viernes, 6 de febrero de 2015

Argentina, Pueblos originarios: uno de cada tres aborígenes vive en el Gran Buenos Aires


Son casi 300.000, se agrupan en comunidades y escaparon de la pobreza de sus tierras ancestrales; los qom, collas y mocovíes que residen a pocos minutos del Obelisco

Rogelio Canciano es electricista, plomero, gasista y cacique de la comunidad Nam Qom del barrio Islas Malvinas, en las afueras de La Plata. Tiene 64 años y vela por la vida de 400 personas. Su comunidad sabe lo que pasa en el Chaco, no sólo por la tele: ellos son del mismo pueblo Qom que Néstor Femenía, el niño de 7 años que murió este mes de tuberculosis y desnutrición. Ellos, que migraron a la ciudad, lo hicieron escapando de esas condiciones de vida.

También lo hicieron los mocovíes. "Los que siguen en Santa Fe siempre dicen «Me gustaría vivir en la provincia de Buenos Aires». Porque a ellos no les llega nada, viven de lo que pueden sembrar o de criar animales. Es feo vivir allá, porque incluso las casitas son de nylon, es repobre. Nosotros acá tenemos poca tierra, pero tenemos trabajo", explica Patricia González, de la comunidad mocoví de Berisso.

Son muchos los que debieron dejar sus territorios. El Censo 2010 del Indec indica que en la Argentina hay 955.032 aborígenes, de los cuales 299.311 viven en la provincia de Buenos Aires. Pero ese número no es exacto. Gabriela Comuzio, secretaria ejecutiva del Consejo Provincial de Asuntos Indígenas, perteneciente a la Secretaría de Derechos Humanos bonaerense, asegura que ella misma conoce muchas comunidades que no están inscriptas. El censo, entonces, es una aproximación.

Rogelio es parte del Consejo de Participación Indígena (CPI) del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI), donde trabaja como interlocutor entre la comunidad y el Estado. En diciembre logró, junto con su comunidad, que el gobierno bonaerense les diera los títulos de propiedad del lugar en el que viven: una manzana y media donde ellos mismos levantaron sus casas de material.

Los padres de Rogelio Canciano trabajaban la tierra en el Chaco. Las cosas cambiaron: al hijo de Rogelio le falta un año y medio para recibirse de abogado; ningún qom en el barrio vive ya de la caza o la recolección ni se viste como lo hacían sus ancestros. El cacique está convencido: "Las costumbres mueren un 99% en la ciudad; para sobrevivir hay que aceptar el sistema". Según este cacique, lo importante es que los jóvenes no pierdan la cultura del trabajo.

María Ochoa es cacique de la comunidad colla Malkawasi de La Plata e integrante del Consejo del Comunidades Indígenas de la capital provincial. Ella, que en realidad se llama Illa Ñan, maneja el Centro Integral Indígena Wawawasi, ubicado en una casa del barrio Hipódromo. Ahí, los niños de 45 días a 14 años reconocen su cultura ancestral, tienen talleres de pintura, dibujo y aprenden su lengua, su origen e identidad. "Nosotros le enseñamos quién es él, por qué tiene ese color de piel tan hermoso, cobrizo", explica, sonriente, la cacique.
La mayoría de las mujeres collas son empleadas domésticas y los hombres trabajan como albañiles, pintores o cartoneros. Ninguno de ellos se viste como lo hacían sus ancestros o como aún lo hacen en Cuzco.

Punta Querandí
"Somos seres humanos, con la diferencia de que venimos de descendencia de pueblos originarios. Nada más, pero después tenemos todo: lloramos, reímos, vamos al baño...", dice Patricia González, vocera de la única comunidad mocoví registrada en la provincia. Ella es promotora de salud y directora técnica del equipo de fútbol mocoví de Berisso.

Hay veces que la gente de la comunidad va a dar charlas a los jardines, y ahí los nenes también dudan: "¿Dónde están los indios?", les preguntan. Es que esperan personas vestidas como en los dibujitos de los libros y no las encuentran.

