domingo, 22 de septiembre de 2019

Curso Clase 5 - La Herencia Misionera - Historia de la Provincia de Misiones - Capítulo 5 Batalla de Mbororé / Cacique Overa / Roque González y Ñesu


11 de Marzo de 1641 "Batalla de Mbororé":Primer Combate Naval Argentino

La batalla de Mbororé, iniciada el 11 de marzo de 1641, fue un enfrentamiento entre los guaraníes que habitaban las Misiones Jesuíticas y los bandeirantes, exploradores y aventureros portugueses cuyo centro de acción estaba en San Pablo. El lugar de la batalla se halla en cercanías del cerro Mbororé, hoy municipio de Panambí en la Provincia de Misiones, Argentina. La batalla finalizó con victoria de los guaraníes.

Antecedentes históricos
Necesidad de esclavos e inicio de las bandeiras
A comienzos del siglo XVII los holandeses llegaron a las costas del actual Brasil con la firme intención de instalarse y de ocupar posesiones en ellas. Para ello, y mediante actos de piratería lograron controlar la navegación sobre la costa del océano Atlántico, perturbando seriamente el tráfico de esclavos. Esto significó un duro golpe económico para el Imperio portugués que necesitaba de la mano de obra esclava para continuar con el desarrollo productivo azucarero y ganadero que predominaba sobre el litoral atlántico brasileño. Fue entonces cuando los indígenas cayeron en la mira de los hacendados y fazendeiros portugueses como potenciales esclavos. Además, debido a las escasas cantidades de plata, oro y piedras preciosas encontradas en la región de Piratininga, los grupos de exploradores comenzaron avanzar hacia el desconocido interior del Brasil. Estos grupos de exploración y caza de esclavos, denominados bandeiras, estaban organizados y dirigidos como una empresa comercial por los sectores dirigentes de San Pablo, y sus filas se integraban con mamelucos (mestizos de portugueses e indígenas), aborígenes tupíes y aventureros extranjeros (sobre todo holandeses) que llegaban a las costas del Brasil a probar fortuna. Contaban, también, con la complicidad de la sociedad de funcionarios coloniales españoles y encomenderos del Paraguay. En su avance hacia el occidente, los bandeirantes cruzaron el nunca precisado límite del Tratado de Tordesillas, que perdió su sentido durante el período en el que Portugal formó una unión dinástica con la Corona de Castilla, penetrando repetidas veces con sus incursiones en territorios del virreinato de Perú. Indirectamente, los bandeirantes paulistas se convirtieron en la vanguardia de la expansión territorial portuguesa, lo que se consolidó al recuperar Portugal su independencia.

Primeros ataques a las Misiones Jesuíticas
Por una Real Cédula de 1608 se ordenó al gobernador de Asunción del Paraguay, Hernando Arias de Saavedra (Hernandarias) que los jesuitas se dirigieran a las regiones del río Paraná, del Guayrá y a la áreas habitadas por los guaycurúes. Su misión era la de fundar pueblos y evangelizar a los indígenas que habitaban dichas regiones. Posteriormente se añadirían los pueblos de Itatín (al norte de Asunción) y del Tapé (en el actual estado de Río Grande del Sur, Brasil). Los jesuitas se encontraban en plena labor evangelizadora cuando los bandeirantes comenzaron a llegar a la zona oriental del Guayrá. En un primer momento, éstos respetaron a los indígenas reducidos en pueblos por los jesuitas y no los capturaban. Sin embargo, los guaraníes, concentrados en pueblos y diestros en diversos oficios, representaban una mano de obra especializada altamente competente para los portugueses. Mucho más aún cuando estaban indefensos y desarmados ya que, por decreto real, les estaba vedado el manejo de armas de fuego.

Desde 1620 las incursiones de los bandeiras se hicieron cada vez más agresivas, lo que obligó al abandono o reubicación de algunos pueblos.
Entre los años 1628 y 1631 los jefes bandeirantes Raposo Tavares, Manuel Preto y Antonio Pires con sus huestes, azotaron periódicamente las reducciones del Guayrá, capturando miles de guaraníes que luego fueron subastados en San Pablo. Se calcula que en las incursiones de los años 1628-1629 capturaron a unos 5.000 indígenas, de los cuáles sólo llegaron a San Pablo unos 1.200. La gran mayoría de ellos murió en el traslado debido a los malos tratos propinados por los esclavistas.

Hacia el año 1632 se produjo el éxodo masivo hacia el sur de 12.000 guaraníes reducidos por los jesuitas, dejando la región del Guayrá prácticamente desierta. Se refundaron las reducciones de San Ignacio Miní y Loreto en territorio de la actual Provincia de Misiones.

