Las colinas para
nosotros son siempre las más bellas casas de piedra. Vivir en la ciudad es una
existencia artificial. Pocas personas ahí han oído a la Tierra unida a sus pies
al caminar, o visto crecer las plantas fuera de esos vasos, o dejar las farolas
para probar el hechizo de la cómoda luz de un cielo nocturno estrellado. Cuando
la gente vive muy lejos de las creaciones del Gran Espíritu, es fácil olvidarse
de sus propias leyes.
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