domingo, 28 de junio de 2015

Mujeres indígenas de la Patagonia, las más invisibilizadas.


Descritos por el naturalista inglés como “los seres más abyectos y desdichados que he visto en parte alguna”, los indígenas que habitaban y habitan la Patagonia fueron considerados por los hombres “civilizados” como entes inferiores.

Hasta el día de hoy, existe una gran deuda respecto de rescatar su riqueza cultural, expresada en sus lenguas, costumbres, ritos, cosmovisión y legado, pues todos los relatos históricos son eurocentristas y, cuando no desprecian hasta el infinito a estas etnias originarias, las ignoran totalmente respecto a su preexistencia. Pocos se escandalizan por la forma en que fueron, en algunos casos, exterminadas.

Con la historia oficial en contra y mínimos esfuerzos por reconstruir el mundo y cosmovisión de estos pueblos, imagínese qué más se puede saber de las mujeres indígenas yaganes, kawésqar, haus, aonikenk y selknam.

¿Cuánto se conoce hoy de la extraordinaria capacidad para aprender idiomas que tenían y que, en el siglo XIX, hubo una mujer que fue llevada a Inglaterra y que usó hasta un sombrero real en un aberrante intento por “civilizarla”?.

¿Cuántos saben quién era Lakutaia Le Kipa o cómo se llama la yagán declarada “Tesoro Vivo de la Humanidad?.

Gracias al Fondo de Fomento de Medios de Comunicación Social, hoy en Fem Patagonia comienza un ciclo en que se destacará a diez mujeres que, en diferentes épocas, entregaron y entregan un aporte sustancial a la construcción de esta región. Sin ellas, parte de lo que hoy somos no existiría o no se entendería.

Por ello, este tributo y reconocimiento partirá por las más invisibilizadas: las mujeres indígenas.

Sólo se sabe de ella a través de los relatos de los exploradores europeos que llegaron a la zona junto a Robert Fitz Roy, en el siglo XIX, el capitán inglés que fue el primero en remontar las aguas del canal que hoy lleva el nombre de su embarcación: Beagle.

Pero esta niña, bautizada por ellos con el ridículo nombre de Fuegia Basket –porque era una “fueguina” que recibió en un trueque un canasto-, fue contemporánea de este célebre capitán inglés y del más famoso de los naturalistas, Charles Darwin, y llegó hasta la misma corte de Inglaterra.

Junto a otros tres integrantes hombres de su etnia, fue secuestrada y llevada a Londres. Tenía sólo nueve años y partió a esas tierras con James Button (14 años), Boat Memory (19) y York Minster (25).

Ella, al igual que los otros yaganes, fue objeto de un experimento severo: recibió educación a la usanza de la sociedad victoriana decimonónica y fue convertida al cristianismo, aprendió inglés y las costumbres y modales de la época y fue vestida como las mujeres de la corte.

El capitán Fitz Roy, para explicar este secuestro y justificarlo ante la opinión pública y la prensa inglesa, explicaba que tenía la “certeza de que, a la larga, los beneficios de que conociesen los hábitos e idioma inglés compensarían la separación transitoria de su país”.

Ya adoptado como un objetivo de la corona, se dijo que estos indígenas “civilizados” serían intérpretes y cumplirían una labor civilizadora en las tierras de América del Sur, ayudando a evangelizar a los yámanas y asentar el dominio inglés en el Mundo Nuevo. Objetivo esencial considerando que en esta zona estaban los dos pasos esenciales para comunicar el Océano Atlántico con el Pacífico: el estrecho de Magallanes y el que, luego, se llamaría Canal Beagle.

Audiencia real
En julio de 1831, The Royal Devonport Telegraph publicó un artículo refiriéndose al bergantín Beagle que, en una de sus partes decía: “…Por lo que sabemos, tras aprender algunas de las artes útiles, los nativos de Tierra del Fuego traídos por el comandante Fitz Roy retornarán a su tierra natal a bordo del Beagle”.

Según los relatos de la época e investigaciones posteriores, los progresos de los indígenas motivaron, por la misma fecha, una audiencia con los representantes de la corona inglesa.

El monarca Guillermo IV y la Reina Adelaida querían ver, en audiencia privada, a los indígenas en el palacio Saint James.

Así, la pequeña Fuegia Basket fue trasladada, junto a sus compañeros, en un carruaje de Walthamstow a Londres y se encontró con los reyes.
La soberana Adelaida se había convertido en la mujer más impopular de Inglaterra, pero, también tenía una faceta amable (había perdido dos hijos, tuvo un aborto espontáneo y su hija vivió sólo un día). Al parecer, esto se tradujo en cómo recibió a los fueguinos y, en particular, a Fuegia, a quienes trató con, según el relato de Fitz Roy, “actos de amabilidad sincera que apreciaron y que jamás olvidarán…”.

La pequeña concitó su simpatía. La Reina desapareció algunos minutos y regresó con uno de sus sombreros y se lo colocó a Fuegia: “A continuación, Su Majestad puso un anillo en el dedo de la niña y le dio dinero para comprarse vestidos antes de abandonar Inglaterra y regresar a su tierra”, fue el relato de Fitz Roy.

Fuegia regresó a estos parajes. Su caso es señero y hoy día sirve para emitir un juicio lapidario respecto de cómo los europeos trataron de salvajes a nuestras etnias y las sometieron a un proceso de aculturización.