Los bandeirantes continuaron hacia el occidente, atacando las reducciones del Itatín en el año 1632. Luego siguió el Tapé, invadido durante los años 1636, 1637 y 1638 por sucesivas bandeiras dirigidas por Raposo Tavares, Andrés Fernández y Fernando Dias Pais.

Las Misiones Jesuíticas se protegen
Misión de Montoya frente a la Corona española
En el año 1638 los padres Antonio Ruiz de Montoya y Francisco Díaz Taño viajaron a España con el objetivo de dar cuenta al rey Felipe IVde lo que ocurría en las misiones. Su intención era conseguir que el rey levantara la restricción del manejo de armas por parte de los indígenas.

Las recomendaciones de Ruiz de Montoya fueron aceptadas por el rey y el Consejo de Indias, expidiéndose varias Cédulas Reales, despachándoselas a América para su cumplimiento.

Por una Real Cédula del 12 de mayo de 1640 se permitió que los guaraníes tomaran armas de fuego para su defensa, pero siempre que así lo dispusiera previamente el virrey del Perú. Por este motivo Ruiz de Montoya partió hacia Lima, con la objeto de continuar allí las gestiones referidas a la provisión de armas.

Por su parte, el padre Taño viajó a Roma para informar al papa de la caza de esclavos en las misiones a fin de obtener una protección papal.

El encuentro en Apóstoles de Caazapaguazú
Mientras tanto y ante el peligro inminente de que los bandeirantes cruzaran el río Uruguay, el padre provincial Diego de Boroa, con la anuencia del Gobernador de Asunción y de la Real Audiencia de Charcas, decidió que las tropas misioneras utilizaran armas de fuego y recibieran instrucción militar. Desde Buenos Aires se enviaron once españoles para organizar a las fuerzas de defensa.

Batalla de Mbororé

A fines de 1638 el padre Diego de Alfaro cruzó el río Uruguay con un buen número de guaraníes armados y adiestrados militarmente con la intención de recuperar indígenas y eventualmente enfrentar a los bandeirantes que merodeaban por la región.

Luego de algunos encuentro esporádicos con las fuerzas paulistas, a las tropas del padre Alfaro se le sumaron 1.500 guaraníes que llegaban dirigidos por el padre Romero. Se formó entonces un ejército de 4.000 misioneros que avanzó hasta la arrasada reducción de Apóstoles de Caazapaguazú donde los bandeirantes se hallaban atrincherados después de varias derrotas parciales.

El choque armado constituyó la primera victoria decisiva de las huestes guaraníes sobre los paulistas, los cuales luego de rendirse huyeron precipitadamente.

Los paulistas preparan su contraataque
Desechas las fuerzas bandeirantes luego del encuentro en los campos de Caazapaguazú, éstos regresaron a San Pablo para informar a las autoridades de lo ocurrido.

Coincidentemente, para esa fecha (mediados del año 1640), llegó a Río de Janeiro el padre Taño procedente de Madrid y de Roma. Llevaba en su poder Cédulas Reales y Bulas pontificias que condenaban severamente a las bandeiras y al tráfico de indígenas.

Ambos hechos produjeron una violenta reacción en la Cámara Municipal de San Pablo, la que, de común acuerdo con los fazendados, expulsó de la ciudad a los jesuitas.

Se organizó una enorme bandeira con 450 holandeses y portugueses armados con fusiles y arcabuces, 700 canoas y 2.700 tupíes armados con flechas, comandada por Manuel Pires. El objetivo de la expedición era tomar y destruir todo lo que se encontrara en los ríos Uruguay y Paraná, tomando todos los esclavos posibles.

El encuentro en Mbororé
Se anuncia la batalla.
A fines de 1640 los jesuitas tuvieron evidencias de una nueva incursión de bandeirantes más numerosa que las anteriores. Para ello se constituyó un ejército de 4.200 guaraníes, armados con arcos y flechas, hondas y piedras, macanas y garrotes, alfanjes y rodelas, y 300 arcabuces, además de un centenar de balsas armadas con mosquetes y cubiertas. Recibieron instrucción militar de ex militares, los Hermanos Juan Cárdenas, Antonio Bernal y Domingo Torres. La operación estaba dirigida por el padre Romero.

Las fuerzas defensoras estaban dirigidas por lo padres Cristóbal Altamirano, Pedro Mola, Juan de Porras, José Domenech, Miguel Gómez, Domingo Suárez, y estaban armadas con arcos, hondas y piedras, macanas y garrotes, alfanjes y rodelas, 300 arcabuces, además de un centenar de balsas armadas con mosquetes y cubiertas para evitar la flechería y la pedrada de los tupíes.

