miércoles, 16 de octubre de 2019

Curso Clase 7 - La Herencia Misionera - Historia de la Provincia de Misiones - Capítulo 7: Leyendas Guaraníes



Leyenda de las Cataratas del Iguazú


La leyenda de las Cataratas del Iguazú tiene por protagonistas a dos guaraníes: Naipí y Tarobá.

A orillas del Iguazú tenían sus poblados los guaraníes que vivían felices en las fértiles tierras bañadas por el río en dónde habitaba el dios Mboi, hijo de Tupá. Este dios que tenía aspecto de monstruosa serpiente, sólo les exigía como pago por su protección que una vez al año le fuera entregada una bella joven que debía de ser arrojada al río para que viviera solamente para su culto.

Esta ceremonia era muy importante para la aldea y por eso, el día señalado para la ofrenda, se celebraba una gran fiesta a la que eran invitadas las tribus vecinas. Un año fue elegida para el sacrificio la hija de Igobi, el cacique de la aldea, una hermosa joven llamada Naipí de la que se decía que cuando se asomaba al río éste se detenía para contemplar su belleza, quizás por eso Mbo'i estaba tan satisfecho con la ofrenda. Pero las cosas se iban a complicar un poco pues al frente de una de las tribus invitadas llegó un apuesto muchacho llamado Tarobá que al ver a la joven quedó prendado de su belleza hasta el punto de que decidió hablar con el padre de Naipí y con los ancianos de la tribu para salvar a la joven. Pero éstos no se dejaron convencer, la ofrenda era digna del dios y sería entregada.


Tarobá no se rindió y pensó que sólo la podría salvar si la raptaba, así que esperó a que la fiesta estuviera en su momento mas intenso y mientras el hechicero y los caciques bebían cauim (bebida hecha con mandioca o maíz fermentado) y los guerreros danzaban, él tomó a Naipí de la mano y la condujo a una canoa que tenía preparada en el río. Nadie se dio cuenta de la desaparición de la pareja, nadie excepto Mbo´i, que desde el río observaba la fiesta en la que le sería ofrecida la joven.

Tarobá impulsaba la canoa río abajo ayudado por la corriente, pero Mbo´i que estaba furioso comenzó a perseguirlos y su cólera fue tal que penetró en las profundidades de la tierra logrando que el curso de río se rompiera en dos partes, una se elevó a gran altura y la otra se hundió produciendo que el agua al caer formara una gran catarata que arrastró la canoa en donde viajaban los enamorados.

Pero esto no suavizó la furia de Mbo'i, no le bastaba con que ambos murieran, deseaba para ellos un gran castigo que durara eternamente, así que transformó a Tarobá en un árbol que nació inclinado sobre las aguas como queriendo alcanza a Naipí que a su vez fue convertida en una roca situada en el centro del río justo en el lugar en donde cae con más fuerza el agua de la cascada, luego él se adentró en una gran cueva para poder vigilarlos e impedir que se unieran de alguna manera.

Pero la fuerza del amor siempre intenta que dos corazones que se aman puedan en algún momento unirse y por eso, en días en que el sol luce con intensidad, surge un arco iris que enlaza al árbol con la roca permitiendo que durante un momento los amantes se encuentren a pesar de la oposición de Mbo'i.


Leyenda de la Yerba Mate
De noche Jasy (Yací), la luna, alumbra desde el cielo misionero las copas de los árboles y platea el agua de las cataratas. Eso es todo lo que conocía de la selva: los enormes torrentes y el colchón verde e ininterrumpido del follaje, que casi no deja pasar la luz. Muy de trecho en trecho, podía colarse en algún claro para espiar las orquídeas dormidas o el trabajo silencioso de las arañas. Pero Yací es curiosa y quiso ver por sí misma las maravillas de las que le hablaron el sol y las nubes: el tornasol de los picaflores, el encaje de los helechos y los picos brillantes de los tucanes.

Pero un día bajó a la tierra acompañado de Araí, la nube, y juntas, convertidas en muchachas, se pusieron a recorrer la selva. Era el mediodía y, el rumor de la selva las invadió, por eso era imposible que escucharan los pasos sigilosos del yaguareté que se acercaba, agazapado, listo para sorprenderlas, dispuesto a atacar. Pero en ese mismo instante una flecha disparada por un viejo cazador guaraní que venía siguiendo al tigre fue a clavarse en el costado del animal. La bestia rugió furiosa y se volvió hacia el lado del tirador, que se acercaba. Enfurecida, saltó sobre él abriendo su boca y sangrando por la herida pero, ante las muchachas paralizadas, una nueva flecha le atravesó el pecho.


