martes, 23 de diciembre de 2014

Pismanta. Lágrimas de un cacique. Leyenda Huarpe.

Se cuenta que Pismanta, el cacique más recordado por su bondad, nunca pudo aceptar la llegada al Valle de Tulum de los conquistadores. No tenía espíritu guerrero, pasaba largas horas a la orilla del río pescando para alimentar a los suyos o simplemente mirando la grandeza de la montaña, alabando a la Pachamama.

Un día los dioses le anunciaron lo que ocurriría en ésta su tierra. Sintió que esos extranjeros se quedarían para siempre y que terminarían con su raza. Su dolor fue incalculable y el valiente dio libertad a sus instintos bravíos pues no podía soportar la idea de ver su tierra y su raza pisoteada por el español.

Una y otra vez se enfrentó a los soldados castellanos cuyos pechos parecían reflejar el sol cuando venían en frente de batalla. Pero también una y otra vez vio diezmadas sus tropas y muertos a sus propios amigos.

Huarpes jugando pallana - Acrilico lienzo de Carlos Andres Isola
Luego, esos mismos soldados contra quienes luchaba, no sólo se apoderaron de la tierra sino que también lograron conquistar algunos de los suyos. Para ese entonces el cacique Angaco, se les había unido. En ese momento, Pismanta tomó la decisión que daría origen a la leyenda.

Para no seguir siendo humillado por los conquistadores, para que los usurpadores no osaran rozar su figura de Señor Huarpe y verdadero dueño de las tierras y mucho menos que menoscabaran su condición de cacique, se retiró hasta un lugar llamado Angualasto. Allí, en una cueva que casi nadie conocía, se encerró con toda su familia a esperar la muerte.

Dicen, los antiguos del lugar, que luego de unos días se escuchó un fuerte temblor acompañado de un estruendo. Una gran grieta se abrió en la roca que sellaba la caverna y por ella comenzó a fluir un hilo de agua caliente.


Narran algunos, que esas aguas que brotan son las lágrimas del cacique. Calientes porque brotan del corazón mismo de la tierra (la Pachamama) que acogió en su seno a tan ardiente defensor de su raza. Además son continuas como una queja silenciosa y constante que nos recuerda que allí quedó un valiente que prefirió dar la vida antes que traicionar a sus ideales.





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