El Ejército Guaraní se organizó en compañías comandadas por capitanes. El capitán general fue un renombrado cacique del pueblo de Concepción, Nicolás Ñeenguirú. Le seguían en el mando los capitanes Ignacio Abiarú, cacique de la reducción de Nuestra Señora de la Asunción del Acaraguá, Francisco Mbayroba, cacique de la reducción de San Nicolás, y el cacique Arazay, del pueblo de San Javier.

La reducción de la Asunción del Acaraguá, ubicada sobre la orilla derecha del río Uruguay, en una loma cercana a la desembocadura del arroyo Acaraguá, fue trasladada y reubicada por precaución río abajo, cerca de la desembocadura del arroyo Mbororé en el río Uruguay. De ese modo la reducción quedó convertida en centro de operaciones y en el cuartel general del ejército guaraní misionero.
Las características del terrero y el recodo que forma el arroyo Mbororé hacían de este sitio un lugar ideal para la defensa.

Al mismo tiempo se destacaron espías y guardias por los territorios adyacentes y se estableció una retaguardia en Acarágua.

La bandeira avanza
Las fuerzas bandeirantes al mando de Manuel Pires y Jerónimo Pedrozo de Barros partieron de San Pablo en septiembre de 1640.

Luego de establecer diversos campamentos y parapetarse en varios puntos del recorrido, una partida llegó al Acaraguá, donde encontraron la reducción completamente abandonada. Sitio que eligieron para levantar empalizadas y fortificarlo a fin de utilizarlo como base de operaciones.

Posteriormente se replegaron para avisar al resto de la bandeira de la seguridad del asentamiento.

Peñón del Mbororé, hoy.

La Batalla
Una crecida del río Uruguay en enero de 1641 trajo consigo una gran cantidad de canoas y mucha flechería. Lo cual dio una idea a los jesuitas de la cercanía del enemigo.

Además, luego de que el grupo explorador paulista se replegara del Acaraguá, varios guaraníes que habían logrado escapar de los esclavistas dieron con los jesuitas a quienes informaron del número y armamento de los bandeirantes.

Entonces una pequeña partida misionera se estableció nuevamente en el Acaraguá en misión de observación y centinela. El 25 de febrero de 1641 partieron ocho canoas río arriba en misión de reconocimiento. A pocas horas de navegar, se encontraron cara a cara con la bandeira que llegaba bajando con la corriente del río con sus 300 canoas y balsas pertrechadas. Inmediatamente seis canoas bandeirantes comenzaron a perseguir a los misioneros, los cuales se replegaron rápidamente hacia el Acaraguá. Al llegar, los guaraníes recibieron refuerzos y las canoas bandeirantes debieron replegarse.

Mientras tanto un grupo de misioneros partió velozmente a informar a los jesuitas del cuartel de Mbororé de la situación río arriba.

Al amanecer del día siguiente, 250 guaraníes, distribuidos en treinta canoas y dirigidos por el cacique Ignacio Abiarú se enfrentaron a más de cien canoas bandeirantes, logrando que éstos debieran replegarse.

Alejados los paulistas, los guaraníes procedieron a destruir todo aquello que pudiera servir de abastecimiento en Acaraguá y se replegaron hacia Mbororé. Por las características geográficas de este sitio, era el ideal para enfrentar a los portugueses, ya que los obligaba a una batalla frontal.

Efectivamente, al llegar la bandeira a Aracaguá el 11 de marzo de 1641 no encontró nada de provecho y se dirigió rumbo a Mbororé. Unas 300 canoas y balsas avanzaron río abajo.
Sesenta canoas con 57 arcabuces y mosquetes, comandadas por el capitán Ignacio Abiarú, los esperaban en el arroyo Mbororé. En tierra, miles de guaraníes respaldaban a las canoas con arcabuces, arcos y flechas, hondas, alfanjes y garrotes.
El choque armado fue rápidamente favorable a los guaraníes. Un grupo de bandeirantes logró ganar tierra y se replegó hacia Acaraguá, donde levantaron una empalizada.

Durante los días 12, 13, 14 y 15 de marzo, los misioneros bombardearon continuamente la fortificación con cañones, arcabuces y mosquetes, tanto desde posiciones terrestres como fluviales, sin arriesgar un ataque directo. Sabían que los portugueses carecían de alimentos y agua, por lo que se prefirió una guerra de desgaste. Además, varios tupíes comenzaron a desertar y unirse a las tropas misioneras, facilitando información sobre el enemigo.

