El
satélite de la Tierra está más cerca que nunca desde 1948, fenómeno que se
repetirá recién en 2034. Para los pueblos originarios es un ser del Universo
lleno de misterios y enseñanzas
Cuentan
los antiguos relatos mapuches que la Luna (Kuyé, Kiyen) después de una gran
disputa con el Sol derramó sus lágrimas, las que de tan ardientes se
convirtieron en plata. Entonces los mapuches la recogieron, la cuidaron y la
hicieron perdurar a través de las fabulosas formas de su platería.
Las
metáforas de la platería indígena
La
idea de la plata que como lágrimas de la Luna fueron un legado del Cielo a los
mapuches, la “gente de la Tierra”, nos habla de la trascendencia de este cuerpo
celeste en las cosmovisiones originarias, que incluyen una importante gama de
significados alrededor de “lo lunar”, como la expresión cósmica de lo cíclico y
su influjo de fertilidad y de “lo femenino” como expresión humana por
excelencia de la fuerza vital generativa, manifestada en la capacidad de la
mujer para la procreación, la nutrición y el cuidado de la descendencia.
Según
las palabras de la artista Beatriz Pichi Malén, “la Luna cumple un rol
fundamental en la vida mapuche, es uno de los astros que rige todo lo que es
femenino, lo que es hembra, el fruto, la semilla, la tierra, los ciclos. La
vinculación entre la Luna y la platería es absoluta, por eso es la mujer y no
el hombre la que la usa en su cuerpo”
Por
otro lado, la luz blanquecina de la Luna que ilumina tenuemente el misterio
nocturno y que la mujer espejea gracias a cubrirse con plata, nos remite a otro
plano de la asociación aún más profundo: el de la condición natural de lo
femenino para la percepción y el conocimiento de lo oculto, lo cual se refuerza
particularmente en el pueblo mapuche por el hecho de que el rol de chamán (en
este caso la machi) lo desempeñan mayoritariamente las mujeres.
El
pueblo de la luna y el berá
Los
charrúas ocupaban hacia el siglo XVI la actual provincia de Entre Ríos en
Argentina, el sur de Rio Grande do Sul en Brasil y el hoy territorio uruguayo.
Iban y venían por los que Danilo Antón llamó el Pirí Guazú, “la gran toldería”
ya que los actuales límites de países o provincias para ellos no existían.
Intercambiaban no sólo entre los distintos grupos sino también con los
guaraníes, los grandes viajeros de la región, los hermanos del Chaco y
probablemente con los querandíes.
Fueron
originariamente cazadores y recolectores que compartieron muchas costumbres con
los tehuelches, incluyendo importantes aspectos de su cosmovisión. En tiempos
más recientes incorporaron actividades de agricultura, que realizaban en un
sólo gran plantío, en donde nada quedaba afuera, y no se consideraba a ninguna
planta como maleza. Aún hoy se dice que "toda plantita sirve, si no es
para comer, es para curar, o para aromatizar..." La tradición hacía
sembrar "todo junto" (....) : "la yerba junto a los zapallitos,
o la calabaza matera, al tabaquito indio, a la mandioca, a la lucera, la
carqueja, el tala, la tuna, el espinillo..."
La
Guidaí o la Luna era la Gran Abuela, a quien presentaban a los niños recién
nacidos para que pudieran crecer sanos y el Berá o nandú era el animal sagrado,
cuya pata vive hoy en la Cruz del Sur, como en el mito tehuelche y mapuche que
dice en una de sus versiones que las estrellas son sus antepasados y que allá
en el cielo cazan como lo hacían en la Tierra. Su territorio es la Calle de los
Cuentos (Repu Epeu), llamada también el Rio del Cielo (Huenu Leufú, la Via
Láctea) en donde viven los ñandúes que han huido de los cazadores terrestres.
La señal de su presencia es el Penon Choike o Cruz del Sur, que simboliza la
huella de su pata en el firmamento.
El
sagrado color blanco, el brillo y El luna
Mama
Quilla (Madre Luna) para los incas; Coyolxauhqui (‘la adornada de cascabeles’)
para los mexica, nahuas o aztecas; Ixchel (la Mujer Arco Iris) para los mayas,
síntesis del amor, la gestación, los trabajos textiles y la medicina; Hanwi,
para los lakota, la que representa los ciclos de la vida y lo sobrenatural de
las mujeres….podríamos seguir así en decenas y decenas de pueblos indígenas
para quienes la Luna es una deidad que resume la blancura - el color sagrado
por excelencia- el brillo, con su carga de potencia estética y cosmovisional,
lo circular como símbolo de la totalidad.
Una
potencialidad que generalmente la liga a lo femenino pero que en algunos casos
y tal como sucede habitualmente entre los pueblos originarios -para quienes las
cosas pueden ser de una manera y de otra al mismo tiempo- puede también
pertenecer al ámbito de lo masculino, como de hecho en algunos pueblos es “el
Señor Luna” o simplemente “el Luna”. En las comunidades indígenas de las
pampas, la platería que se elaboraba tenia un destino bien masculino: eran piezas
para el hombre y para el caballo, con lo cual, “las lágrimas de la luna”
quedaban así asociadas a los hombres.
Sea
como sea, este excepcional fenómeno astronómico en que la Luna se acerca como
nunca a la Tierra y a nosotros, sirve también para hacernos presente que desde
las cosmovisiones ancestrales el Universo puede enviarnos mensajes que es bueno
que escuchemos y sintamos. Como ese que nos dice que un día la Luna lloró y sus
lágrimas enseñaron junto con el arte sagrado de la platería, el poder ser un
poco mejores seres humanos, más sensibles y conectados con la inmensidad que
nos rodea.
Fuentes:
El
Orejiverde
Martínez
Sarasola, Carlos. 2010. De manera sagrada y en celebración, Bs As, Biblos,
Cap.3
Llamazares,
Ana Maria, C.Martínez Sarasola y T.Pereda, 2004. Los que movían el metal. En:
El lenguaje de los dioses, Bs As, Biblos, pp. 159-198
Martínez Sarasola, Carlos. 2000. Lágrimas de la Luna En:
Martínez Sarasola, Carlos. 2000. Lágrimas de la Luna En:
FMR,
56:111-128; Milano, Italia
Fecha:
15 de Noviembre de 2.016
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