jueves, 4 de mayo de 2017

José de San Martin y los Pueblos Originarios



Los libros de “la historia que nos contaron” se vanaglorian de la construcción del Estado Nacional basada en la importación de la civilización europea y norteamericana; la conquista de un “desierto”, poblado de nativos de estas tierras, y la “adaptación” a un sistema económico mundial adaptado  a las ventajas comparativas sembradas en el campo, y cuyos frutos cosecharon los mismos que escribieron esa historia, y aniquilaron y expropiaron a nuestros coterráneos.

Sin embargo, hay otra historia. Una historia que enseña a mirar hacia adentro y hacia los costados más cercanos. Hacia nosotros mismos y hacia nuestros vecinos. A integrar, en lugar de incluirse. A construirse entre iguales. Aquella y esta historia, no son iguales.

Muchos hombres y mujeres, forjaron esa historia. Sellaron sus ideales en frases elocuentes y los animaron en acciones.

Más allá de sus “hollywoodenses” batallas y sus espectaculares campañas, acciones que, de haberse registrado en nuestra época, serían explotadas por la fuerza de la imagen y la magia de la televisión; por fuera también de sus máximas a Merceditas, usadas por los aristócratas como manual de un comportamiento civilizado; existe una faceta más oculta del General José de San Martín. Una cara que refleja su visión americanista de integración de los pueblos, y que respeta e iguala a quienes comparten las tierras que habitamos y son sus legítimos dueños.

Hijo de su tiempo (frase que hizo historia), el General compartía las ideas revolucionarias del partido de la “Libertad, la igualdad y la fraternidad” que provenían del pensamiento de filósofos como Rosseau, Montesquieu, Voltaire y D’Alembert. Derechos del hombre, soberanía popular, rechazo de la nobleza, la inquisición y todo privilegio de sangre, democracia y ciudadanía igualitaria, eran conceptos claves en su ideología.

San Martín reconocía como auténticos dueños del país a los habitantes originarios de América y se refería a ellos como “nuestros paisanos”. Un dato curioso y poco conocido es que su famosa “Logia Lautaro”, de la que formaron parte otros patriotas como Tomás Guido, Manuel Moreno y Bernardo de Monteagudo, toma su nombre de un guerrero Araucano que en 1553 encabezó la resistencia contra los españoles que habían invadido territorio chileno 19 años antes. El guerrero ajustició al conquistador español Pedro de Valdivia, pero murió en combate, y sus restos fueron expuestos en una plaza pública, tal cual la costumbre de los “civilizadores” para apaciguar los ánimos “subversivos”.

Por otra parte, los acalorados debates parlamentarios entre facciones irreconciliables no son fruto de esta época en la República Argentina. Por el 1800, y al calor de las luchas por la independencia, se producía una discusión significativa sobre la forma de gobierno y cómo encarar la relación con nuestros pares americanos. Sin duda, los medios de comunicación no tenían el peso de hoy para captar las subjetividades. Pero quienes se creen “dueños” del país hoy, son los mismos que se creían dueños del país por ese entonces. San Martín adhería al plan de conformar una monarquía con un rey Inca, propuesto por el General Manuel Belgrano y aceptado también por otros patriotas contemporáneos a él como Mariano Moreno y Juan José Castelli. El Plan Inca implicaba mirar la historia americana desde la perspectiva de los pueblos masacrados y sometidos por el imperio español, y no como una lucha de las colonias españolas contra su metrópoli. Hacía partir la emancipación americana desde la gran rebelión del cacique inca Túpac Amaru y no, como suele decirse, desde las invasiones inglesas.


El Plan popular se inscribía en el perfil sudamericano y de nación continental de la Declaración de la Independencia que fue hecha a nombre de las “Provincias Unidas en Sud América” y no “del Río de la Plata” como tergiversará la historia oficial. Esa que por hoy, dejamos de lado. Como hecho estratégico, el plan del Rey Inca permitía sublevar e incorporar a la revolución a las masas del Perú y del Alto Perú y debilitar el fuerte poder español en territorio peruano. También permitía incorporar a los seguidores de Artigas, puesto que guaraníes y charrúas que componían la mayoría de las tropas artiguistas estaban emparentados desde tiempos inmemoriales con el Incario.