El 16 de marzo los bandeirantes enviaron a los jesuitas una carta donde solicitaban la rendición. Dicha carta fue rota por los guaraníes. Los portugueses intentaron huir del asedio guaraní remontando en sus balsas y canoas el río Uruguay. Sin embargo, en la desembocadura del río Tabay los esperaba un contingente de 2.000 guaraníes armados.

Ante esta situación, los portugueses decidieron retroceder hacia el Acaraguá para ganar la margen derecha del río y así poder escapar de los guaraníes. Sin embargo fueron perseguidos hasta perder gran cantidad de hombres.

Del contingente inicial que salió de San Pablo, sólo lograron volver unos cuantos.

Consecuencias
Las principales consecuencias inmediatas de la batalla de Mbororé fueron:
*Consolidación territorial de las Misiones Jesuíticas.
*Freno al ataque bandeirante a las Misiones Jesuíticas.
*Obtención del permiso real a los jesuitas para formar sus propias milicias. Lo cual otorgaba una mayor autonomía a las misiones. Tiempo después, esto será motivo para la expulsión de los jesuitas de América.
*Asegurar la paz y prosperidad de las misiones, las cuales se desarrollarán durante otros cien años hasta la expulsión de los jesuitas en 1767.
*Freno, temporal, al expansionismo portugués sobre los territorios de la Corona española.

Bibliografía:
Wikipedia la Enciclopedia Libre.
Martín Benítez: Conflictos y Armonías En La Historia Argentina.
Colección "Herencia Misionera" (Diario El Territorio).

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Overa, la rebelión del cacique luminoso (Oberá)

La historia “oficial” de la Conquista de la región altoparanaense (Paraguay, Brasil, Noreste Argentino actuales), por los españoles en los años 1.500, escrita por las clases dominantes, siempre intentó esconder o minimizar las bravas luchas de resistencia de los pobladores originarios, principalmente de los guaraníes.

Una de ellas, prácticamente desconocida por los pobladores de esta región fue comandada por el Cacique Overa (Vera en guaraní: Luminoso, Resplandeciente).

Consciente de la dificultad de vencer a los europeos por las armas, Overa generó una de las primeras “huelgas” de las que se tiene noticia en América.

Una huelga general, total, en la que los guaraníes se negaron a continuar trabajando para los españoles, dedicándose exclusivamente a danzar y cantar durante días, semanas y meses.

Las pocas informaciones existentes sobre la llamada Rebelión de Overa (Oberá) las heredamos principalmente de los poemas de Martín del Barco Centenera, publicados en 1.602, clasificados por muchos estudiosos como artísticamente ruines e históricamente tendenciosos, pro-hispánicos.

Según Bartomeu Meliá, en su libro El Guaraní Conquistado y Reducido (1.993), el movimiento indígena comenzó entre los años 1.578-1.579 en la región de Guarambaré, en las proximidades de Asunción, capital del Paraguay. Más luego se expandió en todo el territorio de la región del Río Paraná –probablemente en la región de la Provincia del Guairá y también en las regiones central, norte y noroeste del actual estado de Paraná en Brasil.

“Intérprete de la opresión en la vivían los Guaraníes, Overá, con rara elocuencia, verdadero señor de la palabra, ofrecía a su pueblo la liberación de la sujeción a los españoles”, dice Meliá.

Liderados por este Cacique cuyo nombre guaraní era Verá, el Luminoso, el Resplandeciente, los indígenas protagonizaron una revuelta extremadamente singular. Una especie de “huelga general”, a través de la cual rechazaban seguir trabajando en favor de los conquistadores, pasando a cantar y danzar ininterrmpidamente.

Meliá dice que los guaraníes practicaban la conocida “danza ritual guaraní”.

Para dimensionar los escritos desde la conquista y con óptica euro-etnocéntrica basta leer estos versos extratados de largo escrito de Martín del Barco Centenera donde refiere a Overa (Oberá).

Obera, como digo, se llamaba,
que suena resplandor en castellano.
En el Paraná Grande éste habitaba,
el bautismo tenía de cristiano.
Mas la fe prometida no guardaba,
que con bestial designo a Dios, tirano,
su hijo dice ser y concebido
de virgen, y que virgen lo ha parido.

La mano está temblando de escribillo,
mas cuento con verdad lo que decía
con loca presumpción aquel diablillo,
que más que diablo en todo parecía.
Los indios comenzaron de seguillo
por todas las comarcas do venía,
atrajo mucha gente así de guerra,
con que daños hacía por la tierra.