En medio de la agonía del yaguareté, el indio creyó haber advertido a dos mujeres que escapaban, pero cuando finalmente el animal se quedó quieto no vio más que los árboles y más allá la oscuridad de la espesura.


Esa noche, acostado en su hamaca, el viejo tuvo un sueño extraordinario. Volvía a ver al yaguareté agazapado, volvía a verse a sí mismo tensando el arco, volvía a ver el pequeño claro y en él a dos mujeres de piel blanquísima y larguísima cabellera. Ellas parecían estar esperándolo y cuando estuvo a su lado Yací lo llamo por su nombre y le dijo:
- Yo soy Yací y ella es mi amiga Araí. Queremos darte las gracias por salvar nuestras vidas. Fuiste muy valiente, por eso voy a entregarte un premio y un secreto. Mañana, cuando despiertes, vas a encontrar ante tu puerta una planta nueva: llamada caá. Con sus hojas, tostadas y molidas, se prepara una infusión que acerca los corazones y ahuyenta la soledad. Es mi regalo para vos, tus hijos y los hijos de tus hijos…


Al día siguiente, al salir de la gran casa común que alberga a las familias guaraníes, lo primero que vieron el viejo y los demás miembros de su tevy fue una planta nueva de hojas brillantes y ovaladas que se erguía aquí y allá. El cazador siguió las instrucciones de Yací: no se olvidó de tostar las hojas y, una vez molidas, las colocó dentro de una calabacita hueca. Buscó una caña fina, vertió agua y probó la nueva bebida. El recipiente fue pasando de mano en mano: había nacido el mate.



La leyenda del caraguatá


Una leyenda argentina relata la historia de la flor del caraguatá (rojo corazón legendario).

Después de pasar una noche intranquila y cuando apenas había amanecido, una joven india se dirigió al río para beber porque una sed intensa la acosaba. La niebla desplegaba su bordado encaje sobre el lugar, el río rizaba su fresca corriente, y la jovencita se echó de bruces y comenzó a beber con fruición.

Al ponerse de pie descubrió un bulto a su lado; con curiosidad lo observó de cerca aprovechando que el sol naciente, con sus tintes rojos, alejaba la neblina.

Así, sorprendida, pudo contemplar a un joven hermoso que dormía en la orilla; su primera reacción fue huir, pero era tan bello que no pudo dejar de observarlo. Éste despertó y, sorprendido, clavó su mirada penetrante en ella, dio un salto y la apretó entre sus brazos. Desesperada al ver los adornos plumarios que llevaba el joven, porque reconoció que pertenecían a una tribu enemiga, trató inútilmente de desasirse de esos brazos fuertes que parecían de piedra.


Ambos hablaron y sintieron que un sentimiento extraño les embargaba. Acordaron volver a encontrarse y así lo hicieron en varias oportunidades, protegidos por los negros pabellones de la noche que templaba el desvelo de la fiebre de amor que los consumía.

Una noche en que estaban planendo huir, ya que el gran amor que sentían no sería aprobado por ninguna de sus tribus, vieron caer una estrella fugaz. Se preguntaron si esa luminosidad efímera sería anuncio de ventura o presagio de dolor.

Decidieron huir a la noche siguiente porque el peligro aumentaba en cada jornada y no deseaban que la lumbre sensitiva del amor que sentían fuera apagada por la incomprensión de los suyos.

La actitud extraña de la jovencita, quien se mostraba silenciosa, como si estuviera ausente y rehuía a los jóvenes guerreros que la pretendían, comía poco y solía desaparecer de noche, provocó sospechas en uno de sus hermanos.


Cuando ella salió para encontrarse con su amado y huir, éste la siguió sin que la joven se percatara.

Al encontrarse, los enamorados se abrazaron y de improviso un rugido airado surgió de la espesura y la figura del hermano iluminado por la luna emergió apuntándoles con el acto que, tensado, anunciaba el inminente disparo de la flecha que atravesaría ambos cuerpos. El enamorado se desprendió del abrazo y la protegió con su cuerpo. La flecha lo traspasó y cayó muerto a los pies de su amada.

Nadie pudo arrancar del lugar a la jovencita, que pasó la noche llorando en su desvelo, en horas de eterna amargura la dicha que perdió. Cuando la aurora, con su bello resplandor, coloreaba el monte, el cuerpo del muerto se abrió y surgió su corazón. Pendió de él hasta que se fue convirtiendo en una planta desconocida en la que se posó transformado en una roja flor.

Este es el origen de la flor del caraguatá, que nació para verter la misteriosa esencia del consuelo en el espíritu atribulado de la amada.

Texto: Zunilda Ceresole de Espinaco.
Fuente: Diario El Litoral – Santa Fe (Argentina)

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