viernes, 8 de noviembre de 2019

Libros vivientes





Los libros vivientes son aquellas personas que conservan en su memoria un conjunto de conocimientos relacionados con el patrimonio cultural intangible de la comunidad a la que pertenecen. Lo que sabe cada libro viviente es representativo de su cultura, de su pasado histórico y de su identidad.

Suelen ser considerados verdaderos guías espirituales de su pueblo: Ancianos, chamanes, artesanos, músicos, lingüistas, caciques, aún hoy quedan descendientes en las comunidades, dando consejos a los más jóvenes, curando con plantas del monte, cantando en lengua materna, contando leyendas debajo de un árbol. Cada vez son menos, y no es posible reemplazarlos, alrededor de ellos el mundo gira con cierta indiferencia, sabemos que están pero no los vemos, mientras las lenguas mueren y sus familias apenas pueden murmurar, puertas adentro, lo que aún es posible conservar y resguardar.

Cuando un libro viviente deja de vivir el conocimiento cultivado muere con el, si la biblioteca no tuvo la posibilidad de preservar esa sabiduría, esas destrezas, ese arte, todo aquel patrimonio se pierde para siempre.

Documentar la memoria oral permite habilitar la posibilidad de generar archivos orales, conformados por libros parlantes bilingües, donde queda registrada la memoria a través del lenguaje. Se trata de palabras guardadas en un soporte, no más que eso, pero que para los paisanos representan signos que los más jóvenes deben aprender a dilucidar para poder tener una conciencia de su pasado; el sentido de pertenencia a una cultura, el saber que lo que se está escuchando es una verdad que cada uno supo, recordó o pudo comprobar, ser conscientes que un acervo bibliográfico puede representar el patrimonio de una comunidad. De algún modo, el pasado es un relato circular que a medida que se lo alude se va modificando en el recuerdo de cada oyente. Un libro viviente es una evocación perpetua.

Para los bibliotecarios pareciera una tarea sin posibilidad de resolverse, acaso utópica, recoger tiestos destinados al olvido, construir de modo endógeno un simple documento, cuando todo lo que tienen por delante es un territorio devastado por la falta de recursos económicos, políticos y humanos, del desprecio histórico de las sociedades occidentales, del racismo, incluso de los gestos paternalistas. Al bibliotecario comprometido con su rol social le queda la ardua tarea de recoger datos y evidencias, de crear y recrear conocimiento, de producir materiales representativos, apostando al trabajo permanente, colaborativo y asociativo, ya que como profesional de la información tiene la posibilidad de ser testigo de una incidencia enorme en la construcción del patrimonio cultural intangible, que es cuando un conocimiento se transforma en documento.

Probablemente se trate de uno de los momentos más significativos en la vida de un bibliotecario, el formar parte de un trabajo cuya construcción permite preservar conocimiento y fortalecer la identidad de un grupo social en condición vulnerable.

Hay una frase que los historiadores atribuyen a Tupac Amarú “de derrota en derrota vamos alcanzando la victoria”, parecería que el destino de los pueblos indígenas estuviera marcado por la conciencia de pertenencia a una cultura de resistencia, y allí es posible ubicar al bibliotecario como un gestor de la memoria defendiendo un patrimonio dentro de una trinchera.

La historia indígena de América Latina, es un poco la historia de una controversia, que siglos después aún duele discernir, como las matrices culturales que una vez atravesadas, e inútilmente dirimidas, impidieron la posibilidad de un entendimiento.

Pero aún quedan descendientes de aquellos pueblos que siguen cantando en las cosechas, que recuperaron tradiciones, que investigaron sobre sus propios mitos, que lograron comunicar sus verdades en lengua materna, que poseen otras formas de conocimiento, y lo más importante es que aún siguen entre nosotros, guardando la memoria, brindando consejos, moldeando el barro de la cultura. Es en los recuerdos de los libros vivientes donde descansa buena parte de la sabiduría de los antiguos, cuyo entendimiento ha sido compartido en forma oral a través de sus descendientes.

Han sido considerados los verdaderos guardianes del saber comunitario.

La UNESCO, en un documento declaratorio, lo ha reconocido como “Tesoros Humanos Vivos”, considerando que estas personas poseen en sumo grado los conocimientos y técnicas necesarias para interpretar o recrear determinados elementos del patrimonio cultural inmaterial, permitiendo a cada Estado elegir y nombrar a los depositarios de dichos conocimientos y técnicas.

En estos espacios, cuando un bibliotecario cuenta con la fortuna de entablar una comunicación con libros vivientes, debe tomar en cuenta algunas cuestiones fundamentales al momento de crear el propio acervo, se tratan de prácticas que reflejan un aprendizaje colectivo, donde cada familia domina un conocimiento particular, que puede ser una danza antigua, una ceremonia, una técnica o destreza, un recuerdo, una receta médica, una comida, la confección de un instrumento musical, el hilado de un tejido, los nombres de las plantas, árboles y animales, el significado de los apellidos, una canción de cuna, un juego y tantas otras manifestaciones culturales.

Por Daniel Canosa 
El Orejiverde - 7 de Noviembre de 2019

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