Dejando, pues, su tierra y propio asiento,
la tierra adentro vino predicando;
no queda de indio algún repartimiento
que no siga su voz y crudo mando.
Con este impío pregón y mal descuento
la tierra se va toda levantando,
no acude ya al servicio que solía,
que libertad a todos prometía.

Mandoles que cantasen y bailasen,
de suerte que otra cosa no hacían,
y como los pobretes ya dejasen
de sembrar y coger como solían,
y sólo en los cantares se ocupasen,
en los bailes de hambre se morían,
cantándoles loores y alabanzas
del Obera maldito y sus pujanzas.

Un hijo que éste tiene se llamaba
por nombre Guiraró, que es palo amargo.
Del nombre Papa aquéste se jactaba.
Con éste el padre, dice: «Yo descargo
la grande obligación que a mí tocaba
con darle de pontífice el encargo».
Aquéste es el que viene bautizando,
y los nombres a todos trasmutando.

No quiero más decir de sus errores
de que andaba la tierra alborotada
en todo el Paraná y sus rededores;
y así se fue tras él de mano armada.
Mas como éste tenía corredores,
y gente puesta siempre en gran celada,
en viendo la pujanza conocida
del enemigo, pónese en huida.




Cacique Overa (Oberá-Misiones) Autores: Gerónimo Rodriguez y Humberto Díaz

Meliá relata: los guaraníes hicieron inumerables ceremonias de “debaustismo”, renegando de los nombres “cristianos-europeos” que habían recibido de los opresores y volvieron a utilizar sus nombres indígenas.

Aún hoy los rituales de nominación son muy importantes dentro de la cultura guaraní. Bartolomé Meliá explica que, distintos a los occidentales, los originarios guaraníes no son llamados o nombrados por este o aquel nombre sin que el “es” su propio nombre.


En cuanto a las autoridades de Castilla, mostraban su desconcierto frente a tan inusitada rebelión, ésta se expandía rápidamente no solo rumbo al Paraná sino también al sur y al norte de la capital paraguaya, llegando hasta el río Ypané.

Fue solamente con la llegada de Juan de Garay que los españoles reaccionaron. Las tropas irrumpieron en las aleas para traer nuevamente a los guaraníes al trabajo. Pero, al contrario de lo que planeaban los atacantes, el líder de los “rebeldes”, el Cacique Luminoso, nunca fue encontrado.

Overa, simplemente desapareció sin dejar rastros –dice Meliá. Pero es posible que haya continuado actuando de algún modo, pues se registra como hecho interesante de que cuatro mestizos –entre ellos el hijo de un portugués- intentaron mantener la rebelión del Cacique Overa durante algún tiempo luego del ataque de Garay.


El ejemplo de Overa permaneció ya que en 1.589 en el Paraguay, los indígenas Acahay, Tevikuary e Yvyturusu se rebelaron en los mismos moldes que el primero. Todo “por causa de ciertos cantores que, con sus cantos, los lleva a realizar algunas ceremonias y ritos a través de los cuales se “apartan del servicio de Dios y no van más a servir a sus patrones encomenderos (patrones españoles)”-relata el antiguo diario de un capital, reproducido por Juan Francisco Aguirre en 1.949 en la Revista de la Biblioteca Nacional de Argentina.

Fuente:
Extraído de: Rosana Bond, Año IV, Nº27, Noviembre de 2.005. La rebelión del Cacique Luminoso http://www.anovademocracia.com.br/index.php/A-rebeliao-do-cacique-Luminoso.html en lengua portuguesa.

Traducción: José Javier Rodas


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San Roque González de Santa Cruz y su corazón inmortal (La Historia Oficial)

Roque González de Santa Cruz, un sacerdote jesuita, el primer santo paraguayo, pasó a la historia luego de que su corazón permaneciera intacto tras su muerte en manos de nativos, quienes terminaron quemado su cuerpo en un pueblo de Brasil.

Sacerdote y fundador de reducciones
Con solo 22 años es ordenado como sacerdote por el Monseñor Hernando Trejo y Sanabria, Obispo de Córdoba, y luego se convierte en párroco de la Catedral de Asunción, nombrado por el emblemático obispo Martín Ignacio Martínez de Mallea, más conocido como Martín Ignacio de Loyola, quien tenía parentesco con San Ignacio de Loyola, uno de los sacerdotes fundadores de la compañía de Jesús.

En mayo de 1609 Roque González de Santa Cruz ingresa a la compañía de Jesús, comenzando

Así su misión de evangelizar a los pueblos nativos, deseo que lo hizo rechazar el ofrecimiento de ocupar el cargo de Vicario General de Asunción.

