Pegadito a mi espalda, calentito te llevaba cubierto por el
calor de los colores infinitos de tu awayo. Cruzamos ríos y subimos montañas.
Mi espalda y tu awayo fueron tu cuna, tu balcón, tu casita, desde allí me
acompañaste las noches de fiestas dormidas en coplas y en mis largas
peregrinaciones cargué tus dulces sueños, te reías quepido a mi dura espalda
desde allí me viste trabajar la tierra cosechar las papas. Quepido, hijo mío,
así te crié como me enseñó mi Mama hasta que distes tus primeros pasos
inocentes de niño kolla.
Sergio Daniel González
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