miércoles, 27 de noviembre de 2019

La importancia de la memoria histórica de los pueblos originarios


Escrito: Martín Delgado Cultelli 

América Latina es un continente construido por sucesivas olas colonialistas. Cada una parada sobre los hombros de las otras. Hemos sido condenados a ser proveedores de materias primas a los grandes centros económicos y políticos del mundo. Si bien el colonialismo tiene una faceta de dependencia económica tiene otra que es la subjetiva. Esta dependencia esta plasmada en la negación constante de nuestras raíces indígenas y la admiración casi ciega de toda la producción intelectual de Occidente. De ahí no solo la importancia de descolonizar las relaciones de producción sino descolonizar las mentes y sentires.

Uno de los pilares básicos del colonialismo que nos agobia es la denominada “Doctrina del Descubrimiento”. Dicha “doctrina” es el corpus de preceptos básicos que se mantienen prácticamente inmutables desde hace 500 años. Esta “doctrina” esta basada en los conceptos de terra nulis y de paganismo. El terra nulis sostiene que el territorio descubierto por los colonizadores al no ser explotado de una forma racional y capitalista, se lo considera tierra salvaje, tierra vacía de gente. No es casualidad que en el siglo XIX a los territorios controlados por indígenas y gauchos se les denominara “Desierto”. Hoy en día vemos esto cuando se refieren a la Amazonia como territorio deshabitado y en donde solo hay naturaleza salvaje, cuando en realidad allí viven miles de indígenas.

El precepto del paganismo estaba basado en que como las culturas indígenas tienen creencias y tradiciones distintas a las de Occidente, representado en la moral judeo-cristiana, entonces esta justificada su violentación o, en el mejor de los casos, tratar de que se asimilen a la civilización occidental. A principios del siglo XX, la totalidad de los países del continente tenía expresado tanto en sus constituciones como en otro tipo de legislaciones y políticas estatales, que los pueblos originarios debían asimilarse a la cultura de los Estados Nacionales, osea la civilización occidental. Incluso hoy en día las regiones donde habitamos preferentemente los pueblos originarios son las regiones que reciben más visitas de misioneros evangélicos. Además, en pleno siglo XXI, el reconocimiento de las autonomías territoriales y culturales sigue siendo un tema urticante para la mayoría de los países de la región.

Cabe destacar que los preceptos de la Doctrina del Descubrimiento fueron esgrimidos hace casi 500 años por Juan Gines de Sepulveda en su texto La Justa Guerra Contra los Indios. Recordemos que Sepulveda fue quien debatió con Fray Bartolome de las Casas en el famoso “Debate de Valladolid”. Famoso debate entre prestigiosos intelectuales para determinar si los indígenas eramos seres humanos o eramos animales y por lo tanto si se nos podía esclavizar y masacrar. Si bien se considera que el debate lo gano De las Casas y así surgió la primer legislación indígenista de la historia. En los hechos, el que triunfo, fue Sepulveda.

El triunfo de Sepulveda se debe a que seguimos con los pilares de terra nulis, de que antes de que llegaran los europeos no había nada en el continente. La historiografía de la mayoría de los países comienza con la llegada de Cristobal Colon al continente. Olvidando por completo que el continente tiene presencia humana de al menos 24.000 años. Cuando se quiere ir más atrás en la historia, siempre se va a Europa. ¿Pero acaso no hemos nacido en esta tierra? Tengamos o no raíces indígenas, es importante conocer la historia y la memoria del territorio donde vivimos y donde queremos realizarnos como seres humanos.

