jueves, 2 de junio de 2016

Lonco Pincén el Pueblo Mapuche - Norma Domancich



La vida tiene giros inesperados, reencuentros mágicos que nos sacuden, nos transforman. Luego de ellos algo cambia en nuestro cosmos, en nuestra esencia. Soy una eterna agradecida a la vida por brindarme estos regalos. 


Conocí al Lonco Lorenzo Pincén, viznieto del legendario cacique, hace años, de la mano de mi gran amiga ILLA ÑAN María Ochoa, referente de la comunidad kolla. Compartimos largas charlas, el privilegio de participar de ceremonias y atisbos de secretos antiguos. 

Este año volví a verlo, pero fue diferente. Como dice María “La Pachamama reúne a quienes tienen que estar juntos” y nos volvió a reunir, para ahondar en la terrible historia de su bisabuelo que es nada más ni nada menos que nuestra historia, silenciada y vergonzante.

Nada de lo que hacemos es absolutamente nuestro, siempre está el otro aportando, sólo con su presencia, con su mirada. Con esta aclaración, quiero ir compartiendo lo que motivó haber vivido esta experiencia maravillosa. 

Los espejitos de colores siguen existiendo, ahora son palabras que ocultan verdades, se disfrazan para aparentar ser otras, pero la libertad, el derecho y la justicia son palabras que no pueden negociarse. Fue fantástico ver a José Luis y al Lonco conversando en El Parlamento, justamente allí donde se tomaron y avalaron legalmente las estrategias para el exterminio en toda la provincia. Toda una reivindicación! 

A medida que los sometían, quebraban, les obligaban a dejar su lengua como un eco perdido en la soledad de las pampas, los domesticaban, los vestían, los "civilizaban", pasaron de ser un peligro a eliminar a un recurso útil para el sistema económico. Rosas se encontró con gran parte del "trabajo hecho", quizá por eso parece más benévolo, pero siguió destruyendo, no ya los cuerpos, sino sus espíritus. Mano de obra barata, casi gratis. Explotación, es la palabra adecuada. 

El tiempo compartido con Pincén, fue un tiempo sin tiempo. Las palabras intercambiadas fueron mucho más que palabras. Las miradas transmitieron secretos ancestrales. Todos cambiamos permanentemente pero, sin duda, luego de un encuentro con alguien con su cosmovisión, cambia profundamente nuestro estar, decir y pensar la realidad cotidiana. El Lonco Pincén, el sabio Hombre Cóndor, con su alma antigua rebosante de la sabiduría de sus ancestros. 


Tan cierto todo lo que dice, nosotros nos inventamos un cuento, una historia contada y enseñada en todas las escuelas durante décadas. Tan repetida fue la historia que nos convencieron de que era cierta. Y en esa historia se cambiaron los hechos, se justificaron los hechos y se naturalizaron otras significaciones. Las palabras fueron maquilladas según convenía. Así winca dejó de ser usurpador, ladrón, para ser blanco. Palabras que “siguen siendo” en la lengua original y cuyo significado hay que recuperar. 

Imposible comprender tanto sufrimiento, tanta injusticia. El Lonco nos mira desde la sabia memoria de sus ojos sin tiempo. Quedan flotando las preguntas. 

Imposible olvidar a su bisabuelo, el gran guerrero, hecho modelo de fotos vergonzantes, tomadas desde la saña del opresor, desde el perverso regocijo del que pretende humillar por miedo. En varias culturas creen que las fotos roban el alma. Lo obligaron a usar ropas ajenas, a posar bajo soles mentirosos. Obtuvieron las fotos, le robaron la vida, pero su alma está presente en la dignidad imperturbable de sus ojos sabios.

Lo abrazo en la fría noche de este otoño. El y yo sabemos que aún faltan respuestas. 

Te llevaron a la isla, Pincén.
Quiero creer que anduviste sus playas, 
que exploraste la misteriosa selva.
Quiero creer que sembraste 
Justicia bajo esas estrellas.
Pero sé que no es cierto. 
Sé de tu celda maloliente,
de tus noches sin mañanas,
del dolor silencioso, del tormento.
La última aurora te despierta.
En la penumbra cantan tus ancestros,
danzan tus hijos no engendrados.
El poncho resbala tus heridas,
Desnuda tanto sufrimiento.
Un viento con olor a sures trae la voz de tu pueblo.
¡Pincén, Pincén! - gritan los tuyos -. 
¡Pincénnnn! ¡No es el fin, es el principio!
Allá lejos, el sepia de tus fotos va rodando 
entre manos enguantadas, tés ingleses y trajes de seda.
A salvo, niñas y caballeros, se santiguan al verlas. 

Pincén, junto con miles de familias indígenas, estuvo prisionero en la Isla Martín García, un centro de reclusión y exterminio, donde se los obligaba a trabajar en las canteras, haciendo los adoquines que aún cubren nuestro barro. Muchas familias fueron destrozadas, entregaron a hombres, mujeres y niños como fuerza de trabajo gratis. 

Conocí la isla, bella, maravillosamente bella! Pero impregnada de la tristeza de tanto sufrimiento, regada por sangres inocentes. Conocí la cárcel, misteriosamente derruida, acaso para borrar culpas. 

No se sabe cuando murió Pincén. Nadie reconoció su muerte. Un desaparecido más de nuestra historia. Acaso el primero. 

Aunque tal vez, simplemente haya desplegado sus alas de cóndor y volado a los cielos...

Norma Domancich


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