Patricia se enteró en 2003 de que era originaria. Su mamá se lo dijo. Tenía sus razones para haberle escondido su identidad: miedo, vergüenza, discriminación. Su padre -abuelo de Patricia- le había generado esos sentimientos. Él era mataco, pero fue criado por criollos, por eso se apellidaba González. Su mujer hablaba la mocoilec (lengua mocoví), no castellano, y les enseñaba a sus hijas. Entonces, cuando venían los patrones, el padre no las dejaba salir de la casa.
"No salgan, indias de mierda, que no quiero que hablen", les decía. Cuando tuvo su familia, la mamá de Patricia decidió no decirles a sus hijos que eran originarios, no quería que pasaran por lo mismo que ella. Hoy, el papá y la mamá de Patricia son pastores de la iglesia evangélica que queda frente a su casa. El cacique, Rubén Troncoso, es su tío. La comunidad se compone de 40 familias que viven en una hectárea y media. Su barrio se llama como ellos: Mocoví. El título de propiedad lo consiguieron cinco años después de luchar, con ayuda de abogados que trabajaron gratis en su caso, en 2008. "Somos la única comunidad mocoví con título de propiedad en la provincia de Buenos Aires", dice Patricia, contenta.

El tema es, para todos los pueblos originarios de la provincia, siempre el mismo: la tierra para vivir en comunidad. Gabriela Comuzio, del Consejo Provincial de Asuntos Indígenas, lo dice claramente: "La principal problemática de ellos siempre es la tierra". Y explica que los pueblos más presentes son: guaraní, colla, qom y mapuche.
"La mayoría de los hermanos viven muy humildemente, hacinados. A mí me duele ver que todavía a esta altura de la historia adolezcan de estas cosas, después del genocidio que vivieron. El Estado está en deuda con ellos", dice.

Los mapuches tienen una característica especial: su objetivo es llegar a la universidad. Están concentrados principalmente en Trenque Lauquen, Carmen de Patagones, Olavarría y Azul. "Viven en buenas casas después de tantos años de trabajo. No hay lujos, pero están bien", explica Comuzio, y sigue el recorrido: "Hay dos comunidades guaraníes en Almirante Brown que tienen su parcela de tierra reconocida por el INAI".

Clemente López es un referente del pueblo qom y vive en Derqui, partido de Pilar. Dirige 42 familias que viven juntas, pero se preocupa por las que aún no logran vivir en comunidad. "Ahí se pierde fuerza, el espíritu comunitario", explica. Se reúnen cada 15 días para buscarles terrenos a esos hermanos, dispersos en Quilmes y Adrogué. Ellos mismos hicieron un relevamiento para ubicarlos.

Darío Ortiz, cacique del mismo pueblo en Pacheco, partido de Tigre, dice: "Estamos peleando con el municipio para que nos den tierras para estar todos juntos". Son 54 familias que aún viven en distintos lugares de ese partido. Eulalio Báez tiene 67 años y es cacique de la comunidad guaraní de José C. Paz. Sus problemas son muchos: el agua, la vivienda, la falta de trabajo. Tiene a cargo 90 familias, que subsisten como artesanos, albañiles, haciendo ladrillos y tejas. A ellos, dice su cacique, no les llegan los planes. Y con una voz entre tranquila y afligida agrega: "Estamos marginados y discriminados por ser indígenas".

Su comunidad considera hermanos a todos los pueblos originarios. "Queremos unirnos en un solo objetivo que es el derecho a la vida", cuenta Eulalio. Sus hermanos más cercanos en distancia son los qom y los chulupís, que están entre Derqui y Moreno. "Pero no nos divide que estén lejos, el objetivo es el mismo: luchar por nuestros derechos, por las tierras para nuestros hijos".


Escrito: Rosario Marina (Diario La Nación, 28 de Enero de 2.015)

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