jueves, 24 de marzo de 2016

Mientras se trenza, se tejen historias…


Dicen que los cimarrones de las comunidades afro-latinoamericanas se reunían en el patio para peinar a las más pequeñas, y gracias a la observación del monte, diseñaban en su cabeza, haciéndoles trenzas pegadas a la cabeza o "tropas", un mapa lleno de caminitos y salidas de escape, en el que ubicaban los montes, ríos y árboles más altos. Los hombres al verlas sabían cuáles rutas tomar. Su código desconocido para los amos les permitía a los esclavizados huir. 

Al igual que la cultura Yoruba, que trenzaba su cabello enviando mensajes a los dioses. El cabello es la parte más elevada del cuerpo, y por lo tanto es considerada como el portal de espíritus para pasar a las almas.

"Si el terreno era muy pantanoso, las tropas se tejían como surcos", dice Leocadia Mosquera, una maestra chocoana de 51 años a quien su abuela le enseñó el secreto de los peinados por considerarla la "ananse" de la familia, es decir, ese ser mítico representado en una araña, que con su astucia y poder, huye de la dominación.


Lo que fue mapa sobre el cuero cabelludo después se convirtió en papel en blanco para el relato de lo cotidiano, de hecho, en algunos palenques al peinado le llaman el “sucedido”. Los trabajos en las minas o los sufrimientos en las plantaciones tomaban forma de peinado y el momento de hacerlo, como ahora, era el espacio para socializar y compartir historias. “Mientras se trenza se tejen historias”; historias clave para celebrar también edades significativas: el primer año del bebé, los 15 años de las niñas, la emancipación de los varones en la adolescencia.

Hoy en día, las mujeres aún encuentran en el tiempo del peinado el tiempo del relato, de la socialización. La historia ha perpetuado en todo caso el peinado afro como “mecanismo de resistencia”, explica Vargas. Si antes era contra la esclavitud ahora lo es contra “la estética hegemónica”.

Fuentes: Una Antropóloga en la Luna
Otra América de Sur a Norte 

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