lunes, 6 de febrero de 2017

El Dueño de la Luz – Leyenda del Pueblo Warao (Venezuela)


Esta es una leyenda de los Waraos, un pueblo indígena de Venezuela, que en sus relatos orales que se trasmiten de generación en generación llega a nosotros su propia leyenda del origen del día y la noche, espero la disfruten como nosotros.

Al principio, solo había oscuridad por eso el pueblo warao en la oscura noche les era más difícil buscar alimentos, su único momento de poca iluminación era cuando usaban el fuego con un poco de madera seca que encontraban.

No tenían ningún concepto del día y la noche ya que todo era una noche eterna y era lo normal. Con ellos había un hombre que tenía dos hijas quien se enteró en un momento que existía un joven que era el dueño de la luz.

A su hija mayor le dijo:

-Ve donde está el joven dueño de la luz y me la traes.

Ella tomo un cesto de boca ancha y partió, pero fue difícil llegar a su destino, habían muchos caminos y decidió ir por uno de ellos, así en un tiempo llego a casa del venado. Se conocieron y se entretuvieron jugando un tiempo, al final volvió por donde había venido y volvió a casa de su padre, pero no llevaba la luz.


El padre decidió que sería la hija menor quien haría el trabajo así que le dijo:

-Ve donde está el joven dueño de la luz y me la traes.

La hija encontró los variados caminos, decidió ir por uno que por gracia de la pura suerte era el correcto, ella solo siguió y después de mucho andar llego a una casa que era del joven dueño de la luz.

Al encontrar al joven le dijo:

Vengo a conocerte, a estar contigo y a obtener la luz para mi padre.

El dueño de la luz le respondió:

-Te esperaba. Ahora que llegaste, vivirás conmigo.

El joven tenía con él una caja especial hecha de juncos y con mucho cuidado la abrió, de pronto una luminiscencia salió de la caja envolviéndolo todo, primero los brazos del joven luego sus dientes se volvieron muy blancos, todo estaba iluminado al igual que los ojos y el cabello de la muchacha.

Así fue que ella tuvo una idea de lo que era estar bajo la luz, en un momento el joven volvió a cerrar la cajita y la guardo. Cada día que estuvieron juntos el joven sacaba de su cajita la luz para divertirse y pasarla bien con la muchacha, pasaban el tiempo jugando con la iluminación y estaban bien. Pero la hija recordó que tenía que volver con su padre y llevarle la luz que había venido a buscar.

El dueño de la luz ya se sentía cercano a la muchacha y se la obsequio diciendo:

-Toma la luz. Así podrás verlo todo.

La muchacha regreso con su padre y le entrego la luz que estaba encerrada en el torotoro o la cesta que tenía; el padre abrió la caja y la coloco en uno de los troncos que sostenían la vivienda. Los rayos de luz comenzaron a avanzar iluminan todo, primero el interior de la vivienda, luego salió hasta llegar al rio, las hojas de los mangles y los frutos del merey.

En los distintos pueblos a los lados del rio Orinoco se contó que existía una familia que tenían luz y comenzaron a ir por grupos a conocerla. Llegaron en sus curiaras que eran unas pequeñas embarcaciones de vela, la gente desde el caño Araguabisi, del caño Mánamo y del caño Amacuro. Curiaras y más curiaras llenas de gente y más gente.

Llegó un momento en que la vivienda ya no podía soportar el peso de tanta gente maravillada con la luz. Y nadie se quería marchar porque no querían seguir viviendo a oscuras, la claridad hacia que la vida fuera más agradable. Por fin, el padre de las muchachas no pudo soportar más a tanta gente dentro y fuera de su casa dijo:

-Voy a acabar con esto, si todos quieren la luz, allá va.
Y de un fuerte manotazo, rompió la caja y lanzó la luz al cielo. El cuerpo de la luz voló hacia el Este y la caja hacia el Oeste. Del cuerpo de la luz se hizo el sol. Y de la caja de juncos en que la guardaban, surgió la luna.

De un lado quedó el sol y del otro, la luna. Pero como fue lanzado con mucha fuerza del brazo, el sol y la luna marchaban muy rápido. El día y la noche eran muy cortos, amanecía y oscurecía a cada rato.

El padre tuvo una idea y le dijo a su hija menor:

-Tráeme una pequeña tortuguita.

La hija la busco y se la entrego, cuando el padre la tuvo, espero a que el sol estuviera sobre su cabeza y le lanzo la tortuguita diciendo:

- Toma esta tortuguita. Es tuya, te la regalo. Espérala antes de dejar pasar a la luna.

Desde ese momento, el sol se puso a esperar al morrocoycito. Y al otro día, cuando amaneció, el sol iba poco a poco, como el morrocoy, como anda hoy en día, alumbrando hasta que llega la noche.

Fuente>Historias y Relatos
http://www.historiasperdidaseneltiempo.com/2016/10/el-dueno-de-la-luz-leyenda-warao.html

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