viernes, 14 de septiembre de 2012

El llanto del Jefe Raoni


Escribe Lorenzo Montenegro Baena

Cosechó el puru antes del atardecer luego de recolectar hacaba, mangana y tucuma de unas palmeras cercanas.

Introdujo yucas, plátanos, maíz, ñames y batatas en un canasto y lo ajustó a su banda. Cortó dos hileras cortas de cupáen unos arboles del puru familiar y se dirigió corriente abajo del río Xingú, ubicado cerca del río Curua, entre el río Fresco, en dirección opuesta a las aguas del río Araguaia. Su hijo Kayire de 11 años, cargaba una pequeña porción de raíces de barbasco sobre sus hombros. Era invierno, las aguas habían bajado y la corriente estaba serena debido a la escasez de lluvias en los últimos meses. Colocó varas de arboles y bambú en la parte angosta de un arroyo en el costado oriente del río y las forró con bejucos. Trituraron las raíces para hacer barbacoa golpeándolas con palos sobre unas pronunciadas piedras en la ladera y lanzaron el barbasco machacado sobre el agua.

Mientras daba efecto la pesca, su hijo Kayire se retiró unos metros río arriba a nadar y jugar con los demás niños de la aldea cercana. A pesar del agua verdosa, los tenues rayos del atardecer destellaban finos hilos luminosos sobre los cuerpos trigueños de los niños, que entre zambullidas y risas, se mimetizaban con el suave relieve del río. El Xingú no sólo es la vida de los Kayapó, es su fuente de identidad, pertenencia y futuro de los seres humanos, animales y plantas que ahí armonizan sus raíces como un todo. Un catalizador de vidas que dependen unos de otros para subsistir, un equilibrio cosmogónico indisoluble.


El llanto del jefe Raoni de la etnia Kayapó, al enterarse que el gobierno de Brasil  había autorizado la construcción de la controvertida represa hidroeléctrica de Belo Monte.

Luego de varios minutos, ante el agua pigmentada de color pálido, brotaron los peces en un apocalíptico espectáculo lacustre.
Recogieron una considerable cantidad de Jaraquí que salían espectralmente del lecho marino, los colocaron en una canasta y se abrieron paso entre la maleza que evaporaba sobrecogedoramente sus últimas esquirlas de humedad, rumbo a una extendida aldea en las tierras bajas de Mato Grosso y Pará, sobre la planicie central de Brasil, tierras y ríos dominios del Xingú y sagrada residencia de los Kayapó. 

Papá, cuéntame la historia del guerrero Bep-Kororoti – dijo Kayire, sosteniendo uno de los canastos abarrotado de peces que escurría agua sobre su dorso desnudo – El padre, con sus pintorescos brazaletes de algodón y coloridos collares, hizo señal de silencio divisando hacia la copa de unos arboles, puso el canasto sobre el suelo, tomó su arco serenamente, embarró de barbasco la punta de una flecha y moviendo sigilosamente sus extremidades, asestó con sobria puntería a un churuco silvestre que saboreaba el corazón de una bromelia tierna en las ramas de un samauma. Luego del estridente revoloteo de un par de águilas arpías y unos loros, el churuco cayó solemnemente entre las ramas. Colocó el mono en el canasto y continuaron. 

Papá - replicó nuevamente Kayire - ¿Me vas a contar la historia de Bep Kororoti vestido con su bo y su poderoso cop?

 Cuando nuestro pueblo vivía muy lejos detrás de la cordillera - Pukato-Ti..
- Comenzó a relatar amenamente el padre - mientras se alejaban entre los arboles y su voz se hacía más lejana entre el embriagante murmullo de la selva, la brisa y la caudalosa corriente del río -

El Sol, cansado se recostó sobre el césped detrás del monte y Mem-Baba, el descubridor de todas las cosas, cubrió el cielo con su manto bordado de estrellas. Cuando cae una estrella, Memi-Keniti cruza el cielo, la recoge y la vuelve a colocar en su sitio. Un día, llegó a la aldea un visitante desconocido; se llamaba Bep-Kororoti ["Vengo del Universo"] y venía de la cordillera del Pukato-Ti. Vestía un "bo" [un extraño uniforme] que lo cubría de pies a cabeza. En la mano portaba un "cop", [arma que lanzaba rayos]. Todos los de la aldea huyeron al monte aterrorizados, los hombres corrieron a proteger a mujeres y niños y algunos intentaron rechazar al intruso, pero sus armas eran insuficientes; cada vez que con ellas tocaban a Bep-Kororoti, caían inmediatamente derribados. El guerrero venido del cosmos se divertía al ver la fragilidad de sus adversarios. A fin de darles una demostración de su fuerza, alzó su "cop" y, apuntando sucesivamente a un árbol y una piedra, destruyó ambos. Todos comprendieron que Bep-Kororoti había querido demostrarles que no había venido a hacer la guerra (...)

El atardecer caía sobre los arboles de nuez, los tupidos castanheiras; guaranás, seringueiras, los robustos arboles depiranheiras, los frondosos cedros; caobas, pumaquiros, los fuertes acariquaras, los pororocas y los soberbios arboles deipé, iatobas, sucupiras y jacarandas. También sobre extendidas palmeras burutis, jauaris, tucumas y pupunhas. El canto de los grillos, guacamayas, papagayos, ciganas, araras y anambes rompían la irresistible barrera del etéreo verde amazónico anunciando una desgarradora lluvia que empezaba a gotear sobre la altura de la exuberante arboleda. Las ramas, hojas y bromelias dilataban las gotas produciendo un hechizante rumor en la selva.
Eran las lágrimas desconsoladas del jefe Raoni de la etnia Kayapó, inundando - cual vendaval indignado que dilata gota a gota su furia - los pantanosos suelos, riveras y afluentes del sagrado río Xingú. Preguntándose, ¿Ahora dónde nadarán nuestros niños Kayapó?

Fuente: Blog La Tribu Posmoderna

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