jueves, 3 de octubre de 2019

Clase 6 - La Herencia Misionera - Historia de la Provincia de Misiones - Capítulo 6: La expresión de la cultura en las reducciones


Los vestigios jesuíticos que hoy persisten dispersos en el Paraguay, la Argentina y el Brasil, nos permiten vislumbrar aspectos muy vívidos de la cultura que afloró en los pueblos misioneros por más de un siglo y medio de historia. Una cultura generada por efecto del mismo proyecto de evangelización jesuítico, que impregnó todos los ámbitos vitales del guaraní. Asombra la multitud de canales de expresión a través de los cuales dicha cultura se manifestó, con una fuerza inusitada en lo que fuera el universo cultural colonial. El mensaje expresado era único: Cristo, el Evangelio, pero no como conceptos estáticos, sí como elementos plenos de fuerza vital, como motivos de la existencia. Los canales de expresión cultural fueron múltiples: la música, la pintura, el tallado, la arquitectura, la cerámica, la lengua guaraní, la escultura en piedra.

Cuando los testimonios documentales de aquellos contemporáneos de las misiones jesuíticas se refieren a ellas y abren un juicio estético sobre las mismas, todos coinciden en la misma apreciación. Los pueblos guaraníes eran bellos, eran agradables a los sentidos. Los templos, con sus alhajas y demás ornamentos, impactaban al visitante habituado a la pobreza estética de la mayoría de los templos de los pueblos de españoles.

El guaraní que araba el campo bajo el sol ardiente, era el mismo que luego cantaba en el coro, ejecutaba el órgano en el templo, labraba en plata alguna alhaja, esculpía en madera de cedro alguna imagen o hasta escribía una historia de su pueblo que luego era llevada a la imprenta. Después de que ejecutara alguna de esas actividades probablemente sería destinado a buscar ganado en una vaquería lejana, o a luchar como soldado al servicio del Rey en una campaña contra los portugueses de la Colonia del Sacramento ¿Se hallaría en el resto del mundo colonial hispánico un ser más polifacético?

Los instrumentos de la educación
La acción de los Padres jesuitas sobre los guaraníes fue esencialmente educativa. Educar en el cristianismo de la Iglesia Católica, no partiendo de una negación de la cultura guaraní, sino aceptándola y usándola como basamento para la construcción del nuevo orden cultural. Reconocer y aceptar la lengua guaraní como una realidad irrefutable fue quizás el mayor atrevimiento de los Padres jesuitas, en el marco de un modelo cultural que propugnaba hispanizar a cualquier costo al indio. El guaraní fue la lengua de las misiones, hasta para los Curas de los pueblos, pese a que la Corona reiteradamente insistía en la necesidad de imponer la lengua castellana en las reducciones. En el delicado y profundo proceso de educar al guaraní en el evangelio se usaron todos los instrumentos disponibles. Se educaba al indígena no solamente a través de la prédica cotidiana, que podría darse en la escuela a los niños y jóvenes o en el sermón de la misa a los adultos. La educación y la cultura reduccional se impartían también por medio de símbolos y elementos significativos. Las cruces en las cuatro esquinas de la plaza o la cruz erigida como mojón en el lote del abambaé, el rosario pendiente del cuello, la imponente fachada del templo, la capilla instalada a la vera de un camino, las pinturas, estatuas y esculturas, los pequeños nichos con imágenes religiosas presentes en las viviendas de los indios, los músicos y el coro conmoviendo a la multitud, los pétalos de flores aromáticas maceradas en alcohol y esparcidas por el piso del templo. Factores todos que “educaban” en una atmósfera muy particular y cautivante. El guaraní se incorporó en toda su plenitud a dicho proyecto y lo hizo suyo, al punto de avivarlo otorgándole un dinamismo propio.



Copistas y creadores
En sus expresiones culturales, ¿el guaraní de las reducciones creaba o era un mero copista o imitador de modelos que se ponían ante sus ojos u oídos? Los testimonios de los propios Padres jesuitas son muy claros: el indio poseía una habilidad extrema para realizar reproducciones de objetos que les eran puestos ante su aguda vista. Pero al mismo tiempo era incapaz de crear algo nuevo o de modificar por propia iniciativa el objeto que se le pedía que reprodujera. Era capaz de reproducir con una gran fidelidad obras pictóricas, una estatua, una pieza musical, una talla en madera, la trama del hilado de un lienzo y hasta una obra arquitectónica.

Pero también es cierto que gran parte de esta crítica dirigida a menoscabar la capacidad del indígena esta teñida de prejuicios, propios de una mentalidad eurocéntrica y etnocéntrica. Basta con observar detenidamente y penetrar el mensaje de las obras de arte elaboradas por indígenas para descubrir, en esas “copias” de modelos previos, un sello y un estilo particular que trasunta la punzante capacidad de expresión del guaraní, en donde los sentimientos son llevados en la imagen a un límite casi hiriente. La imagen pasa a un segundo plano y sirve únicamente como portadora del dolor, la alegría, la consternación, el miedo o el desconsuelo.

