra de arte. En el cargamento se destacaban 34 piezas escultóricas de un gran valor artístico, finalmente trasladadas a Buenos Aires. Fue una acción planificada, sistemática, con el expreso propósito de despojar a Misiones de su imaginería jesuítica, que no constituían objetos perdidos o abandonados, sino que, como ya se ha señalado, se hallaban resguardadas por la población del territorio misionero que habitaba el entorno de los antiguos pueblos.
Otro ejemplo ilustrativo de la expoliación del patrimonio jesuítico lo constituye el caso de la placa con el monograma J.H.S, que originalmente estuviera la fachada del templo de San Ignacio Miní. A fines de diciembre de 1901, fue quitada del frente de la iglesia la placa de piedra, por Ambrosetti, para ser enviada a Buenos Aires por barco, por orden de Carlos Pellegrini. El plan era más temerario, recomendaba también literalmente "cortar" en varias partes el portal de la sacristía para su posterior envío a Buenos Aires y exhibición en algún paseo público para el deleite del público de la ciudad.
Se sumaron luego las lamentables acciones de algunos gobernadores del Territorio Nacional de Misiones, delegados del Gobierno Nacional, entre ellos Rudecindo Roca, que no dudaban en congratularse con amigos, políticos o funcionarios del gobierno nacional, obsequiándoles obras de arte extraídas de los conjuntos jesuíticos.
La década de 1940 marcó un hito: La acción directa del Gobierno Nacional concretada en la obra de restauración del conjunto de San Ignacio Miní. Pudo haber sido una gran oportunidad para generar un cambio en los paradigmas, pero se mantuvo el criterio de valoración monumental-arquitectónico de los conjuntos, sin contemplar en lo más mínimo la posibilidad de restitución de los bienes patrimoniales guraní-jesuíticos extraídos sistemáticamente desde finales del siglo XIX del territorio misionero.
La media sanción lograda en el Senado de la Nación constituye hoy un acto de reparación histórica hacia Misiones, luego de transcurridos 116 años de aquella apropiación indebida que realizara el Gobierno Nacional de la placa tallada en arenisca con el emblemático JHS de la Compañía de Jesús.

Escrito por el historiador Esteban Snihur


Profesor y Licenciado en Historia, egresado de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Misiones. Oriundo de la ciudad de Apostoles, es autor del libro De Ucrania a Misiones, una Experiencia de Transformacion y Crecimiento. Ex Docente de la Catedra Historia Regional I en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la UNaM. Es Miembro de la Junta de Estudios Historicos de la Provincia de Misiones. Investigador del pasado regional y docente en la Escuela Superior de Comercio Nro 3 y en el Instituto Cristo Rey de Apostoles

Fachada del templo de San Ignacio Miní. Se puede observar el "hueco" que quedó en el sitio del que fuera literalmente arrancada la placa con el monograma JHS en el año 1901 por Juan B. Ambrosetti para ser obsequiada a Carlos Pellegrini


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