Hay una serie de estereotipos construidos por los colonizadores basados en la inferioridad de los pueblos originarios del continente frente a la civilización occidental. A las experiencias de Estados Indígenas Precolombinos como el Tawaintisuyu, el Estado Mexica (azteca) o los Señoríos mayas y muiscas siempre se les destaca la brutalidad, lo sanguinario y lo despótico de sus regímenes. Si bien eran sociedades estatales, osea había desigualdad social, estos estados no eran mono-culturales sino plurinacionales y garantizaban la comida a todos sus súbditos. Incluso hoy en día los Estados de matriz occidental les cuesta el reconocimiento de la pluralidad cultural al interior de sus territorios y no garantizan que todos los ciudadanos tengan alimento básico. Además esos Estados no eran más represores y sanguinarios de lo que eran la mayoría de los Estados en el Mundo de la época. Recordemos que en la época que florecía el Tawaintisuyu y los Mexica en Europa quemaban vivas a las mujeres acusándolas de Brujería.
Si bien los pueblos indígenas con experiencia estatal merecieron la atención de los estudiosos de Occidente, la realidad es que la mayoría de los pueblos del continente somos pueblos pre-estatales. Osea jamás conformamos Estados. Se podría decir que la organización social por excelencia en el continente son las aldeas agrícolas y las bandas de cazadores-recolectores. Osea que la horizontalidad y el igualitarismo esta en la base de las sociedades latinoamericanas. Base que continuamente se ha querido borrar.

Como nuestros pueblos no construían ciudades, se nos redujo a sujetos cuasi-animales, con casi nula atención por parte de los estudiosos. Pero que no construíamos ciudades no significa que no tengamos nuestras complejidades y nuestro valor. El desarrollo de los relatos míticos, la cosmogonía y el conocimiento sobre el ecosistema donde se vive son muy superiores en pueblos pre-estatales que en pueblos estatales. Incluso los saberes de nuestros pueblos sobre biodiversidad actualmente son más relevantes debido a la gran crisis medioambiental que atraviesa nuestro planeta.


La colonización de nuestro pensamiento es de tal magnitud, que cuando pensamos en el medioevo, pensamos en una época oscurantista. Una época en donde se limitaba el libre pensamiento, donde habían guerras constantes y donde la mayor parte de las personas pasaban hambre. Esa fue la experiencia Europea alrededor del año 1000 DC. Pero esa experiencia no representa para nada al resto del Mundo. En esa misma época es el florecimiento de la gran civilización islámica. Y en Abya Yala (América antes de la colonización) fue una de las épocas de florecimiento cultural más ricas de todas. En los primeros años del medioevo tenemos al Maya Clásico, tan esplendoroso como la Grecia Clásica o Egipto, tenemos a Teotihuacan, tenemos a los Moche y sus señoríos gobernados por mujeres y tenemos a Tiahuanaco.
En esa misma época en la región que actualmente conocemos como Entre Ríos, Uruguay y Río Grande do Sul también fue una época esplendorosa. El desarrollo de la cerámica llego a estilizaciones super complejas plasmadas en la tradición cultural Goya-Malabriego. En la Cuenca de la Laguna Merin floreció la denominada cultura de los “Cerritos de Indios”, con enterramientos mortuorios super elaborados y con las primeras expresiones de cultivos de maíz y zapallo en la región. Una cultura mucho más compleja de lo que se nos han querido presentar. En torno al año 1000 DC es que florece el arte rupestre en el Uruguay, plasmado principalmente en sitios como Chamangá, Modesto Polanco y Cerro Pan de Azúcar entre otros.
Como vemos el medioevo no fue para nada una época de oscurantismo en el Abya Yala. Nuestra memoria ha sido moldeada por lo que le paso a nada más una parte de la humanidad.
En estas épocas de destrucción ambiental, vorágine capitalista, expansionismo militar y oligopolios de la comunicación, es sumamente importante que sepamos quienes somos y hacía donde queremos ir. Nuevos colonialismos se avistan en el horizonte. Por eso para poderlos resistir, es muy importante rescatar la memoria ancestral de los pueblos que han resistido por más de 500 años. Conectarnos con el territorio y con su historia nos permitirá ser un árbol de raíces profundas, el cual no podrá ser volteado por las tempestades.
Fuente: La Tinta - 4 de Junio de 2018

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