Ni copista ni creador. El guaraní gustaba de la expresión y los instrumentos le eran indiferentes. El sistema reduccional le ofrecía al indio los medios o instrumentos que requería para manifestarse y éste los aprovechaba. La escultura en madera del Cristo coronado de espinas y lleno de llagas, podría ser calificada como muy europea, pero el dolor y misterio que expresaba la imagen eran muy íntimas del guaraní. Del mismo modo el monumental templo de un pueblo jesuítico, que sin duda alguna era la expresión del barroco ¿Pero acaso no era genuinamente guaraní la espiritualidad que emanaba de lo arquitectónico, el encuentro en comunidad en las ceremonias religiosas o el concepto de Dios que se manifestaba en el lugar?

La fuerza expresiva de la cultura del guaraní reduccional se refleja también en otras facetas de la realidad. Se trata de expresiones que podríamos llamar espontáneas y populares, marginales al proyecto cultural institucional. Es una arte muy rústico pero de gran contenido expresivo. La impresión de manos en baldosas cerámicas, los dibujos trazados con incisiones en la piedra, pequeños animales del monte y pipas moldeados en cerámica y coloreados, evidencian la existencia de formas de expresión aún no suficientemente valoradas ni estudiadas dentro de la cultura reduccional guaraní. Y aquí sí que había creatividad pura. Era el arte que surgía en el ámbito del hogar, en el momento de ocio. El otro era el que se expresaba en los talleres del pueblo, donde las obras se hacían a pedido y bajo dirección.

La pintura
Por el carácter endeble de las obras pictóricas, muy pocas han perdurado hasta nuestros días. Las obras que perduraron y que hoy se exponen en museos o forman parte de colecciones particulares son una pobre muestra de lo que existía en las reducciones. Basta con leer el inventario levantado en el año 1768 para comprender la magnitud de las obras pictóricas que ostentaban los pueblos en sus templos. Las más mencionadas son las denominadas “pinturas de humo”, realizadas directamente sobre las paredes del templo por los mismos indígenas. No faltaban los cuadros realizados sobre tablas o tela, especialmente el de los santos patronos del pueblo. 

Los colores eran obtenidos excepcionalmente fuera de las reducciones. La mayoría de los pueblos poseían en los talleres una oficina en donde se hallaban los “elementos y piedras de moler colores”. Estos colores eran obtenidos de sustancias vegetales y diversos tipos de óxidos.




La escultura y las tallas
Las estatuas de piedra y tallas en madera policromadas predominaban en los pueblos. Algunos, como Nuestra Señora de Loreto, San Juan Bautista y San Borja, en algún momento de su historia las produjeron para otros pueblos e inclusive para la venta a las ciudades de españoles. Cristos, santos, vírgenes, altares, retablos, sillas, bancos, columnas y los más diversos objetos de ornamentación o de uso cotidiano, eran producidos con una admirable precisión por las manos de los indígenas, dirigidos por algunos maestros en el arte que recorrían las reducciones.

Las piedras, específicamente la arenisca rosada, y la madera fueron utilizadas por la creatividad de los misioneros en todas sus posibilidades plásticas. Se trata de dos materiales que la naturaleza de la región ofrece en abundancia. Los árboles que ofrecían excelentes maderas para todos los usos se hallaban disponibles en los alrededores de los mismos pueblos, mientras que las areniscas eran obtenidas de canteras dispuestas también en las cercanías de las reducciones.

Carpinteros, pedreros, y expertos en el manejo del cincel, del escoplo y del pincel, generaban en los talleres de las reducciones magníficas obras de arte que hoy podemos apreciar en los museos o entre las ruinas de los mismos pueblos jesuíticos.

Prácticamente la totalidad de las obras son de un contenido estrictamente religioso. Pareciera ser que el mensaje pedagógico se sobreponía al mensaje estético. Importaban más el mensaje y la enseñanza a transmitir por la escultura o la talla que la armonía plástica de la misma. No es extraño entonces que se justificara por ejemplo lo grotesco o lo desproporcional si ello contribuía a acentuar el mensaje a transmitir.

La industria cerámica
La cerámica era el material utilitario más común en las reducciones. Pisos, platos, ollas, tazas, pipas, también algunas imágenes, eran de cerámica. Su elaboración era parte de la cultura guaraní, pero en las reducciones se le agregaron nuevas técnicas de confección y de cocción, lo que permitió la obtención de un material cerámico de óptima calidad. Algunas de las principales innovaciones fueron la utilización del torno, la incorporación del horno para la cocción y la utilización del esmaltado y del vidriado.