Roque González es nombrado apenas 2 años después de su ingreso a los Jesuitas, como superior de la reducción San Ignacio Guasu, la primera en Paraguay.

En su deseo de seguir evangelizando a los pueblos indígenas, Roque González de Santa Cruz funda una reducción en Itapúa (actualmente en territorio de Posadas, Argentina) en 1615 y para luego llegar hasta la ciudad de Encarnación, fundada el mismo año.

Así mismo, fundó otras reducciones, como la de Concepción de la Sierra en 1619 y 

Candelaria, en 1627, llevando consigo a todas partes un cuadro de la Virgen María, que lo ayudaba a la evangelización y conversión de los pueblos nativos.

Recorrió también Uruguay y el estado brasileño de Río Grande do Sul. Su misión no solamente consistía en evangelizar, sino también promovió la construcción de casas, escuelas e iglesias.

Lo que nadie sospechaba es que su misión evangelizadora terminaría con su propia vida.


Muere el hombre, nace el milagro

El 15 de noviembre de 1628, hace 383 años, Roque González de Santa Cruz celebraba una misa cerca de Caaró, Brasil, donde planeaba construir una reducción jesuítica.

Allí fue atacado por indígenas, quienes se oponían a la instalación de reducciones en sus pueblos, al mando de un cacique llamado Ñesu.

Según cuenta la historia, solo la mirada de Roque González podría convertir a los nativos, por lo que el cacique Ñesu lo atacó con un hacha de piedra cuando estaba de espaldas, intentando levantar una campana.

Luego del ataque, otros indígenas tomaron su cuerpo junto al de otros misioneros y los quemaron. Es aquí donde nace el milagro que lo convierte en Santo; los nativos quedaron asombrados al ver que el corazón de Roque González de Santa Cruz no fue consumido por las llamas y el mito cuenta que habló con los nativos por medio de su corazón intacto y los invitó a arrepentirse de sus acciones y a convertirse al catolicismo.

El cacique Ñesu se asustó al ver que el corazón continuaba vivo, y luego de esuchar el milagroso mensaje que les dio, tomó su arco y le asestó una flecha, en un intento desesperado de desaparecerlo definitivamente.

Tanto el milagroso corazón de Roque González como el hacha de piedra se encuentran en la Capilla de los Mártires en el colegio de Cristo Rey, Asunción, desde el año 1960.

En 1931, el Vaticano lo beatifica y en 1988, el sumo pontífice Juan Pablo II, durante su histórica visita a nuestro país, lo convierte en el primer santo del Paraguay.

Fuente: ABC Color - 15 de Noviembre de 2011 - Escrito por Oscar Lescano Barreto



No hay alegría en el país de Kirito - Graciela Martinez (La Historia No Oficial)

Según la opinión del cacique Ñesũ en materia religiosa, nunca se ha escuchado entre nosotros esta palabra, además de otras tales como “santos”, “misas”, “comunión”, “Biblia”, “bautismo” y menos el significado de cada una de ellas. Esto ocurrió en un tiempo en que llegaron en bergantines unos hombres blancos, dicen que venían de un país muy lejano llamado España. También escuchábamos decir “viejo mundo”, tratando de diferenciar con lo que acababan de encontrar, para ellos un nuevo mundo. Sin embargo, nosotros también habitábamos en un mundo tal vez hasta más antiguo que el de ellos. Nos relataron que eran unos buscadores de especias, pero dicen que se equivocaron de ruta y lastimosamente para nuestra desventura nos descubrieron. Al comienzo luchamos contra estos invasores como podíamos, como es sabido, la Nación Guaraní, si bien era un pueblo de guerreros, muy pocas veces nos enfrentábamos con el enemigo, y nos bastaba el arco y la flecha tanto para defendernos como para atacar a enemigos (hombres o bestias), pero era imposible resistir mucho tiempo contra las armas que nunca habíamos visto antes, como los arcabuces, espadines, puñales y mosquetes. 

Consiguientemente, a pesar de nuestras dudas, decidimos aliarnos a ellos. Pero nuestra curiosidad y desconfianza seguía siendo grande: ¿quiénes eran estos hombres blancos? ¿Serían nuestros amigos o verdugos, o traían guerra para esclavizar, exterminar y aniquilar nuestro altivo imperio guaraní? Les dimos nuestras hermanas, hijas, alimentos, y aun así no hemos dejado de ser esclavos y muchas veces fuimos atropellados y torturados en nuestra propias “távas” o en el “tekoha” de nuestras familias. Increíblemente nos asaltaban nuestros propios “aliados” y “cuñados” españoles, especialmente si no éramos bautizados, nos consideraban “herejes”, “no-cristianos”, “no-gentes”, lo que permitía abusos, atropellos y hasta torturas. (SUSNIK-o.c.P. 87). 