La Monarquía Inca propuesta era constitucional, con una cámara vitalicia de Caciques y otra de diputados electos; resolvía también de un solo golpe el problema de la distribución igualitaria y democrática de la tierra. Sin embargo, la propuesta fue tildada de “ridícula” (así eran los insultos de la época) por los aristócratas de Buenos Aires. La historia oficial esconde que el Congreso reunido en Tucumán aprobó el proyecto de Belgrano por mayoría simple y no por los dos tercios necesarios. Finalmente la propuesta fracasará con la intervención de los diputados porteños (esto no es Pro, pero bueno), al mudarse el Congreso a Buenos Aires, cambiarse la voluntad de algunos diputados y reemplazarse a los que permanecían firmes en su aprobación del proyecto popular (cualquier similitud en artimañas con la actualidad, no es pura coincidencia). Tomás Manuel de Anchorena, diputado de Buenos Aires que había sido secretario de Belgrano en el Ejército del Norte, expuso en aquella época cómo caía el planteo de Belgrano en los hombres de Buenos Aires y qué pensaba la “gente decente” al respecto: “habiéndose llamado al General Belgrano a la sala de sesiones, para que informase cual era el juicio que él había traslucido en su viaje a Europa y tuviesen formados los gabinetes europeos sobre la clase de forma de gobierno que más conviniera los nuevos estados de América, contestó que estaban decididos por la forma monárquica constitucional. Y habiéndole respuesto en quién creía él que a juicio de esos mismos gobiernos podríamos fijarnos, contestó que a su juicio particular debíamos proclamar la monarquía de un vástago del Inca que sabía existía en el Cuzco…. Al oír esto los diputados de Buenos Aires y algunos otros nos quedamos atónitos por lo ridículo y extravagante de la idea, pero viendo que el general insistía en ella, sin embargo de varias observaciones que se le hicieron de pronto, aunque con medida, porque vimos brillar el contento en los diputados cuicos del Alto Perú, en los de su país asistentes a la barra y también en otros representantes de las provincias, tuvimos por entonces que callar y disimular el sumo desprecio con que mirábamos tal pensamiento, quedando al mismo tiempo admirados de que hubiese salido de boca del Gral. Belgrano. El resultado de esto fue que al instante se entusiasmó la cuicada y una multitud considerable de provincianos congresales y no congresales. Pero, con tal calor, que los diputados de Buenos Aires tuvimos que manifestarnos tocados de igual entusiasmo por evitar una dislocación general en toda la república”. Anchorena aclaraba que no le molestaba la idea de la monarquía constitucional, pero sí en cambio que se pusiese “la mira en un monarca de la casta de los chocolates (esta vez no hay que referirse a Ricardo Fort), cuya persona si existía, probablemente tendríamos que sacarla borracha y cubierta de andrajos de alguna chichería para colocarla en el elevado trono de un monarca”. Esta era la postura de quienes no podían considerar la idea de que un nativo de estas tierras ejerciera su derecho legítimo de formar parte de un gobierno americano, pero que sí hubieran aceptado de buen grado la propuesta de coronar en su lugar a algún miembro de la familia real española.

Retomando los contactos de San Martín con los pueblos originarios americanos, antes de cruzar la Cordillera de los Andes, el General se reunió con caciques pehuenches al sur del río Diamante, límite de la provincia de Mendoza, para solicitarles su  permiso. “Ustedes son los verdaderos dueños de este país”, les dijo en aquella oportunidad. Salvo tres caciques, el resto aceptó el pedido del Libertador y se sumó a la causa independentista.

Por último, ya proclamada la independencia del Perú, el 27 de agosto de 1821 San Martín decretaba: “después que la razón y la justicia han recobrado sus derechos en el Perú, sería un crimen consentir que los aborígenes permaneciesen sumidos en la degradación moral a que los tenía reducido el Gobierno Español, y continuasen pagando la vergonzosa exacción, que con el nombre de tributo, fue impuesta por la tiranía como signo de señorío. 

Por lo tanto declaro:
1. Consecuente con la solemne promesa que hice en una de mis proclamas del 8 de setiembre último, queda abolido el impuesto, que bajo la denominación de tributo, se satisfacía al Gobierno Español.
2. Ninguna autoridad podrá cobrar ya las cantidades que se adeuden por los pagos que debían haberse hecho hasta fines del año último, correspondientes a los tercios vencidos del tributo.
3. Los comisionados para la recaudación de aquel impuesto deberán rendir las cuentas de lo percibido hasta esta fecha al Presidente de su respectivo Departamento.
4. En adelante no se denominarán los aborígenes, indios o naturales; ellos son hijos y ciudadanos del Perú, y con el nombre de Peruanos deben ser conocidos”.
He aquí una historia que poco ha pasado a la historia. No por su insignificancia, claro está; sino, más bien, por su ocultamiento.

Agradecimiento por su colaboración: Matías Rafael Quercia

Fuente>Raíces de América Latina

1 comentario:

  1. Felicitaciones por su escrito. Me es totalmente útil para el proyecto que estoy trabajando con mis alumnos sofre el rol de los pueblos originarios en el cruce de loa andes. Gracias

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