La primitiva cerámica guaraní no desapareció. Su producción continuó en el ámbito familiar, de manera que las viejas técnicas, como el escobillado y el engobe, entre otras, continuaron en forma paralela a las innovaciones.

Como producción comunitaria, la industria cerámica se orientó específicamente a la elaboración de tejas y de baldosas.



Oído innato para la música
El gusto por la música que tenía el guaraní causaba asombro en los misioneros jesuitas, así como la innata capacidad para ejecutar piezas musicales.

Los Padres jesuitas incorporaron a las reducciones instrumentos musicales típicamente europeos y un estilo particular, el barroco.

En las reducciones no faltaban flautas, fagotes, chirimías, violines, liras, arpas, vihuelas o guitarras, clarines, trompetas y hasta algún órgano.

La música que se ejecutaba en los pueblos era básicamente sacra y buscaba cimentar el proyecto evangelizador.

Algunos instrumentos eran comprados, pero la mayoría eran fabricados en las propias reducciones. De ese modo a fines del siglo XVII del Padre Antonio Sepp, logró fabricar en el pueblo de Itapúa un órgano, fundiendo para los tubos los platos y fuentes de peltre que existían en la reducción. Este órgano fue luego de pueblo en pueblo, hallándoselo al momento de la expulsión de los jesuitas en el templo de la reducción de San Javier.

La imprenta guaraní
Contar con obras impresas en las reducciones en idioma guaraní, constituía una prioridad para los jesuitas. En varias oportunidades los Padres habían solicitado una imprenta y un tipógrafo, sin que se llegara a lograr el objetivo.

Finalmente se obtuvo una. Los tipos fueron realizados por los propios indígenas y la tinta obtenida de la yerba mate. Esta imprenta imprimió obras en los pueblos de Nuestra Señora de Loreto y en Santa María la Mayor. Algunas impresiones fueron en latín y otras en idioma guaraní. Los textos generalmente de tipo religioso estaban destinado a la catequización del indígena. Algunas de las obras impresas fueron las que había escrito el Padre Antonio Ruíz de Montoya en lengua guaraní, también se imprimió una traducción al guaraní de la obra Diferencia entre lo temporal y lo eterno, del Padre Eusebio Nieremberg, también Flos Sanctorum del Padre Rivadeneira. El Padre Buenaventura Suárez pudo también imprimir sus interesantes y novedosos estudios astronómicos realizados desde el observatorio de la reducción de San Cosme y Damián.

Pero no sólo jesuitas imprimieron sus obras. Lo hicieron también algunos guaraníes. Entre ellos estaban Nicolás Yapuguay y el indio Melchor, quien escribió una historia del pueblo de Corpus Christi, mientras que otro indio de Loreto había escrito un libro con sermones para cada domingo del año. 

La circulación de libros, comprados o impresos en las reducciones, era muy intensa en las misiones y de ellos se valían tanto los jesuitas como los indígenas para su instrucción. Cada reducción contaba con un salón biblioteca en el sector de la residencia o colegio. Los inventarios de las bibliotecas realizados en el año 1768 muestran la profusa diversidad bibliográfica que existía. Junto a los libros religiosos, estaban los de matemáticas, geometría, historia, literatura, tratados prácticos sobre agricultura y diversos oficios, geografía, filosofía, artesanías.

Algunos de los maestros del arte
La historia rescata algunos de los nombres de aquellos misioneros jesuitas que instruyeron a los indígenas y formaron escuelas de arte en los pueblos. En el año 1615 se menciona al Hermano Bernardo Rodríguez como un eximio pintor. En 1616 aparece el Padre Luis Berger, quien enseñó música y pintura a los indios de Loreto en el Guayrá, mientras que también pintaba obras en San Carlos y Concepción. Otro fue el Hermano Luis de la Cruz, autor de un famoso cuadro que estaba sobre el altar del templo de Loreto en el año 1647.

A finales del XVII y comienzos del XVIII sobresalió sin duda alguna como escultor el Hermano José Brasanelli, quien también era arquitecto, trabajando en todos los pueblos del Paraná y Uruguay. Allí donde se lo requería iba, para dirigir o diseñar una construcción, o para instruir a los indígenas en el arte de la escultura o del tallado. Brasanelli falleció en Santa Ana, donde residía habitualmente, el 17 de agosto de 1728.

Fuente: La Herencia Misionera - Diario El Territorio (Posadas-Misiones)


El final de las reducciones

A partir de inicios del siglo XVIII, las reformas borbónicas puestas en marcha por esta nueva dinastía a fin de evitar el lento proceso de decadencia en que se encaminó la monarquía hispánica, alcanzaron también al aspecto religioso en donde la corona aplicó el regalismo.