Luego vinieron otros hombres igualmente parecidos a los primeros que llegaron, que se hacían llamar misioneros y decían traer la palabra de Dios en representación de una orden religiosa llamada Compañía de Jesús. No entendíamos nada de sus enseñanzas, por lo que recibieron instrucciones de aprender nuestro idioma, el guaraní, junto con el quechua para los incas, el náhuatl para los aztecas y el aimara para el Alto Perú, con el fin de evagenlizarnos en la doctrina de Cristo (Política Teocrático-Lingüística: Lino Trinidad, ABC Color); pero aun hablando nuestro idioma, muchos de los nuestros no aceptaron cambiar a nuestro “Universal Padre Infinito, Tupã, señor de luz y de armonía”. Nos trajeron una cosa que ellos llamaban “Biblia”, nos dieron en la mano, nos dijeron que cerráramos los ojos y que rezáramos con ellos. Lo hicimos tal cual, pero la sorpresa fue que cuando abrimos nuestros ojos, nos quedamos con la Biblia en nuestra manos y ellos nos sacaron nuestra tierras. Esto fue el comienzo de una larga lucha de quienes aceptábamos y quienes rechazábamos la creencia religiosa que trataban de imponer en nuestra comunidad. Como consecuencia de esta imposición, hubo una rebelión contra los conquistadores que tuvo como epílogo el ahorcamiento del cacique Arakare y Tavare por orden de Alvar Núñez Cabeza de Vaca.

Hasta la venida de los evangelizadores, nuestra convivencia era pacífica, salvo algunas escaramuzas con otras etnias por querer arrebatarnos nuestras cosechas.

En el año 1628, los guaraníes de las márgenes del Río Uruguay, decidimos armar una conspiración contra los misioneros jesuitas: Padre Roque González de Santa Cruz, Juan del Castillo, Alonso Rodríguez, Pedro Romero, Alonso de Aragón y el Corregidor Paja. Participamos en esta revuelta los caciques: Potirava, Kuñarakua, Ka’arupe, ka’avure, Marangoa, Arekuati, Ñesũ y otros más.

¿Qué motivo tenía esta conspiración que culminó en noviembre de 1628 con la muerte de los Padres Roque González, Juan del Castillo y Alonso Rodríguez? Solamente defender nuestra cultura, seguir siendo libres y no ser bautizados.

Pero lo grave y triste es que después de haber pasado 500 años de nuestra lucha por defender nuestra ancestral pertenencia, la tierra, nuestros hermanos indígenas hasta hoy y en peores condiciones siguen peleando para vivir dignamente en un lugar en donde: “un tiempo fuimos dueño y señor de la comarca, dueños de los cerros, en donde había las grutas milagrosas del ensueño, el glauco espartillar, las piraguas danzantes en las olas, y el río también fueron nuestros”. Y lo más insólito es que existen todavía entre ustedes, que no son descendientes de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, sino él mismo en persona, reencarnado en periodista que nos quiere ahorcar y hacernos desaparecer de la faz de la tierra, y no sólo existen españoles reencarnados sino que también siguen estando los criollos que manejan a nuestro querido Paragua’y como si fuera la antigua colonia sometida a sus arbitrios.

Como por ejemplo, en un billete estampan la figura de uno de nuestros perseguidores en cambiar nuestra forma de pensar, pero jamás pondrán la efigie de un cacique que luchó por la preservación de su cultura, aunque las imágenes constituyan -sobre todo la nuestra- un testimonio de la forma de vivir y de ver las cosas de forma diferente al pensamiento de los peninsulares. Hasta ahora, seguimos siendo denigrados, y afirman que somos sucios y haraganes. Sin embargo, muchos que han escrito sobre la cultura guaraní atestiguan que éramos unas de las naciones más higiénicas del continente americano. Ustedes (los blancos) nos enseñaron todo lo malo que ahora nos señalan como defectos. Las aguas cristalinas de los ríos, con la civilización de los blancos se volvieron negras, “todo se perdió, las lomas, los frescos ka’aguy que eran a modo de un pesebre nupcial de las palomas. Todo se perdió. Y hasta nuestro idioma que cual jeruti solloza y canta y como el eirete, grato es de aroma, perseguido agoniza en las gargantas” de nuestros descendientes, los campesinos que aman su lengua ancestral, aunque, desgraciadamente con sus creencias religiosas trastrocadas.