Cuando estamos ad portas de celebrar los 500 años del descubrimiento del estrecho de Magallanes, sólo se debe recordar que, desde 500 años antes de 1510, ya había hombres y mujeres en nuestra Patagonia.

- Tal era el nombre de la mujer que, más tarde, sería conocida en el mundo entero como Rosa Yagán. Su vida fue un puente que conectó dos mundos: el de su infancia, con las costumbres, rituales y tradiciones de un pueblo nómade; y el de su vejez, en un continente de inmigrantes europeos, aviones, medios de comunicación, y avances tecnológicos.

Lakutaia le kipa es el verdadero nombre de quien, luego de ser bautizada por los misioneros ingleses, comenzó a llamarse Rosa Yagán. Una mujer ejemplar que guardó hasta el año 1983, momento de su partida, los tesoros más preciados de su raza Wollaston, una de las cinco tribus Yaganas.

Su testimonio de vida, plasmado en la obra literaria “Rosa Yagán” de la investigadora y periodista Patricia Stambuk, se ha convertido – como explica la autora y sin que Lakutaia lo imaginara- en un mensaje universal de sabiduría, reflexión y amor por la propia cultura, desde la última (o primera) estación de América.

Con Lakutaia culminan seis mil años de existencia en la Patagonia, de una raza que ¿llamativamente? comenzó a desaparecer a fines del siglo XIX y principios del XX. Su vida ha sido un puente que conectó dos mundos, el de su infancia, con las costumbres, rituales y tradiciones de un pueblo nómade y el de su vejez, en un continente de inmigrantes europeos, aviones, medios de comunicación, y avances tecnológicos.

Cristina Calderón, su prima lejana, declarada “Tesoro vivo de la humanidad” por la Unesco y el Gobierno de Chile, conserva el idioma yagán, una lengua puramente oral con la cual el anglicano Thomas Bridges reunió más de 32.400 vocablos para elaborar el primer diccionario yagán – inglés.

La importancia de Rosa Yagán radica en la posibilidad que tuvo esta mujer de dejar su legado de un valor inconmensurable, la identidad de un pueblo, de una región que por muchos años, desde un lugar solapado, fue apenas mencionada en los libros de historia. Entonces a través de sus palabras, sale a la luz la oportunidad de relatar un pasado remoto de una raza inteligente, que supo mantenerse por miles de años en una región helada, creando embarcaciones con la corteza de árboles, viviendo de la caza y la pesca y protegiendo su cuerpo con grasa de lobos marinos.

Como explica Patricia Stambuk en su libro: “Los yaganes educaron a sus hijos con rigor, dominaron su entorno, se explicaron el origen del universo, ordenaron su vida social de un modo singular y demostraron ser capaces de aprender castellano e inglés mientras los nuevos colonizadores y aún los misioneros no pudieron jamás aprender a hablar fluidamente Yagán”.

Es la última hablante yagán, lengua en peligro de extinción y portadora de la cultura y cosmovisión del pueblo canoero más austral del mundo y que se llamó a sí mismo yámana, que quiere decir “ser humano”.

Con sus 86 años, es la última mujer yagán que habla ese idioma y que, por ello, preserva en sí la cultura de esta etnia que reinó en los mares subantárticos.

Cristina Calderón nació el 24 de mayo de 1928, la localidad denominada Róbalo, en isla Navarino, en el archipiélago de Tierra del Fuego. Actualmente, vive en la denominada Villa Ukika, en Puerto Williams.

Es parte del extraordinario pueblo de cazadores marítimos más australes del mundo, los que habitaron por más de seis mil años referida zona. Canoeros o nómades marinos, se llamaron a sí mismos yámanas que, en su lengua, significa “ser humano”.

Es hermana de Ursula Calderón, que falleció, en 2003. Luego, además, de la muerte de Emelinda Acuña, en 2005, Cristina es hoy la última exponente de la etnia yagán que alcanzó a vivir de cerca sus costumbres.

Por ello y como un homenaje tardío a los indígenas precolombinos, el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes le confirió, en 2009, la distinción de Tesoro Vivo de la Humanidad, en el marco de la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Inmaterial, adoptada por la Unesco en 2003.

Con igual sentido, fue incluida, en 2010, entre las 50 mujeres protagonistas del Bicentenario de la República.

Su historia
Siendo niñas, Cristina y Ursula quedaron huérfanas y la educación de ambas fue asumida por una mujer yámana vinculada a su clan.

Así como conserva su lengua, también se destaca por mantener viva la tradición de la cestería con juncos que ella misma recolecta, tal y como lo hacían las mujeres yaganes por centurias en medio de esos fríos parajes.

Tuvo nueve hijos (siete vivos), catorce nietos y numerosos bisnietos. Por ello, no en vano en Villa Ukika es conocida como “Abuela”.

Preservar el yagán
Cristina Calderón también pasará a los anales magallánicos y de la historia universal porque precisamente junto a una de sus nietas, Cristina Zárraga, se ha dedicado a conversar su lengua y han confeccionado un diccionario con sus palabras.“Hai Kur Mamasu Shis”, quiere decir “Quiero contarte un cuento” y es el libro que ambas editaron con historias y leyendas de los yaganes.En tanto, su hija Lidia González es monitora del jardín étnico infantil de Villa Ukika, donde enseña a los niños a hablar yagán y las tradiciones de dicho pueblo. 

Fuente: FEM Patagonia, 27 de Junio de 2.015 
http://fempatagonia.cl/2015/06/mujeres-indigenas-de-la-patagonia-las-mas-invisibilizadas/


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