Durante el reinado de Fernando VI de España España se enfrentó con Portugal por la colonia del Sacramento, desde la que se facilitaba el contrabando británico por el Río de la Plata. José de Carvajal consiguió en 1750 que Portugal renunciase a tal colonia y a su pretensión de libre navegación por el Río de la Plata. A cambio, España cedió a Portugal dos zonas en la frontera brasileña, una en la Amazonia y la otra en el sur, en la que se encontraban siete de las treinta reducciones guaraníes de los jesuitas. Los españoles tuvieron que expulsar a los misioneros jesuitas, lo que generó un enfrentamiento con los guaraníes que duró once años.

El rey sucesor, Carlos III, imitando las políticas seguidas en el Reino de Portugal (1759) y en el Reino de Francia (1762), a través de la Pragmática Sanción de 1767, emitida el 27 de febrero de ese año, ordenó la expulsión de los jesuitas de todos los dominios de la corona de España, incluyendo los de América y los demás ultramarinos, cifra que alcanzó a más de 6000 religiosos. El ataque de la monarquía a esta orden religiosa también alcanzó sus bienes temporales toda vez que ya que la pragmática también decretó la incautación del patrimonio de la Compañía de Jesús.

Las ruinas jesuitas de la Santísima Trinidad del Paraná, en la ciudad de igual nombre, departamento de Itapúa, Paraguay.

Poco tiempo después, el 21 de julio de 1773, el papa Clemente XIV dictó el breve apostólico Dominus ac Redemptor, suprimiendo la Compañía de Jesús, que únicamente logró subsistir en Rusia y volvió a ser autorizada por el papa Pío VII en 1814.

Las reducciones guaraníes no se disolvieron de inmediato, sino que se reemplazaron a los jesuitas con nuevos directores seculares que no tenían los ideales de los primeros. Tampoco fueron exitosos las direcciones de los franciscanos, dominicos y mercedarios que tomaron a su cargo los pueblos misioneros, constituyéndose la Gobernación de las Misiones Guaraníes.

Pero los años inmediatamente posteriores a la expulsión la emigración de indios se multiplicó. Grupos de guaraníes ya habían empezado a buscar refugio en Corrientes, Santa Fe, Entre Ríos, la Banda Oriental y Buenos Aires de los ataques de españoles y criollos y las malocas de los paulistas. En 1801, cuando los lusitanos ocuparon definitivamente las Misiones Orientales un importante contingente de sus habitantes se refugió en el actual territorio uruguayo, especialmente su campiña. Otros volvieron a sus selvas mientras algunos se sirvieron del entrenamiento como artesanos que habían aprendido en las reducciones para vivir en las ciudades. Hubo una rápida disminución de la población.

La creación del virreinato del Río de la Plata en 1776, que fue el último creado por la corona española como una escisión del virreinato del Perú en su intento de reorganizar la administración de sus colonias en América, no logró detener la decadencia de estos pueblos.

A partir de 1810, durante las guerras de independencia hispanoamericanas, los guaraníes apoyaron los cambios radicales económicos, políticos y sociales propuestos por el caudillo José Gervasio Artigas, donde la situación del indio tenía especial preocupación. Este afianzó su poder en las regiones de mayoría mestiza o indígena, lo que hace comprensible que Corrientes, Entre Ríos, Santa Fe, la Banda Oriental y las Misiones Orientales se sumaran a su Liga Federal. Durante dicho periodo otro gran contingente de las Misiones Orientales se refugió en las tierras del actual Uruguay.

Posteriormente, en 1820 Artigas fue vencido por el enterriano Francisco Ramírez y obligado a exiliarse en Paraguay. Cerca de cuatro mil guaraníes artiguistas de las Misiones Occidentales, Corrientes y Entre Ríos se refugiaron en la Banda Oriental. En 1828 Fructuoso Rivera ocupó brevemente las Misiones Orientales, pero debió retirarse tras firmar el Convención Preliminar de Paz, llevándose consigo de cuatro a ocho mil indios misioneros a la Banda y fundando Santa Rosa del Cuareim, actual ciudad de Bella Unión. Durante su campaña, el ejército de 500 soldados de Rivera triplicó su número gracias a los reclutas tapés y charrúas que se sumaron.

En cuanto a la planta física, en las primeras décadas del siglo XIX las tropas del general del Brasil Francisco das Chagas Santos y el dictador paraguayo Gaspar Rodríguez de Francia causaron graves daños a los edificios. El golpe de gracia vino por el sucesor de Francia, Carlos Antonio López cuando éste abolió forzosamente y destruyó las comunidades quedándose con las tierras.

En recuerdo de la obra jesuítica, las regiones que ocuparon antaño las reducciones hoy son llamadas «misiones».

Fuente: Wikipedia, la Enciclopedia Libre.

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