Los entrecomillados pertenecen a la poesía de: Manuel O. Guerrero “Guaran’i a España”.

* ÑESU -o Ñezu, mburuvicha guarani de la regiòn del Ka'aro. Luchador anticolonialista. Luego colaboró con los jesuitas. Por influencia de Potiráva, volvio a la lucha anticolonialista, realizando una gran confederaciòn de guaranies contra los jesuitas. Ultimó a Roque Gonzalez de Santa Cruz y sus compañeros. Es el primer crìtico social de la arquitectura en la regiòn. La memoria popular lo recuerda con la siguiente anècdota, entre otras: cuando un Religioso catòlico le mostro orgulloso la pequeña capilla que construyò, Ñesu le comentó: "què pequeño es tu Dios que necesita una tapera donde guarecerse".

Graciela Martinez es escritora, poeta, docente e investigadora etnogastronómica de Paraguay.


La poesía de los Guaraníes como arma de resistencia
> Mario Rubén Álvarez

ARENGA DE ÑESÛ 

Hermanos de sangre,
 hermanos de la palabra y la osadía, 
nosotros los hijos de Ñamandú, 
dueños del secreto de las hierbas, 
del canto de la cigarra y el blanco de los lapachos, levantamos nuestras lanzas, nos ponemos en pie de combate.
 Contra los invasores, 
contra los que invocan un dios que castiga, contra la bíblica mentira, 
contra los que con agua y oraciones borran nuestros nombres verdaderos, 
contra los que dicen estar desarmados
 y desenvainan espada y cruz, 
contra los que sueñan nuestra muerte, 
contra las serpientes que se visten de palomas, contra los hijos de Añá que bajan sus ángeles propios, 
contra ellos, 
contra ellos, hermanos, 
declaramos la guerra. 
Es la hora del tambor belicoso, 
de la danza perpetua, 
de la chicha, 
de la flecha envenenada, 
de las macanas en la cabeza enemiga. 
No deben ya visitar nuestras casas dioses extraños, sacerdotes ajenos. 
Ñamandú sigue siendo nuestro respaldo en la hora de cada lágrima, 
los chamanes tienen el don de la vida, 
los cielos son nuestros todavía, 
somos los amos de cuanto vive. 
Por ello, hermanos de sangre,
 hermanos de la palabra, ahora, nosotros, condenamos a muerte a los intrusos. 
Y ellos se llaman Alonso Rodríguez, Juan del Castillo y Roque González de Santa Cruz.

Mario Rubén Álvarez es Poeta bilingüe (guaraní-castellano) Periodista del diario Última Hora (Asunción-Paraguay) Estudió Medios Modernos de Comunicación Social en la Universidad Católica Profesor de Guaraní.

Lengua indómita, siendo imposible el triunfo militar, los Guaraníes no se rindieron sin embargo. La lengua, el guaraní, fue el bastión en el que resistieron. Las madres cumplieron en la tarea de conservación del idioma —y, por lo tanto, de la cultura que porta— un rol todavía no dimensionado hasta hoy en su justa medida. Los jesuitas y los franciscanos creyeron implementar con mayor eficacia su evangelización al aprender la lengua nativa e incluso quitarla de su condición de ágrafa. No fue sin embargo del todo así: en realidad, cayeron en la trampa que le tendieron aquellos que sobrevivieron como colectividad gracias a la conservación de su propia voz. Creyeron ganar, pero los verdaderos ganadores, a la larga, van a ser los indígenas al conservar su lengua y, por lo tanto, el mundo que conlleva.

Una evidencia irrefutable de que los Guaraníes resistieron en su lengua y en ella conservaron los valores más esenciales de su comunidad es el hallazgo, puesta en escritura y traducción del antropólogo paraguayo León Cadogan, del Ayvu Rapyta (El fundamento del lenguaje humano) constituido por la cosmogonía, el origen del lenguaje humano (ayvu rapyta), la primera tierra, la creación de los seres humanos, la paternidad y la muerte, el diluvio universal, la nueva tierra que le sucede, cuentos, leyendas y consejos diversos del universo de los Mbyá Guaraní del Guairá. Son tesoros de la oralidad que sobrevivieron por más de cuatro siglos en la memoria y en la boca de quienes los fueron comunicando de shamán a shamán, acaso de padres a hijos y quién sabe si en algún eslabón de la cadena de conservación de madres a hijos e hijas. El ser más íntimo de los Guaraníes, su relación con lo divino y lo terreno, está expresada en esa joya literaria tan valiosa como los grandes monumentos que dejaron otras culturas indígenas en América. 


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